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Marcando el terreno electoral

Los socialistas y Compromís se lanzan a una campaña sin agresiones entre ellos y airearán el pasado del PP con la corrupción

El presidente del PP, Pablo Casado, durante el acto del pasado domingo en Alicante. Héctor Fuentes

El primer fin de semana de la campaña electoral para la doble cita de generales y autonómicas del próximo 28 de abril -oyen bien sí: ya estamos irremediablemente en campaña aunque oficialmente ni siquiera haya arrancado el plazo de registro de candidaturas- ha servido para marcar el terreno de juego en el que se va a desarrollar una contienda a cara de perro pendiente de la movilización de cada uno de los bloques y con un resultado lleno de incertidumbre. La izquierda con el jefe del Consell y número uno socialista, Ximo Puig, y la vicepresidenta y líder de Compromís, Mónica Oltra, se ha dedicado a restañar las heridas del abrupto final de la legislatura que se saldó con el adelanto de las autonómicas para unirlas a las generales. Una decisión avalada por el PSPV pero que Oltra rechazaba. Disputarán los comicios como es obvio pero están convencidos de que, llegado el caso y si los números cuadran, reeditarán una segunda versión del Consell del Botànic. No les queda otra.

Unos y otros -no solo los dos líderes sino también los dirigentes y altos cargos- han rebajado los grados de tensión que se desataron tras la decisión de Puig de activar el botón rojo del avance de los comicios. Son conscientes, como quedó evidenciado en las entrevistas con Puig y Oltra publicadas por este periódico, que su electorado natural no les perdonará ni una sola duda. Ahora mismo la percepción de los socios del Botànic es que la contienda está empatada aunque con ligera ventaja a los puntos. Y cada voto cuenta para la izquierda. La imagen del pasado viernes de los dos pilares del Consell juntos detrás de la misma pancarta en la manifestación del 8 de marzo y, sobre todo, la declaración de intenciones de ambos para intentar repetir mandato serán una tónica de la contienda. Habrá competencia -eso es lógico y normal- pero en ningún caso se registrará agresividad entre los socialistas y Compromís, que cuadraron este fin de semana, además, el orden de sus candidaturas autonómicas para cortar de raíz con las cuestiones internas y lanzarse a tumba abierta en una larguísima carrera electoral con la intención de que, entre ellos, ofrezcan imagen de normalidad y «fair play».

Pero, además, hay otro mensaje más tanto de Ximo Puig como de Mónica Oltra que tendrá un gran impacto en el relato de estos comicios como agente movilizador de la izquierda. Y será el recurso a las potentes imágenes de la gestión del PP ejemplificada, entre otros asuntos, con la investigación por corrupción que ha llevado a Eduardo Zaplana a pasar nueve meses en prisión preventiva por un supuesto reparto de comisiones en adjudicaciones durante su etapa en la Generalitat; o las múltiples imputaciones de Francisco Camps. Todo saldrá a la escena política del arsenal de argumentos de la izquierda para movilizar. Por evidente que resulte no dejará de ser muy importante a la hora de calibrar la participación que, insisto, es la clave de estos dobles comicios del 28 de abril. Al tiempo.

«No queremos volver al pasado», lanzó Puig durante el comité nacional en el que el PSPV aprobó sus listas el pasado sábado. «El rival de Compromís es la indecencia, la corrupción y los recortes de derechos. Y ya hay partidos que han demostrado eso», vino a decir Oltra en la entrevista publicada este lunes después de unas primarias que han certificado, además, un nuevo liderazgo de la coalición en Alicante con Aitana Mas. Ojo con ese recordatorio de la corrupción del PP. Puede ser un eje determinante de una campaña en la que coalición entre Podemos y EU, el eslabón más débil de la izquierda, necesita subirse a un discurso que llene de un cierto sentido su mensaje. Su primera propuesta electoral intenta entroncar con la movilización feminista del 8M. Pero aún parece pobre como para insuflar ánimos a una fuerza política casi desaparecida pero que se puede beneficiar en una convocatoria de generales del arrastre que aún tiene Pablo Iglesias. Lo que ocurra con Podemos es decisivo. O ellos sacan la cabeza, o la izquierda no tienen ninguna opción de repetir en el Consell.

¿Qué se cuece justo en el otro lado del arco político? Pues que los ultras de Vox sin ni siquiera un sólo candidato en liza -tienen, eso sí, bastante avanzadas sus listas con gente hasta ahora desconocida para evitar los arribistas- ya han condicionado e impregnado todo el mensaje de la campaña del aspirante de Ciudadanos, Toni Cantó, y de la candidata del PP, Isabel Bonig, subordinados a su vez a las agendas, respectivamente, de Albert Rivera y de Pablo Casado. Calcan las estrategias de sus líderes nacionales, pendientes de una competición con la ultraderecha. De momento, Cantó fía todo su futuro al anticatalanismo y a atacar a Compromís. Por ahora, no hay nada más. Ciudadanos da prioridad a una campaña de confrontación ideológica como la que le condujo al éxito en Cataluña. Pero aquí no es la misma situación. Ni para lo bueno ni para lo malo. Y las sensaciones internas no son buenas. Algo no acaba de funcionar. Sorprende más la posición de Bonig que sí tiene un discurso claro y nítido, por ejemplo, en Sanidad o Educación pero que, sin embargo y tras la visita de este fin de semana de Casado, se ha vuelto a enredar en la agitación lingüística como principal hilo conductor de un debate que el PP, todo hay que decirlo, contribuyó a apaciguar en su día con la creación de la Acadèmia de la Llengua. Eso y sacar a pasear a Pedro Sánchez junto a Ximo Puig. Terreno abonado para una campaña durísima.

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