Cuando se es niño, los padres apagan la luz y cierran la puerta de la habitación, uno espera que sus sueños infantiles sean felices en el lugar más paradisiaco posible y junto a amigos de verdad, esos que son de abrazo cálido y palabra franca. El PSOE confiaba en eso también. Por esa razón, se había empeñado en irse a dormir el primero, en forzar unas nuevas elecciones para pasar por la más plácida de las noches imaginables. Tal expectativa, sin embargo, no se cumplió: la cosa incluso se aproximó peligrosamente a la pesadilla.

Miren si no: Se ganó, pero se perdieron tres escaños y Pedro Sánchez fracasó en su empeño de salir reforzado del envite; se ganó, pero ya sin aquel empuje del pasado mes de abril, ay bendita primavera, cuando toda España se había teñido de rojo; se ganó también en la ciudad de Alicante y en la provincia, donde el puño y la rosa conservó sus cuatro diputados, pero se perdieron varios miles de votos; se ganó, de acuerdo, pero a diferencia de lo que sucedió hace apenas medio año, cuando un pacto de izquierdas aparecía como el universo soñado y la derecha agonizaba vencida, ahora todo es incerteza porque los amigos aparecieron en el sueño muy tocados, sin demasiado ánimo de dar abrazos, con Unidas Podemos encajando un notable retroceso y la coalición entre Compromís e Íñigo Errejón cosechando un sonoro fracaso; se ganó, pero los enemigos, esos que uno no quiere ver cuando las tinieblas rodean tu cama, aparecieron y alguno con cara de monstruo: Vox.

Ahora bien, ¿hubo por eso algún atisbo de autocrítica por esa decisión de Sánchez de irse tan pronto a dormir en búsqueda de los sueños que ya no podrán cumplirse nunca? Respuesta: No. Los socialistas, anoche en su sede de Alicante, insistieron en que no se había producido ninguna pesadilla. Ausente el número uno de la lista socialista por esta circunscripción, el ministro en funciones Pedro Duque, que ni estaba ni se le esperaba porque Madrid le había llamado para cotas de mayor glamour, las declaraciones corrieron a cargo de su número dos, Patricia Blanquer. Y Blanquer repitió hasta la saciedad dos ideas no demasiado originales: que los españoles han vuelto a dar su respaldo al PSOE; y que los alicantinos han vuelto a dar su respaldo al PSOE.

¿El bloqueo? Blanquer exhortó a que los responsables de romperlo son los partidos que han quedado por detrás de los socialistas «y que deben asumir su derrota, algo que no hicieron en abril y por lo que nos hemos visto en esta situación».

¿La ultraderecha? «Yo creo que Vox ha existido siempre, lo que pasa es ahora se han producido movimientos entre los distintos partidos de derecha», agregó Blanquer.

Así que sueños dulces para los socialistas.

Las palabras de Blanquer ahuyentaron los fantasmas que se habían apoderado del comienzo de la noche del PSOE, que en realidad fue de menos a más. Porque la cosa, quizás porque había mucho miedo a demasiados monstruos, no comenzó bien del todo en el feudo del PSOE en Alicante, calle Pintor Gisbert: quienes conozcan ese piso donde los socialistas ansían siempre los mejores sueños saben que no se trata de un edificio de mucho lustre, apenas con una salita de entrada, pasillos que son como vericuetos, despachos repletos de cajas. Casi como una metáfora de la situación actual del PSOE de esta ciudad, que todavía no se ha recuperado del chasco que se llevó en mayo cuando Luis Barcala le quitó la gloria a Francesc Sanguino en la capital y Carlos Mazón se adueñó de la Diputación. Y eso y la ausencia de Duque se percibían al principio de la velada, en la que todo era helado, desangelado: la ejecutiva provincial encerrada en un despacho, la local en otro, caras serias cuando se desvelaban los primeros resultados de los sondeos, saludos parcos como el del secretario local del PSOE alicantino, Miguel Millana, o del candidato a senador, Carlos Giménez (que por cierto se quedó fuera de la Cámara Alta, otro malsueño). De tan bajo perfil andada la cosa que esta vez los socialistas no habían habilitado ni un mísero lugar para los medios de comunicación, que se tuvieron que buscar la vida como pudieron, un sofá, una silla plegable, ni un enchufe para cargar los bártulos electrónicos.

Pero siempre hay gente de otra pasta que ha nacido para animar a sus compañeras y compañeros, que son de un optimismo irreductible, que han venido a este planeta para saber ver las cosas que brillan en medio de la oscuridad. Y de una puerta salió Trini Amorós , que es algo así como la euforia hecha eternidad, para decir que la cosa no iba tan mal; y de otra, surgió el gran padrino del socialismo alicantino, Ángel Franco, que lleva en estas lides desde los tiempos de antes de la Unión Europea vendiendo entusiasmos; y como en un aluvión de buenas vibraciones llegó de la fría calle Herick Campos, quien anoche ya no se jugaba ningún puesto de diputado en Madrid.

¿Qué transmitieron los heraldos del optimismo? Que en Madrid, Sánchez había salvado los muebles; que en Alicante los socialistas siguen resistiendo como la única fuerza de referencia de la izquierda, celebrando incluso la caída de Podemos y la inexistencia de Compromís; que incluso con este nuevo triunfo se supera el desánimo cotidiano que había cundido en el partido en estos últimos meses, con los triunfos de Barcala y Mazón; que el PP no ha subido tanto como vaticinaban las encuestas; y que Ciudadanos se ha hundido hasta el punto de que la formación naranja, escaldada por la catastrófica táctica de Albert Rivera del abrazo del oso (apostar porque en todos los sitios siguieran mandando los populares), podría ahora revolverse y poner en peligro el sillón que le mantiene a Mazón en forma de hipotética moción de censura.

Y así fue como el PSOE acabó la noche en alto. Casi en aplausos. Aunque fuera a costa de destacar las pesadillas de los demás para no ver la suya propia.