¿Quien va a gobernar realmente: Carlos González o Alejandro Soler? Pocos dudan de que aunque el primero ostente la Alcaldía, será el segundo el que marque el camino a seguir, las principales decisiones a tomar e, incluso, qué concejalías y a quiénes deberán ir a parar.
La victoria de las últimas urnas del PSOE de Elche es la victoria de Soler, de nuevo secretario general de la agrupación socialista desde el 21 de abril de 2018, flamante nuevo diputado nacional y, ahora, demiurgo del nuevo gobierno local que se desarrollará en los próximos cuatro años.
Será él y no Carlos el que marque ahora las directrices, el que decida desde Madrid, junto con sus más allegados, con qué fuerzas locales y sobre qué se puede pactar y sobre qué no. Hasta qué punto se podrá tensar la relación con Compromís o coquetear con Ciudadanos. El umbral de dolor político que podrá aplicar a Carlos. Lo saben los dos y lo saben en el partido desde hace meses.
El triunfo del PSOE el domingo fue el triunfo de un Soler resucitado y también el cierre del círculo de su personal desquite, aunque algunos lo llamarían más bien particular venganza.
El que el 22 de mayo de 2011 se convirtiera en el primer alcaldable socialista que perdió, precisamente ante el PP de Mercedes Alonso, el cetro después de 32 años de poder del PSOE, es algo que no se digiere fácilmente.
El que en las elecciones de 2015 se confinara en el interior de General Cosidó mientras fuera estaba toda la fiesta después de que todo apuntara a que había muchas posibilidades, pese a no ser los más votados, de recuperar la Alcaldía para el PSOE y en este caso de la mano de Carlos González, es algo que no se olvida.
Pero cuando en la noche del pasado domingo al lunes, Alejandro Soler, siempre sereno, controlándolo todo, como un director de orquesta, y queriendo ceder todo el protagonismo a Carlos González, vio cómo los fuegos artificiales estallaban y la familia socialista se abrazaba de continuo, él ya sabía desde hacía largos minutos que estaba definitivamente de vuelta, que lo ocurrido en 2011 y 2015 quedaban atrás como un mal sueño y que los cuatro años que se presentan por delante, ahora con muchísima más experiencia acumulada y con el plácet añadido de Madrid, pueden ser, sin necesidad ya de ser alcalde en su tierra, mejores a título personal que cuando fue primer edil en 2007 a la edad de 34 años.
Entre ambos hay tantos elementos que les unen como los que les separan. Los dos son abogados, los dos han pasado por la secretaría general del partido a nivel local (Soler de 2000 a 2012 y ahora nuevamente; Carlos González de 2015 a 2018), ambos han probado las mieles de la Alcaldía y los dos tendrán en su haber el honor de diputados nacionales (Soler ha sido elegido como tal en las elecciones de hace apenas un mes; González entre 2004 y 2011).
Pero si bien es cierto que entre «el mejor alcalde que ha tenido Elche en democracia» en palabras del popular Pablo Ruz refiriéndose a Diego Maciá, y Alejandro Soler las chispas saltaban, entre este último y González ha habido no una, sino varias conversaciones que en el seno del partido califican como desagradables. Eso y mucho más.
González va a saltar a la comba de Soler, algo que pudo confirmar cuando al actual alcalde le comunicaron cuál iba a ser el elenco de concejales socialistas que le iban a acompañar en su posible periplo hacia 2023. En esa lista de elegidos, votada sí, pero sin obligación de respetar el orden (parte de la militancia sigue sin entender para qué se hizo un proceso participativo si después no se respetó el poder de los votos) solo aparece un único edil afín a Carlos: Ana Arabid, edil de Hacienda en funciones. El resto van a estar más pendientes del toque de corneta que se dé en General Cosidó que lo que se decrete desde la Plaça de Baix.
Carlos tuvo su oportunidad de acudir a Madrid y, además de protestar formalmente ante Ferraz, presentar su dimisión, sabedor de que se encontraba en una encerrona, de que, si gobernaba, se convertiría en un alcalde rehén. Tal vez pesó más entonces no volver a convulsionar por enésima vez el partido (casi empieza a olvidarse el escándalo de las altas irregulares en 2014 que, sin tener ninguna culpa, se cobró la dimisión del entonces secretario general, Antonio Rodes; o la situación inédita, también aquel año, de que concurrieran no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro candidatos a las primarias del PSOE, lo que dio una idea de la fragmentación de partido; o la dimisión, por un negocio irregular de un familiar a finales de 2015, de la edil de Aperturas Puri Vives, que entrará ahora de nuevo en el ejecutivo local). Pero lo cierto es que el alcalde va a tener poco margen de maniobra. Salvo que González se convierta en un «outsider» y trate de marcarse un pulso con Soler.
Todavía no ha empezado la segunda temporada en el Ayuntamiento y Carlos González seguramente ya lo ha pensado: el enemigo no va a estar en la bancada de enfrente, sino, nuevamente, instalado entre nosotros. En el partido y, posiblemente, en el propio ejecutivo. «El camino hacia el poder está pavimentado de hipocresía», decía el viejo Frank Underwood.
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