En la mesa de operaciones se debate un enfermo a vida o muerte. El cirujano, con el bisturí en la mano, piensa por donde cortar. Las opciones de salvar al paciente son escasas, muy delicadas y, en todo caso, pasa por aplicar una cirugía invasiva, que puede ocasionar muchas complicaciones colaterales. Una auxiliar le pide al doctor que cuente hasta 10 y piense si merece la pena intervenir en lugar de esperar una pócima mágica que recupere al sujeto de una dolencia casi insalvable. Y en esas estamos o, mejor dicho, así está el Partido Popular tras la debate de las elecciones generales y autonómicas del pasado domingo. Debatiéndose entre la descomposición y el ruido de sables, con las constantes vitales al mínimo, que tan solo se mantienen activas porque dentro de 26 días hay que volver a pasar por las urnas. Por eso, de momento, el equipo médico habitual prefiere aplicar el coma inducido como única alternativa para salvar la vida del paciente.
En el Partido Popular, ayer, el día después de la tormenta, no llegó la calma. Ni siquiera se puede hablar de tregua cuando la mayoría de los dirigentes prefirieron escurrir el bulto y no hacer declaraciones. En algunos casos mandaron a subordinados y en otros, ni siquiera dijeron esta boca es mía. Bajo la misma premisa de que todos están a la espera de los análisis que se hagan en los diferentes comités ejecutivos nacionales, regionales o provinciales, el mutismo que se implantó la misma noche electoral prosigue horas después con sus principales dirigentes en el punto de mira. Solo habló el alcalde de Alicante, Luis Barcala, para hablar de un fracaso sin paliativos y evidenciar así su nerviosismo por lo que ocurra en esta segunda vuelta de las locales.
En 2015, el PP ganó las elecciones autonómicas con una cifra de votos y diputados muy inferior a la obtenida durante dos décadas. Su hundimiento le impidió gobernar y tan solo unas horas después de conocer los resultados, ya empezaron a pedirse responsabilidades que acabaron con la cabeza de Alberto Fabra un par de meses. Los «peores resultados de la historia» del Partido Popular de la Comunidad Valenciana, los del 2015, han quedado en una buena marca si los comparamos con el registro del pasado domingo, los más bajos de toda la democracia. Un resultado paupérrimo que desautoriza directamente a todo sus líderes, comenzando por los tres candidatos al Congreso, a las Cortes y a la Generalitat.
Ni César Sánchez, número uno a Madrid por la provincia y presidente de la Diputación; ni José Ciscar, cabeza de lista a las Cortes Valencianas; ni tampoco Isabel Bonig, que aspiraba al Palau de la Generalitat se salvan de las críticas internas, que hablan sin fisuras de que su foto en los carteles no han dado el impulso necesario al PP para reconducir su situación arrastrados por la mediocridad de Pablo Casado. Pero esas mismas voces musitan «es un error tremendo ponerse a discutir ahora». La batalla que se avecina por el control del PP puede esperar... al menos hasta el 26 de mayo que se ponen juego los ayuntamientos de 542 municipios -141 de ellos alicantinos- y las tres diputaciones provinciales. Las elecciones locales, junto con las autonómicas del resto de España han frenado cualquier toma de decisión, cuando el primero que no puede dar lecciones es el líder nacional del PP, Pablo Casado, el primer cargo que está en tela de juicio sino fuera porque hay que volver a votar en menos de un mes.
Mientras no llegan los «grandes remedios» que aplaquen los «grandes males», el PP regional prefiere quedarse con reclamar el liderazgo de la oposición, un puesto secundario que, visto el empuje de Ciudadanos, se ha afanado en reivindicar Isabel Bonig frente a Toni Cantó como si fuera lo único que tiene en juego. Juego de tronos dentro del bloque conservador. El «sorpasso» de naranjas a azules ha estado cerca, sobre todo en la provincia de Alicante, separados pos unos escasos 8.000 votos y menos de un punto porcentual. En muchas ciudades, sobre todo de gran volumen, Cs ha ganado al PP su particular pulso por liderar la derecha, con la amenaza de Vox, que ha sido menor de lo esperado y que no preocupa ahora tanto de cara a las elecciones municipales por su débil estructura.
Es precisamente la formación de ultraderecha la que ahora menos inquieta al PP, pensando en unos comicios locales donde el limitado despliegue local de Vox da cierto respiro a los populares a la hora de pensar en muchas alcaldías y en la propia Diputación. Y sobre todo, desde el PP confían en que el votante que se ha dejado llevar de «forma visceral», como calificaron los responsables populares en la madrugada electoral a los votantes del partido ultra, se lo piensen mejor porque «la gente ya se habrá dado cuenta de que votar a Vox no garantiza «lo que ellos quieren», es decir, no te recompensa con «echar a la izquierda de las instituciones». Un nuevo argumento que el PP utilizará para pedir el voto en la campaña de las elecciones municipales.
El primero que ha puesto la voz de alarma de cara a afrontar la disputa de las alcaldías es el candidato por Alicante, Luis Barcala. En la larga noche electoral ya se le vio el más desencajado de todos los políticos populares, sin ir en ninguna lista de las que se sometían a votación. El varapalo ha sentado como un serio correctivo ante el que hay que reaccionar de forma urgente. Sin embargo, antes de que llegue la acción-reacción que puede hacer sobrevivir al PP, los especialistas aconsejan aplicar el coma inducido, un estado de inconsciencia donde el paciente aumentará su seguridad, reducirá el dolor y provocará la amnesia para que no recuerden lo ocurrido.
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