Fue una de las grandes promesas de la campaña electoral. A sabiendas incluso de que tenía el Palau de la Generalitat al alcance de su mano, Ximo Puig, entonces aspirante al Consell y líder socialista, se plantó en Benidorm y lanzó una de las principales ideas fuerza entre sus promesas para la provincia. Volvería a crear una conselleria de Turismo y la ubicaría en Benidorm, en lo que suponía no sólo un reconocimiento al principal motor económico de la Comunidad sino también el primer intento de descentralizar de forma efectiva el poder ejecutivo del Consell que se acumula en València. La iniciativa suponía un enorme reto. La conselleria de Turismo apenas había tenido recorrido durante unos años del mandato de Francisco Camps y el propio PP la acabó clausurando después de que se convirtiera en uno de los centros de contratación «a medida» de la trama Gürtel con El Bigotes de delegado comercial.

Luego, sin embargo, el encaje de bolillos para conformar los pactos del Consell del Botànic con Compromís llevaron a Puig a dar marcha atrás. La prometida conselleria se quedó en una secretaría autonómica dependiente de Presidencia sin sede en Benidorm, donde, eso sí, continúa el Instituto del Turismo (Invatur) que ya venía, todo hay que decirlo, de la época del PP. Para pilotar la política turística de la Comunidad, Puig eligió a Francesc Colomer, uno de los dirigentes con mayor proyección del socialismo valenciano y antiguo alcalde de la localidad castellonense de Benicàssim. El nombramiento ya supuso una decepción para el sector turístico de la provincia. Así que el jefe del Consell designó a la alicantina Raquel Huete como segunda de a bordo del departamento con rango de directora general. Ahora, sin embargo y a seis meses de las elecciones, la hasta ahora número dos de Turismo se ha tenido que marchar por una cuestión personal. Para relevarla, el gobierno valenciano eligió a Josep Gisbert, que ya estaba en el organigrama de la conselleria y que, como Colomer, también procede de Castellón.

Es cierto que es muy complicado encontrar a un técnico alicantino de primer nivel, como era el caso de Raquel Huete, dispuesto a asumir ese cargo por un periodo corto de tiempo y pendiente de unas elecciones autonómicas que, aunque parecen decantarse hacia una reedición del Botànic, siempre son inciertas. Pero la decisión supone, de alguna manera, otro episodio difícil de justificar en el relato de la Generalitat en Alicante. Un relato en el que, en materia turística, hemos pasado de una conselleria de Turismo con sede en Benidorm a la nada.