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El político que no lo parece

El director del Teatro Principal salta a escena, pero a la de la política como candidato socialista a la Alcaldía de Alicante. Aunque quizá lleva mucho tiempo siendo político

Paco Sanguino, en una imagen tomada en el Teatro Principal de Alicante. rafa arjones

Si la inteligencia debería (debe) ser para un político como el valor en el ejército, que se le supone, el recién proclamado candidato socialista a la alcaldía de Alicante, tiene de sobra. De ambas. Inteligencia y valor. Paco Sanguino (Alicante, 1964) puede ser muchas cosas, pero sobre todo es un alma inquieta que no ha calentado durante mucho tiempo los sillones en los que se ha sentado a lo largo de su trayectoria.

Actor, dramaturgo, director y entre medias profesor, muchas ocupaciones son las que ha tenido este teatrero de corazón -denominación que luce con orgullo- que ahora tendrá que cerrar la puerta del despacho del Teatro Principal de la ciudad, donde entró en 2015 para ocupar un cargo que suponía «el máximo honor» para un hombre de teatro. Y la cerrará sin mirar atrás, como ya ha hecho en muchas ocasiones.

Mordaz, irónico, tranquilo, conversador incansable, peleón hasta la saciedad (suya y de su contrincante), Sanguino puede ser el más político de todos los candidatos que se presentan a estas elecciones, pero al que menos se le nota.

Fue propuesto como director del Principal por Guanyar. Con el respaldo de Compromís. En junio del año pasado se convirtió en miembro del Consell Valencià de Cultura, a propuesta de Podemos. Su perseverancia con València y el presidente Ximo Puig, llevó a la Generalitat a convertirse en copropietaria del teatro alicantino, en lo que él considera su mayor logro al frente de este coliseo. Terminó esta operación siendo el gobierno municipal del PP. Y ahora concurre a las elecciones para alcalde con el sello socialista pero como independiente.

Cintura, desde luego, no le falta. Si le preguntas, lo tiene claro. Le importan las políticas más que los políticos y las personas más que los personalismos. Por eso, respeta y critica con la misma vehemencia a nombres de un lado y del otro. Y por eso ha servido de correa de transmisión en más de una negociación de palacio.

Sanguino, Francesc o Paco, a él le da igual -aunque dice que Paco le llaman sus amigos-, tiene las tablas que adquirió desde que fue uno de los fundadores de la compañía Jácara en 1981, durante su etapa de estudiante en el Instituto Jaime II. Como dramaturgo, lleva en la mochila varios premios, como el Marqués de Bradomín o el de Mejor Texto Dramático de la Generalitat. También ha escrito series de televisión y creó su propia compañía, El Club de la Serpiente. Preside la Associació Valenciana d'Escriptores i Escriptors Teatrals y el pasado año se convirtió en vicepresidente de la Academia de las Artes Escénicas. También fue redactor de Recursos en la Red, profesor de Lengua y Literatura, y lo es de lenguas clásicas en Secundaria.

De pluma afilada, se mueve en las redes sociales como pez en el agua. La crítica es su fuerte. Y la ironía, aún más. A un lado y a otro. En valenciano o en castellano. Podría hacerlo hasta en latín y griego, pero esa es otra guerra.

El próximo mes de mayo saltará de nuevo a escena. Lo ha hecho muchas veces en su vida. Pero en esta ocasión su obra tiene que contentar no al público del patio de butacas sino a toda una ciudad. No es lo mismo. El panorama se presenta interesante. Su candidatura ha liado la madeja de tal forma que ahora se enfrenta en las urnas a todos aquellos que le empujaron en algún momento en los últimos años. Empezando por Daniel Simón, concejal de Cultura con el tripartito cuando asumió el cargo de director del Principal, que es alcaldable por EU a la espera del pacto con Podemos. Compromís, que le catapultó a ese puesto, aún sin decidir candidato, aunque todo apunta a Natxo Bellido. Y en el otro frente, Luis Barcala, el actual alcalde del Partido Popular que acabó disipando su desconfianza hacia él para convertirla en respeto.

Cuando ocupó el despacho del Teatro Principal aseguró que no era el primer proyecto imposible en el que se metía. Ni el último, desde luego.

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