Era uno de los factores clave en el devenir de las generales del domingo. Vox marcó la campaña, estaba predestinado a protagonizar también la noche electoral y quién sabe si más allá. Pocos dudaban de que obtendría representación parlamentaria, pero la incógnita era saber el nivel de fuerza con el que irrumpiría y las consecuencias que dicha entrada tendría en los resultados del PP y de Ciudadanos.

Con un 10 % de votantes y 24 escaños, los resultados, sin ser espectaculares, tienen que ser considerados buenos para un partido que en 2016 obtuvo un 0,2 % de apoyos y 46.000 votos. Esta vez fueron más de dos millones y medio de papeletas. Lo que no deja lugar a dudas es que su llegada a fragmentado a la derecha, y le ha hecho perder escaños sin añadirle votos.

Si en 2016 PP y Ciudadanos sumaban 169 escaños (137 azules y 32 naranjas), el bloque de derechas con su nuevo integrante logró el domingo 147 representantes. 66 populares, 57 de Ciudadanos y los mentados 24 de los ultras. Un retroceso de 22 representantes en el Congreso. Si nos fijamos en números absolutos de votos, el bloque conservador apenas se ha movido. En 2016 sumaba 11.076.735 entre PP y Cs y el domingo, sumando también a la ultraderecha, obtuvo 11.169.796.

A falta de conocer datos sobre la transferencia de voto en estos comicios, algunos datos apuntan a que el partido de Abascal podría incluso haber sido decisivo en algún escaño que el PP perdió en favor del PSOE en zonas de la España vaciada. Por ejemplo en las provincias de Burgos y León. En Burgos los socialistas fueron primera fuerza y lograron dos escaños. PP y Cs lograron uno y Vox cero. Pero los de extrema derecha sumaron 24.000 votos (11 %) que se fueron por el desagüe de la ley electoral. Si 10.000 de esos votos ultras hubieran ido al PP, el partido de Casado le hubiera arrebatado el segundo escaño a los socialistas.