Hace ahora casi tres años, los socialistas se quedaron sin ningún senador electo por la Comunidad Valenciana. Solo conservaron al expresidente Joan Lerma pero por el cupo que corresponde elegir a las Cortes. En Alicante, como se recordará, el PP cosechó tres parlamentarios en la Cámara Alta mientras el cuarto se fue a la coalición que formaron Compromís y Podemos para aquellas elecciones generales. Para esa cita y a sabiendas de que los socialistas se podían quedar en blanco, el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, peleó hasta el último segundo con la dirección federal del PSOE -encabezada entonces por un debilitado Pedro Sánchez con el que Puig estaba enfrentado- para armar una coalición al Senado con los que eran, además, sus socios en el Consell: Compromís y Podemos. Fueron desde el PSPV, incluso, muy críticos con aquella negativa impuesta desde Ferraz.

¿Qué ha ocurrido ahora para que en las filas de los socialistas valencianos hayan asumido casi sin rechistar la inmediata y tajante negativa de Madrid a una Entesa para el Senado que ha muerto antes, incluso, de que se pudiera concebir? Las cuentas que manejan en la Moncloa. Y es que, en esta ocasión, la batalla del Senado es más importante de lo que parece. Es la cámara que tiene en sus manos volver a tomar una decisión sobre la suspensión de la autonomía en Cataluña, piedra angular del mensaje político de Pablo Casado y Albert Rivera. La irrupción de los ultras de Vox en la escena política favorece que el bloque de derechas pueda ahormar mayorías parlamentarias pero, sin embargo, allana el camino a los socialistas para sumar el plus que concede el sistema electoral para las generales a las formaciones más votadas al Congreso pero, sobre todo, en el Senado. Hasta el punto de que con un 25% de los votos se podría obtener una mayoría clara y nítida en esa cámara. Y eso, en estos momentos, concede una llave que es clave para tomar decisiones en Cataluña, el gran tablero en el que se juega una gran parte de la agenda política de España.

Los números que manejan en el PSPV para las generales, aún con una mejora electoral moderada, les conceden opciones de colocarse como primera fuerza en las tres provincias. Sería la primera vez que eso ocurre en casi tres décadas. Y tiene Vox parte de «culpa»: se come parte del electorado del PP y tapona a Ciudadanos. Eso permitiría entrar a los ultras en el reparto del Congreso pero privaría a la derecha de la mayoría en el Senado. Sin abrir el debate, Puig asintió. Una alianza con Compromís y Podemos, aunque solo fuera para el Senado, trasladaría una imagen de «frente popular» de la que los socialistas quieren huir para no espantar al votante de centro que puede caer procedente de la radicalización de Ciudadanos. «El PSOE tiene un proyecto propio y lo quiere defender», aseveró el jefe del Consell consciente de que aparecer como la primera fuerza en las generales de abril le dejaría en una muy buena posición para intentar reeditar una segunda versión del Botànic en mayo.

Este escenario aleja definitivamente cualquier debate interno en Compromís sobre la posibilidad de cuadrar una nueva alianza con Podemos para las generales. A la tercera se produciría la ruptura. Ni siquiera para el Senado. Primero: como apuntaba ayer Joan Baldoví, portavoz de Compromís en el Congreso, nadie entendería que en abril fueran juntos y en mayo por separado. Segundo: existe una posición generalizada dentro de Compromís de concurrir en solitario a las elecciones para consolidar un espacio propio en Madrid de cara a impulsar en las autonómicas a Mónica Oltra a sabiendas incluso del riesgo, por la fragmentación y aún con un buen resultado, de perder un diputado por Castellón. Y tercero: no a lugar a un acuerdo táctico para el Senado que se podría quedar sin puntuar si sólo fuera junto a Podemos, el único de los tres socios del Botànic que insiste en negociar una entente para intentar frenar su retroceso. Pura resistencia morada.