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La única carta que juega el PP

Los populares transmiten síntomas de agotamiento hace meses, agudizados esta semana con el trasvase de alcaldes a Cs

Hace semanas que la dirección provincial del PP que encabeza José Císcar daba por descontada la marcha del alcalde de Daya Vieja, Rafa Vives, y del primer edil de Guadalest, Enrique Ponsoda, antiguos colaboradores de Joaquín Ripoll durante su etapa al frente del partido. Les habían buscado, incluso, sustitutos a la espera sólo de que pusieran fecha a su salida a Ciudadanos, el destino que han elegido para continuar su carrera política. Conocida una decisión que se ha acelerado, como poco, en un mes por la convocatoria de las elecciones generales, la cúpula del PP se apresuró a restar importancia a la operación. La versión oficial reza que se trata de dos municipios con poca población y por tanto, aseguran, con un impacto limitado desde el punto de vista electoral en la bolsa de posibles votantes del PP. Y con eso despachó el partido un goteo que, posiblemente, se alargue con otras fugas durante los próximos días no sólo camino de Ciudadanos sino también de Vox cuando se cierre el grueso de las candidaturas.

Pero eso, en cualquier caso, tendrá que venir. Efectivamente, nadie puede negar que las poblaciones que gobiernan Vives en la Vega Baja y Ponsoda en la Marina Baixa son de las más pequeñas de la provincia. Ocurre, sin embargo, que en política no todo son estadísticas. Hay otras cosas que influyen en la decisión de los votantes y que, al final, pueden generar un impacto negativo devastador para una fuerza política. Y más con un electorado volátil y que, en un porcentaje cada vez más alto que incluso llega a un 40%, se decanta en el último minuto por la papeleta que mete en el sobre. Por eso, aunque el PP intente maquillar los síntomas del mal que le aqueja desde hace un cierto tiempo, no estamos ante un problema menor. Ni mucho menos.

No son dos bajas cualquiera. Conocido en el mundillo político como el «alcalde de Nueva York» por el impulso que le ha dado a su pueblo durante nada menos que 16 años de mandato, Rafa Vives ejerció durante años una enorme influencia sobre los pueblos medios y pequeños de la Vega Baja como coordinador comarcal del PP. Nada menos que en un territorio que, desde siempre, ha sido el gran granero de votos para ese partido y crucial para su resultado electoral. Enrique Ponsoda no jugaba ese mismo papel en una comarca como la Marina Baixa con gran peso del PP en los pueblos costeros -Altea, La Vila y Benidorm- y con un «jefe» en el interior como Bernabé Cano con mayorías aplastantes en La Nucía que ganaba influencia día a día. Pero es cierto que Ponsoda logró un reconocimiento entre las poblaciones más pequeñas a base de cumplir con todo lo que el partido le pidió. Hasta el punto de que fue alcalde de Benifato entre 2003 y 2011 para desactivar a la izquierda en la localidad. Y ese mismo año se pasó a Guadalest -estaba ligado a ambas poblaciones por sus dos ramas familiares- para devolverle el gobierno al PP después de cuatro años de mandato socialista. Todo eso le sirvió para ser coordinador comarcal y diputado provincial.

Así que, por mucho que digan en la cúpula popular, la salida de estos dos alcaldes, sin entrar en lo que pueda venir y más allá de los números, le genera al PP un gravísimo problema: trasladar la imagen de descomposición interna a las puertas de unas elecciones. Y no son unos comicios cualquiera. Tenemos un escenario inédito: menos de cien días por delante hacia una doble cita de elecciones generales, primero en abril, con municipales y autonómicos luego en mayo. Citas en las que los populares se juegan, por un lado, mantener la hegemonía de la derecha frente a Ciudadanos y el auge ultra con Vox; y, por otro, intentar gobernar a base de pactos a sabiendas, como en la dirección del PP dan por hecho, de que pueden cosechar sus peores resultados de siempre. Por eso, en la cúpula popular, a pesar de que el enfermo no tiene buena cara, intentan tapar sus dolores conscientes de que se asoman al futuro con una única carta. Y no es un as: gobernar aunque sea en mínimos históricos. O eso, o una guerra interna. No queda otra.

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