Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Sánchez, en su laberinto

El eurodiputado Esteban González Pons, invitado por el Foro Más Europa que organiza este periódico con la colaboración de la Casa del Mediterráneo, la EUIPO, la Universidad Miguel Hernández y la Cámara de Comercio, abogó el viernes en Alicante por una vuelta al diálogo como principal herramienta de la política. No al diálogo a cualquier precio ni con cualquiera. Pero sí al diálogo entre aquellas fuerzas que tienen la obligación de garantizar la convivencia, especialmente las dos que representan a más ciudadanos, el PSOE y el PP, aunque sus programas sean completamente distintos. Un diálogo que no puede consistir en hablar por hablar, sino en hablar para avanzar.

González Pons, exconseller en los gobiernos populares de Francisco Camps, es uno de los políticos más inteligentes y preparados que ha dado Valencia. También uno de los que tiene más capacidad para reirse de sí mismo y empatizar con el contrario. Él mismo reconoció, sin embargo, que mientras en las instituciones europeas políticos de diferente signo, son capaces de llegar a acuerdos y apoyarse mutuamente en aquellos asuntos en cuyos interés para los ciudadanos coinciden, cuando esos mismos políticos, si son españoles, regresan a Madrid se transforman y el rival deja de ser eso, rival, para convertirse de inmediato en enemigo. Bien lo sabe él, que como portavoz de la ejecutiva del PP antes de ser desplazado a Estrasburgo protagonizó algunas de las salidas de tono más llamativas de los primeros años de la era Rajoy y disparó contra los socialistas auténticos obuses. Pero he dicho que González Pons es un hombre de una inteligencia por encima de la media, por lo que, siendo cierto que ha jugado papeles desafortunados en demasiadas ocasiones cuando ejercía en España y aspiraba a todo en la política nacional, también es verdad que siempre hay que escuchar atentamente lo que dice cuando lo hace desde la reflexión serena.

Lamentablemente, la política española hace tiempo que circula por derroteros contrarios a los de hablar y escuchar. Es una política de combate. Es estéril seguir con el memorial de agravios para decidir, parafraseando al Vargas Llosa de Conversaciones en la Catedral, ni siquiera cuándo se jodió el Perú, sino quién fue el primero que la chingó. Lo que hay es que ponerse a trabajar cuanto antes en sentido contrario. Pero nadie se atreve a dar el primer paso en esa dirección: son los radicales de cada bando los que imponen la estrategia a seguir.

Pedro Sánchez ha vuelto a equivocarse. Es un caso curioso, porque sigue siendo el político más votado y, al mismo tiempo, probablemente es el líder socialista que más errores graves ha cometido. Con el resultado de las elecciones celebradas el último domingo, en las que no sólo no logró sacar al país del bloqueo político en el que está sumido, sino que lo empeoró propiciando con sus acciones, su arrogancia o su torpeza un Parlamento aún más fraccionado que el que teníamos, el ascenso de la ultraderecha, el reforzamiento de los separatistas y el debilitamiento del propio PSOE, lo aconsejable habría sido ensanchar el campo, no achicarlo aún más como ha hecho él a renglón seguido.

Con su precipitado anuncio de pacto con Podemos, Sánchez renunció a jugar la partida de buscar un amplio consenso que, por encima de la lógica pugna entre izquierdas y derechas, tratara de alcanzar, no una gran coalición, pero sí un pacto de Estado, en el que necesariamente participara el PP, para sacar al país del atolladero en que se encuentra. Corriendo a buscar el abrazo con Pablo Iglesias antes de hablar con nadie más, Sánchez sabía que se metía en el callejón sin salida de ser investido solo si partidos separatistas o que estuvieron vinculados al terrorismo etarra le apoyaban. Es decir, seguir profundizando la crisis que lleva agarrotando este país desde hace ya casi un lustro, sacando lo peor de él. Tan atropellada fue la contorsión de Sánchez que hasta alivió al líder del PP, Pablo Casado, el mismo día en que se enfrentaba a una reunión de la dirección del partido en la que importantes barones, como el gallego Feijóo o el andaluz Moreno, iban a apostar firmemente por la abstención para que los socialistas no necesitaran del apoyo de Junqueras para formar gobierno. No fue necesario que lo debatieran: no se habían sentado y ya tenían en sus móviles la alerta avisándoles de que Sánchez despreciaba esa posibilidad.

Si Sánchez quiere ahora ser investido tendrá que hacerlo encabezando un gobierno con un socio cuya lealtad en un asunto que por desgracia es capital, como es el del secesionismo catalán, no está garantizada. Y antes habrá tenido que ceder -en mayor o menor medida- ante las peticiones precisamente de unos partidos independentistas cuyos principales líderes están fugados o en prisión condenados por haber tratado de violar la Constitución. Se mire por donde se mire, es un sindiós. Un sindiós que ni siquiera servirá para que el «problema catalán» se arregle, porque nunca se llega a acuerdos cuando una de las partes es percibida como débil y eso es lo que ahora mismo transmite Sánchez.

El president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, en estos momentos el barón socialista que más poder acumula (no el que más influye: ese es Iceta) ha salido en defensa de Sánchez, lo que es muy a tener en cuenta por dos razones: porque Puig no es un radical, sino un moderado, y porque sus relaciones con el candidato socialista a la presidencia del Gobierno no son precisamente una balsa de aceite. Ocurre que Puig gobierna la Generalitat en alianza con una coalición -Compromís- dentro de la cual cohabita un partido nacionalista. Y con Podemos. Y esa alianza a varias bandas no ha provocado ni el auge de sentimientos separatistas en la Comunitat ni tampoco ha dado pie a una gestión política de la Generalitat irracional o ineficiente. Por tanto, es compresible que defienda que pactar con Podemos en Madrid no es ningún anatema y que contar con la abstención de los separatistas catalanes para poder poner en marcha el Gobierno no presupone amarrarse a ellos.

Puede ser. Pero parece más probable que Puig no haya tenido en cuenta ni la diferencia de dimensiones, ni de escenario, ni de protagonistas, que separan ambas situaciones. El Podemos que ha entrado a formar parte del Gobierno del Botànic es un Podemos disminuido por su falta de liderazgo en la Comunitat Valenciana y sin peso en Madrid, al que cuestiones como el derecho de autodeterminación le pillan suficientemente lejos como para no tener que pronunciarse y que nadie les fuerce tampoco a ello. Con intentar reivindicarse gestionando pulcramente las áreas que le han correspondido en gracia, los de Dalmau tienen por ahora más que suficiente. Y Compromís, incluido el Bloc, no es una coalición que defienda la ruptura con España, por mucho que algunos de sus integrantes tonteen con ello en las conspicuas redes sociales. El Gobierno central es otra cosa, por más que se empeñen Puig, Oltra o Dalmau en repetir que el Botànic es un ejemplo exportable. No lo es.

Algunos dirigentes populares han insistido en los últimos días en la necesidad de abrir conversaciones entre el PSOE y el PP, a pesar del anuncio de Sánchez de su preacuerdo con Podemos y su requerimiento a Esquerra Republicana para contar con su apoyo en la investidura, apoyo que no sería suficiente sino que precisaría del concurso también de Bildu para que dicha investidura se consumara. Seguramente, esos líderes populares, encabezados por Feijóo, también están jugando al cortoplacismo, hablando por boca de ganso y sin ninguna intención real de que haya una negociación de verdad entre populares y socialistas. Probablemente, lo único que se persigue es que el PP aparezca ante la sociedad como un partido responsable que ofrece una salida al PSOE para salir del pozo aun a costa de que gobierne, pero sin ningún interés de eso realmente suceda. Pero llegados al punto en que estamos, incluso si las declaraciones de algunos de esos barones populares en pro de las negociaciones solo fueran un ejemplo de supremo cinismo, daría igual: Sánchez debería tomarles la palabra. Puede que con ello les desenmascare. Mala suerte si es así, pero peor de lo que estamos no vamos a estar. Pero puede que, aunque sea porque a la fuerza ahorcan y el PP tampoco está para tirar cohetes con Vox pisándole los talones, se abriera una vía en la que ambos partidos pudieran demostrar que tienen auténtico sentido de Estado. Al fin y al cabo, los populares le deben una abstención al PSOE, que tuvo la altura de miras de permitir que Mariano Rajoy formara gobierno aun a costa de que su propio partido les estallase en mil pedazos. Curiosamente, quien lo hizo explotar es quien ahora se beneficiaría de una devolución de visita por parte del PP. Pero así es la política. Y lo único que importa hoy es lograr una estabilidad (la investidura no es el final de nada, sino solo el principio de un camino difícil) que evite a los ciudadanos afrontar una nueva recesión con un gobierno en paños menores.

Subasta. En medio de la monumental gresca en la que nos encontramos, tan grotesca como para que dos partidos que se despedazaban apenas dos días antes fueran capaces de alcanzar un preacuerdo y anunciar incluso vicepresidencias en menos de 48 horas, pero ahora lleven varios días estancados porque aún no han logrado sumar los votos que de todas maneras les faltan; en medio de este pantano, digo, trasladar las consecuencias de lo que está pasando en Madrid a la Comunitat Valenciana o más concretamente a Alicante resulta, ciertamente, extemporáneo. En todo caso, cabría certificar que ha comenzado la subasta de los despojos de Ciudadanos, el partido que creó Albert Rivera y que muy probablemente no sobrevivirá a la defunción política de su fundador. El PSOE, ya se contó aquí, acariciaba la idea de alcanzar tras estas elecciones acuerdos con el partido naranja para presentar mociones de censura en el Ayuntamiento de Alicante y la Diputación y arrebatarle el poder al PP. Evidentemente, nada es descartable y menos cuando una fuerza política se encuentra en descomposición. Pero la cuestión es que los socialistas, en este caso, tienen la oferta más baja. Los cargos públicos con que hoy por hoy cuenta Ciudadanos ya gobiernan. Así que lo que puede inquietarles a partir de ahora no es conquistar el poder, sino mantenerlo si se quedan sin siglas. ¿Quién puede garantizarles mejor a una Mari Carmen Sánchez, un Adrián Santos, un Javier Gutiérrez o una Julia Parra, por poner ejemplos de ambas instituciones, un hueco en las próximas listas para que puedan continuar desarrollando la gestión que ahora acaban de comenzar, el PP o el PSOE? Pues eso.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats