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Análisis

La doble amenaza para el Consell: las elecciones y los congresos

El aire preelectoral con una posible «segunda vuelta» de las generales y los procesos internos de los partidos condicionan la acción del gobierno del Botànic

Martínez Dalmau, el presidente Puig y Mónica Oltra, en las Cortes. efe

Ya se sabe que la primera mitad de una legislatura siempre es la que marca la línea de actuación para todo el mandato. Es el periodo en el que los gobiernos tienen que empezar a poner en marcha las iniciativas que quieren desplegar a lo largo de cuatro años. Hay tiempo por delante para analizar, actuar, ejecutar y hacer pedagogía con decisiones que, incluso, pudieran acabar pasando al cobro una factura electoral. En ese punto aún se cuenta con un cierto margen para recuperar terreno. Luego, cuando llegue la segunda mitad del ciclo, sólo habrá tiempo para gestionar las carpetas que se puedan concretar y, sobre todo, aquellas susceptibles de rentabilizar. Así que estos dos primeros años son claves. Para decidir el camino que se toma. Para trazar la «hoja de ruta» de esta segunda versión del Consell del Botànic que, como ya se escribió en estas páginas y se explicitó durante la negociación del pacto, se iba a enfrentar a un recorrido mucho más exigente y sinuoso que el que se reveló durante su primera etapa.

Pasado el verano y con el organigrama autonómico ya casi completo -el pleno del Consell del pasado viernes aprobó los nombramientos pendientes a falta de algún puesto en Presidencia- ya le tocaba al gobierno valenciano ponerse las pilas y empezar de una vez por todas a trabajar para, precisamente, poder determinar sus proyectos prioritarios. Lo tendrá muy difícil. Mucho. El primer foco de inestabilidad viene directamente de Madrid. Todo apunta que nos acercamos a una repetición de las elecciones generales en medio de las diferencias entre los socialistas y Podemos para cuadrar una mayoría parlamentaria que facilite la continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa. Así que, o lo remedia un acuerdo de última hora o nos lanzamos hacia unos comicios a cara de perro que nadie en la Generalitat quiere. Absolutamente nadie. Empezando por Ximo Puig, siguiendo por Mónica Oltra y acabando por Rubén Martínez Dalmau, los tres líderes de los socios del Botànic.

¿Por qué no quieren? Son conscientes de que esos comicios, previstos en el caso de convocatoria para el próximo 10 de noviembre, son un riesgo para la estabilidad y la credibilidad del Consell. La izquierda tendrá que competir entre ella en esa cita. Los socialistas valencianos para continuar aportando a Pedro Sánchez, Podemos para seguir optando a un gobierno de izquierdas en el Estado y Compromís, en las elecciones que peor se le dan, para evitar la imagen de que sale todavía más tocado. El resultado es un clima de desencuentro como el que se está reproduciendo en los últimos días con el pulso entre el PSPV y Compromís por el relato sobre la financiación autonómica. Pero, además, la provisionalidad de la Moncloa no sólo provocará, como ya se ha dicho, recortes sino que, además, posiblemente obligaría a una prórroga de los presupuestos autonómicos o a preparar unas cuentas para 2020 de trinchera y austeras a la vista, además, de los tambores de recesión. Poco margen para impulsar la acción del Consell. Paréntesis. Una cosa es la negociación de la nueva financiación pero otra muy diferente es que el Ministerio de Hacienda, que dirige la socialista María Jesús Montero, esté bloqueando, por ahora, la entrega a la Generalitat de casi 450 millones de liquidaciones de años anteriores. Eso, señora ministra, ni es un préstamo ni una gracia suya. Es dinero de los valencianos con los mecanismos de ingreso que están transferidos. Así que retrasar su abono es quedarse con una caja que es única y exclusivamente de los ciudadanos de esta Comunidad. Gravísimo.

Pero, además, a la inestabilidad y a las dificultades en la gestión hay que unir una tercera cuestión, si cabe, mucho más peligrosa para la izquierda y que puede golpear directamente al Botànic en función del resultado que arrojaran las urnas en el mes de noviembre: la credibilidad. La posibilidad de que las tres marcas de la derecha -PP, Ciudadanos y Vox- cosecharan en esta Comunidad un sólo voto más en esas hipotéticas generales que los socios del Botànic supondría trasladar el mensaje de que el Ejecutivo que lidera el socialista Ximo Puig está en minoría a los pocos meses de tomar posesión. Un problema que afectaría a la imagen del gobierno valenciano y que, además, le daría alas a la oposición. Panorama endiablado que condiciona la acción política en esta primera parte de la legislatura y atenaza al Consell. Con este cuadro, los socios del Botànic no pueden ni siquiera exhibir su gran virtud frente al conflicto de la izquierda en España: su capacidad para pactar, entenderse y gobernar. Los desencuentros que impiden formar un ejecutivo progresista en España han terminado por «borrar» hasta esa imagen de cierta normalidad y de capacidad de diálogo que había conseguido un Consell con una compleja coalición a tres bandas.

Y encima, cuando acabe el lío de esas elecciones en un sentido u otro y además con el escenario catalán convertido en una contaminante olla a presión tras la sentencia del procés, las tres marcas que se reparten el Botànic se tendrán que dedicar a sus propias cuitas internas: los congresos para renovar sus ejecutivas y liderazgos. Episodios de conspiraciones y «mesas camilla» que, como es sabido, le chiflan a la izquierda. Los socialistas volverán a elegir a Puig. Pero para asegurarse de que la única sucesión posible es la suya frente al «sanchismo», el presidente ha tenido que ahormar un elenco de altos cargos en clave congresual. Todos los que le van a apoyar están en el Consell o en las Cortes. Mucho perfil político, poco de contacto con la sociedad que anticipa posibles cambios de cromos en cuanto se resuelvan los asuntos de casa. Compromís tiene tres papeletas durísimas. Aclarar la decisión de Mónica Oltra sobre su futuro; dirimir el mando del Bloc entre la vieja guardia -ahora moderada y pragmática- frente a los más jóvenes con el conseller Vicent Marzà al frente y un mensaje presoberanista; y el encaje de los independientes -hoy sin derechos- en la coalición, una auténtica bomba de relojería. Y Podemos elegirá su cuarto liderazgo en cinco años -todo apunta a la alcoyana Naiara Davó- en una asamblea pendiente del calendario electoral. ¿Les quedará tiempo para gobernar? Esa es la cuestión.

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