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Análisis de Pere Rostoll: A Podemos le asalta la cruda realidad

El giro de Pablo Iglesias tras la entrada de su partido en el Gobierno de España y en el Ejecutivo valenciano evidencia que las bases ideológicas que le sirvieron para salir a escena hace seis años eran solo demagogia

A Podemos le asalta la cruda realidad

Hace ahora seis años, al calor de las movilizaciones en las plazas del 15-M, Podemos empezó a trazar un movimiento político que ahora ha culminado ese camino con la entrada en el Gobierno de España y en numerosos Ejecutivos autonómicos como es el caso de la Comunidad Valenciana. Bajo el liderazgo incontestable de Pablo Iglesias y con la colaboración de un ramillete de colaboradores de primer nivel ahora ya apartados muchos de ellos del proyecto, Podemos entró en escena en las elecciones europeas de 2014 con un resultado notable. Un apoyo en las urnas que, posteriormente, consolidaron y aumentaron en las elecciones municipales y autonómicas de 2015. Tras esos comicios, los morados no tuvieron más remedio que asumir aquellas alcaldías que les cayeron como ocurrió en ciudades como Madrid o Barcelona. Pero, sin embargo, optaron por quedarse fuera de la gestión autonómica, como pasó en la Comunidad Valenciana con el cambio político que se produjo con el primer Consell del Botànic.

Borrarse del gobierno de la instituciones autonómicas -encargadas de las competencias que despliegan el Estado del Bienestar- fue un tremendo error como, por ejemplo y sin ir más lejos, quedó claro en el caso de la Generalitat. A los pocos meses, los dirigentes de Podemos ya se habían dado cuenta de que la nueva correlación de fuerzas de la izquierda en toda España y, por supuesto, en la Comunidad se había generado a partir de unos votantes que apostaban por gobiernos compartidos y pactados entre las diferentes fuerzas de la izquierda. Aquel desacierto estratégico estuvo a punto de costarle a Podemos quedarse fuera de las Cortes Valencianas. Un desastre que solo se evitó con el adelanto electoral de Ximo Puig para unir las autonómicas a las generales -una decisión de la que hoy se cumple precisamente un año- y con la excelente campaña de Pablo Iglesias.

No entrar en gobiernos era la fórmula con la que Podemos quería mantener su ascenso en las urnas para disputarle a los socialistas el liderazgo progresista. Aquellos primeros éxitos electorales llegaron en parte gracias a un relato rompedor que, aunque en ese momento les facilitaba una penetración electoral entre sectores sociales muy golpeados por la crisis o hartos de la corrupción que se había generado con la gestión del bipartidismo, a la larga se ha demostrado que perjudicaba a la clase política y, por extensión, a la propia Democracia. Reducir el sueldo de los cargos públicos sin tener en cuenta nada más o limitar por sistema los mandatos políticos no era la solución para mejorar la credibilidad de la ciudadanía en la gestión pública. Era pura demagogia. Trilerismo. Y ahora, cuando Podemos llega al mando del Gobierno de España, la pureza se convierte a la vez en incoherencia y en baño de realidad. Ya no hay límites salariales ni de mandatos, como recoge Pablo Iglesias en la ponencia de la próxima asamblea. La estrategia ya no es asaltar los cielos. Nunca lo fue. Ahora y entonces, no había cielo. Solo la cruda realidad.

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