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El Partido Popular se mete en las trincheras

El cierre de las listas del PP para las generales y autonómicas es el último intento de Bonig y Císcar de resistir frente al avance del poder de Pablo Casado: las urnas decidirán el 28-A

Bonig junto a Pablo Casado durante un acto reciente en Alicante. héctor fuentes

Cuando Adrián Ballester, apoderado del PP ante la Junta Electoral y uno de los grandes triunfadores del cierre de las candidaturas para las elecciones generales y autonómicas, registre hoy mismo las listas para esa doble cita del 28-A habrá puesto en manos de las urnas un pulso que tiene como trasfondo final la renovación y el control de la dirección regional y provincial del partido. Así de claro. Durante las próximas semanas, todos los que aparecen en esas papeletas se van a dedicar en cuerpo y alma al último tramo de la campaña electoral. Ese periodo en el que hasta los «compañeros de partido» más enfrentados son capaces de lanzarse algún piropo, de echarse unas risas forzadas y hasta de compartir un mitin. Postureo. Pero lo que está en juego es, al margen de sacar de la Moncloa a Pedro Sánchez o de volver cuatro años después al Palau de la Generalitat que en 2015 conquistó la izquierda con el Pacte del Botànic, ni más ni menos, que la vara de mando del PP.

Desde que se libró la primera guerra mundial hace ya más de un siglo sabemos que la guerra de trincheras no conduce más que a la autodestrucción pero, desde luego, debe existir algún tipo de condicionante dentro de las organizaciones políticas que, casi siempre, lleva a unos y otros a enrocarse. A cavar la trinchera como reducto defensivo. Sin abordar la solución. Parapetarse es la mejor forma de ignorar la raíz del problema, optando de salida por la solución peor: el choque. Y a esa vía se han encomendado en el PP. Unas listas de trinchera en las que Isabel Bonig y José Císcar buscan intentar salvar a parte de su núcleo duro a riesgo de perder algo de aire del flotador que les mantiene todavía respirando por encima del agua. Lo han hecho con un argumento: el trabajo parlamentario como si eso, a estas alturas, contara en política. Ganar tiempo a la espera del resultado electoral en una trinchera ubicada estratégicamente en la puerta de las Cortes Valencianas. Cuestión de pura resistencia.

Frente a ese movimiento, Pablo Casado, con el murciano Teodoro García Egea como ejecutor en su papel de jefe del «aparato» del PP, ha aprovechado este proceso de confección de listas para preparar su asalto desde una trinchera que ya le permite controlar por completo las candidaturas al Congreso y el Senado, disponer de su alto mando en la provincia en el campo de batalla - César Sánchez y Pablo Ruz- y, además, proyectar una operación para romper las líneas defensivas de las Cortes Valencianas con nuevos referentes como el citado Adrián Ballester, desde ahora el hombre fuerte de Casado en el grupo parlamentario del Palau dels Borja. Incluso, volver a tejer alianzas con la vieja guardia que estuvo con Joaquín Ripoll en la presidencia provincial del PP como Macarena Montesinos y José Antonio Rovira. Apartados en su día por Císcar y hoy otra vez en la primera línea. Un tirabuzón con doble giro de esos que a veces se suelen producir en política.

Ese es el resumen de unas candidaturas que reducirán, con toda seguridad, el número de escaños para el PP. Hay menos a repartir. La irrupción de los ultras de Vox será a costa, fundamentalmente, de un trasvase de papeletas procedente de las filas del PP aunque también, en parte, del voto protesta que se fue a Ciudadanos en 2015. Unas listas elaboradas en clave interna: colocar peones para blindarse de cara al futuro. La decisión está en manos de lo que salga de las urnas del 28 de abril. Ahora mismo casi nadie piensa en las municipales del 26 de mayo. Lo que ocurra entonces depende casi en exclusiva de la primera cita. Isabel Bonig y José Císcar lo fían todo a una carta. Como ese jugador de póker que acaba poniendo el resto. All in... O queda eliminado, o sigue adelante. A veces «engancha» figuras ganadoras. Y gana. O se queda sin margen para continuar echándose el farol y se queda fuera.

Necesitan formar gobierno para poder repartir más cargos desde la Generalitat y seguir adelante. Por eso la actual dirección regional del PP está dispuesta a pactar, como en Andalucía, con los ultras de Vox. O con el mismísimo diablo si fuera necesario. De lo contrario, si Isabel Bonig acaba de nuevo con sus huesos en la oposición frente a los socios del Botànic, el partido se abrirá en canal y los «casadistas» tomarán el control sin ningún tipo de oposición. Es cierto que Casado también está pendiente de lo que ocurra con el resultado de las generales. Pero parte con una ventaja: lleva apenas nueve meses en el cargo y, por tanto, puede tener otra oportunidad. Pero además, a diferencia de la actual dirección regional y provincial del PP que está en tiempo de descuento, Casado ni está todavía a la defensiva ni tampoco tendrá «topos» en sus grupos parlamentarios en Madrid, ahormados a su imagen y semejanza con dirigentes de su absoluta confianza, como ha ocurrido en Alicante y València. Hoy se registrarán las listas. Y la decisión del camino que toma el PP está en las urnas. La respuesta en un mes.

Y dentro de tres semanas la segunda vuelta

Acostumbrados a decidir en el último minuto, el PP tiene ahora tres semanas de margen para la segunda vuelta de este proceso: el orden definitivo de las candidaturas municipales con lo que eso supone de cara, por ejemplo, a la configuración de la Diputación. El plazo en el que las papeletas locales deben registrarse en las Junta Electorales de cada zona coincide con la primera semana de la campaña para las elecciones generales y autonómicas. En el caso de Alicante, por ejemplo, Isabel Bonig ya ha advertido que se opone a que César Sánchez doble cargo en Madrid y en la Diputación, opción que él sí ha dejado abierta. ¿Cómo va a cuadrar el PP un debate que dejará heridas y tensiones en medio de una campaña electoral clave? Un gran interrogante. P. r. f.

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