Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan R. Gil

Benvenuti in Spagna

Un Parlamento más fraccionado aún que el que, incapaz de desbloquearse, nos ha abocado a las cuartas elecciones en cuatro años apenas seis meses después de que sus señorías tomaran posesión, poblado ahora de tantas banderías que hasta los paisanos de Teruel (vaya un aplauso para ellos) tienen sillón propio. Un escenario político en el que la ultraderecha ocupa el papel estelar, devorando a sus socios y erigiéndose en la fuerza líder de la oposición, no por escaños pero sí por su capacidad de imponer discurso... A esto nos ha llevado la mediocridad y el cortoplacismo de unos y otros. No es de extrañar que Salvini fuera el primero que anoche se apresurara a felicitar a su camarada Abascal. Benvenuti in Spagna, definitivamente italianizada. Habrá investidura, posiblemente, y por tanto, habrá gobierno. Pero será un lío.

El viaje a ninguna parte de Pedro Sánchez ha sido épico. Convocar elecciones para formar gobierno sin depender de nadie y acabar perdiendo diputados, quedando más lejos de la presidencia y propiciando un tablero más endemoniado que el que dejamos atrás (con los antisistema de la CUP llamando a tomar las calles desde sus nuevos asientos, por ejemplo) debería ser motivo de una profunda reflexión por parte del líder socialista.

Pero no lo hará. Porque el protagonismo primero se lo va a llevar, inevitablemente, la grave crisis en que estas elecciones dejan a la derecha española constitucionalista. Porque el PP ha crecido en diputados, pero Pablo Casado ha quedado a pesar de ello otra vez demediado. Y prisionero. El PP ve cómo Vox le va achicando espacios, cómo se dispara precisamente en aquellas autonomías en las que el PP y Cs le abrieron la puerta de las instituciones, como Murcia o Andalucía, blanqueándolos. Pero al mismo tiempo, la fortísima presencia en el Congreso que ahora consigue Vox, hace prácticamente imposible a los populares cualquier acuerdo, ni siquiera una abstención «de Estado», con los socialistas, porque entonces ya todo el protagonismo lo acapararía Abascal. Muy lejos también del PSOE (a más de 1,5 millones de votos de distancia), Casado afronta un dilema terrible: si no se mueve, Vox acabará deglutiéndolo; pero si se mueve es muy posible que el final sea el mismo.

Al menos, Casado tiene donde agarrarse. Ciudadanos, no. Mientras anoche Abascal bailaba al son del himno de la Legión en el balcón de la sede de Vox, en la de Cs Rivera se reunía con su dirección (la mayoría de cuyos miembros se han quedado sin escaño) para valorar si convocar congreso o dimitir directamente: acabó anunciando lo primero, claro. Rivera lo tuvo todo en su mano y ahora ha pasado, de ser alternativa de gobierno, a muleta. De ser primera fuerza política en las elecciones catalanas a ser la octava en el territorio en el que nació. Más que un congreso, necesita un milagro.

Iglesias, que se debilita pero a la postre aguanta en pie, y que ha visto cómo Errejón se quedaba en casi nada (y Compromís, de paso, también), ha propuesto de nuevo un pacto a Sánchez. Pero es que la credibilidad de ambos está por los suelos ante unos ciudadanos que anoche se fueron a dormir con más temor del que tenían por la mañana. Para eso han servido estas elecciones. Para que Pandora vuelva a abrir la caja.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats