Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Elecciones Generales 2019

Elecciones generales 2019 | Pedro Sánchez: cuatro años en el centro de la tormenta

Elecciones generales 2019 | Pedro Sánchez: cuatro años en el centro de la tormenta

Pedro Sánchez ha vivido desde su epicentro cuatro años agitados de la historia de España a los que hoy aspiraba a poner fin. Él mismo contribuyó a esa agitación -que imprimió al tiempo reciente de la política un vértigo que quizá no conocía desde el período incierto de la Transición- en dos momentos sobre los que se aupó hasta encabezar el Ejecutivo y que pueden interpretarse como los puntos críticos de un único episodio. Primero fue el «no es no» a Rajoy, con el trágico efecto secundario de su caída y descenso a los infiernos para regresar como el redivivo, y después el «sí es sí» a la moción de censura contra el mismo que, con la pasividad mortífera de la que hizo todo un estilo, meses antes había conseguido que el PSOE saltara por los aires.

Así llegó al poder en el que ahora confía en consolidarse al menos el próximo cuatrienio. Ambos episodios, entre los que apenas median dos años, hacen que la trayectoria de Sánchez sea una enmienda a todos los pronósticos y lo perfilan como un atisbador de oportunidades, que a veces apura hasta el oportunismo.

Esa disposición al riesgo, tan propia de quien nada tiene que perder y henchida por una gran ambición de poder, se contrajo de forma radical una vez alcanzado el sitial del Gobierno, como se pudo comprobar en su actitud elusiva ante los debates de campaña en televisión. Ahora ya tiene mucho que perder: el lugar al que pensó que nunca llegaría y sobre el que levantó su triunfo electoral, al transformar un Ejecutivo que prometió circunstancial en un privilegiado escaparate electoral. De nuevo el oportunista.

El deporte forja carácter y en la forma de estar en política de Pedro Sánchez Castejón, con su 1,90 de altura y un porte de guapura afeado a posta en las fotos de campaña, queda un potente rastro del baloncestista cuya primera orientación vital, mucho antes de embarcarse en la política, era convertirse en jugador profesional.

De aquella etapa conserva la visión rápida de la jugada y la resistencia a dar un balón por perdido, lo que a veces lo lleva situaciones confusas, difíciles de exponer con nitidez, como la del «relator» del conflicto catalán, el «padre» del anticipo electoral.

El episodio propició la manifestación de Colón, que unió a lo que el PSOE identificaría como «las tres derechas». La renuncia de Sánchez a una iniciativa tan dudosa como de alto coste político, cuyo objetivo único era garantizar unos meses más de existencia al que terminaría por ser el Gobierno más corto de la democracia, precipitó el rechazo del soberanismo a los presupuestos, al que siguió la llamada a las urnas.

Pese a que con su apoyo en la moción de censura consiguió desalojar al PP del Ejecutivo, el secesionismo propició los dos momentos críticos de Sánchez, el de su caída política y el de la convocatoria de elecciones. La vieja guardia y los barones del partido arguyeron un acercamiento temerario al independentismo catalán para cercenar a Sánchez en 2016.

Había mucha más mar de fondo, como el desagrado ante un líder de ocasión que se empeñaba en perpetuarse, pero aquella acusación desde el seno de su propio partido -como la etiqueta del «Gobierno Frankenstein» acuñada por Alfredo Rubalcaba- le persiguió hasta el último día de la campaña, amplificada hasta el tremendismo de declarar su desalojo como «emergencia nacional» por PP, Ciudadanos, espoleados por Vox. En «Manual de resistencia», el libro que Irene Lozano le cortó a medida, Sánchez sangra profusamente por esa herida: «Hay una identificación dañina e interesada en la política española, consistente en equiparar el simple hablar con el diálogo; el diálogo con la negociación y la negociación con la concesión. De manera que cuando dos dirigentes políticos hablan ya estamos en puertas de una claudicación».

Madrileño del 72, el probable presidente es el mayor de una nueva generación de líderes que, cada cual a su manera, supone una ruptura con la élite política precedente, el último de cuyos representantes, Mariano Rajoy, se extinguió con una moción de censura que hizo historia por inédita.

En su versión más superficial, los del relevo tienen un currículum académico más extenso, en ocasiones engordado con títulos bajo sospecha, habla inglés con fluidez, pero soporta el recelo, que también tiene mucho de diferencia generacional, de la falta de solidez para la misión a la que aspiran.Sánchez, empeñado en negar la defunción de la socialdemocracia, ganó consistencia en el camino hacia su resurrección y cubre carencias con la severidad del cargo, pero se le reprocha su volatilidad y disposición cambiante, de las que en los últimos diez meses de Gobierno en precario ha dado pruebas reiteradas.Desde ayer, quizá pueda dormir más tranquilo, después de muchos días conviviendo con la duda de si habrá colchón nuevo en La Moncloa.

Sánchez saca la calculadora

Al gran triunfador de la noche no le vale con Unidas Podemos para formar gobierno y tendrá que hacer cuentas. Anoche avisó: hablará con todos pero «dentro de la Constitución»

Tras volver a darle una victoria al PSOE once años después, Pedro Sánchez echa ahora mano de la calculadora para buscar apoyos a su investidura. No tiene por qué ser una hazaña imposible. Las elecciones dejan clara la victoria de Sánchez y su posibilidad de seguir gobernando. Y dejan más clara la debacle del PP de Pablo Casado.

El popular es el gran perdedor y Sánchez, el gran triunfador, porque supo ver esa coyuntura cuando convocó elecciones, y porque ha recuperado 37 escaños con un mensaje centrado, precisamente, en frenar a las derechas.

Otras dos caras de la moneda que le interesa a Sánchez las vemos en Rivera, que sube e Iglesias, que baja. Pero el primero ya ha dicho que irá a la oposición y el segundo tiene más cerca que nunca entrar en un gobierno de «coalición de izquierdas». Habrá que ver cómo se ponen de acuerdo porque la intención de Sánchez siempre ha sido la de gobernar en solitario con apoyos parlamentarios.

En cualquier caso, al presidente no le vale solo Podemos para conseguir la investidura. Le toca sacar la calculadora e ir buscando los apoyos. Seguramente mire hacia el PNV, Compromís, Coalición Canaria y al Partido Regionalista de Cantabria. Y aunque convenza a todos ellos aún le faltarían votos. Por eso tendrá que hablar también con los independentistas, posiblemente para buscar al menos abstenciones. Anoche ya avisó: quiere dialogar con todos los partidos políticos para gobernar «dentro de la Constitución». Esa es su línea roja. A partir de ahí, a hablar.

patricia de arce madrid.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats