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Sujeto & predicado

Sobre los peligros de jugar en las ligas mayores

Hay un momento terrible en la vida de los políticos en el que los periodistas que se les arremolinan micrófono en ristre para pedirles declaraciones empiezan a parecerse a los componentes de un pelotón de fusilamiento

Sobre los peligros de jugar en las ligas mayores

Hasta hace muy poco tiempo, Ábalos era la perfecta expresión de eso que se ha dado en llamar un político del aparato. A lo largo de casi cuarenta años, este personaje incombustible ha sido de todo en las siempre turbulentas aguas del socialismo valenciano: jefe de gabinete, asesor, concejal, diputado provincial y parlamentario en el Congreso, en una lista de honores inacabable a la que hay que añadir numerosos cargos internos en el partido. Actuando siempre desde un discreto segundo plano, se labró una merecida fama de hombre efectivo, que se movía como pez en el agua en el laberinto de las agrupaciones locales, del contacto directo con la militancia y del proceso de elaboración de listas electorales. Su capacidad para mantenerse a flote en un PSPV sometido durante años a cruentas guerras internas acabó convirtiéndolo en una leyenda de la supervivencia política.

Como a todas las personas con paciencia, a Ábalos le llegó un día su gran oportunidad: se llamaba Pedro Sánchez. Haciendo gala de unos magníficos reflejos y de unas ciertas dotes proféticas, nuestro hombre se subió a aquel tren y aguantó a pie firme un accidentado viaje en el que también venía incluido un espectacular descarrilamiento, cuando su jefe fue descabalgado de la secretaría general del PSOE. El dirigente socialista valenciano vio generosamente correspondida su fidelidad y su colaboración en la que es quizá una de las más extrañas aventuras políticas que ha vivido este país desde la Transición. Recibió a cambio la secretaría de Organización del PSOE y el ministerio encargado de las obras públicas y de las infraestructuras. No se puede pedir más: el control absoluto del partido y el departamento gubernamental que administra las grandes inversiones.

La entrada de Ábalos en Madrid fue espectacular. Periódicos de todas las tendencias adornaban sus páginas con laudatorios perfiles sobre su trayectoria. Los de izquierdas lo alababan como el gran muñidor de la operación que ha llevado a Sánchez a la Moncloa, haciendo referencias a su antigua militancia comunista como un plus añadido a su capacidad para manejar una organización política. Los de derechas lo consideraban un personaje serio y fiable y en ninguna de sus crónicas se olvidaban de recordar (extrañas fijaciones del conservadurismo patrio) que su padre fue torero y su abuelo, guardia civil. Su llegada al cogollo de la capital del Reino supuso también un drástico cambio de su papel en la Comunidad Valenciana. En cuestión de meses, pasó de enemigo acérrimo de Ximo Puig a interlocutor necesario y a encarnación de una nueva entrega del poder valenciano en el Gobierno central. El hombre que hace unos meses se dedicaba a amargarle las primarias al presidente de la Generalitat tenía ahora la llave de paso para proyectos como el corredor mediterráneo, la renovación de la red de cercanías o la mejora de las autovías.

Y en esas estábamos, hasta que José Luis Ábalos se creyó que era el Señor Lobo; el maravilloso personaje de Harvey Keitel en «Pulp fiction», que ha dejado para la historia del cine la frase lapidaria «soy el Señor Lobo, soluciono problemas». Una madrugada maldita de enero se subió al avión de la vicepresidenta de Venezuela y a partir de ahí, empezaron todas sus desdichas. Madrid golpeaba al recién llegado con toda su fuerza y con toda su mala leche. Ábalos se había convertido en «la prueba viviente» de las conexiones entre el gobierno de Sánchez y el bolchevismo bolivariano. Y ése es un hueso que no va a soltar la derecha por muchos intentos que se hagan de enterrarlo. Desencajado entre una nube de periodistas gritones arrimando micrófono, nuestro hombre comprobaba que la política nacional es un mundo cruel en el que los panegíricos encomiásticos se convierten en furiosas peticiones de dimisión en cuestión de horas. La exclamación ¡a mí no me echa nadie! suena al grito desesperado de alguien que se ha visto atropellado por una realidad que no acaba de comprender.

El futuro inmediato del ministro es una incógnita difícil de resolver. Hay quien da por segura su continuidad, apelando a la resistencia del personaje y al papel fundamental que ha jugado en el ascenso del presidente del Gobierno. Otros no acaban de ver clara la cosa y recuerdan la rapidez con que Pedro Sánchez se deshizo de Carmen Montón y de Máxim Huerta, otros dos políticos del terreno que sintieron en carne propia los efectos del mal de altura que acompaña siempre al viaje entre València y Madrid.

Además proporcionar jugoso material para las tertulias de la tele, el desenlace de esta historia tendrá importantes repercusiones sobre la política autonómica. La presencia de un Ábalos fuerte o su desaparición de la primera línea son elementos que tendrán una influencia innegable sobre los planes de futuro de un PSPV que gobierna la Comunidad Valenciana desde 2015 y que aspira a seguir en el poder.

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