El arranque del congreso que elegirá al sucesor de Mariano Rajoy, como estaba cantado durante los últimos días con la correlación de fuerzas de uno y otro bando, ha certificado la fractura que lastra al PP en Alicante y en el conjunto de la Comunidad Valenciana. El «aparato» provincial de José Císcar y también la inmensa mayoría de los colaboradores de Isabel Bonig en la cúpula regional intentan salvar el poder con una victoria de Soraya Sáenz de Santamaría, en cuya candidatura están volcados. Los partidarios de Pablo Casado, por su parte, advierten de que su triunfo, necesariamente, tendrá que llevar aparejada de forma automática una renovación tanto de la organización autonómica como alicantina. Una batalla por el control del PP de gran calado que, probablemente y con un resultado ajustado como el que las dos candidaturas vaticinan, tampoco se acabará resolviendo con el incierto final al que parece estar abocado este congreso.

Una victoria por la mínima de la que fuera vicepresidenta con Rajoy dejaría el margen suficiente a los partidarios de Casado para mantener la presión contra Císcar y el equipo de Bonig. Un triunfo ajustado de Casado le daría el poder en Génova pero el peso territorial en Alicante y València continuaría en manos de los que no le han votado. Así que este proceso interno ha reabierto, sin ninguna duda, las heridas de los populares en la provincia y en la Comunidad. Unos, el bloque que respalda a Soraya, intenta salvar el cuello y seguir al mando. Otros, los seguidores de Casado, intentan hacerse fuertes en sus feudos, caso del presidente de la Diputación, César Sánchez, o del alcalde de Alicante, Luis Barcala; cogerse al último asidero para resistir en el cargo como el primer edil de Orihuela, Emilio Bascuñana; o ser protagonistas del cambio que proclama Casado caso de Adrián Ballester y Alejandro Morant, ambos vicepresidentes de la Diputación, o el candidato ilicitano Pablo Ruz.

En los pasillos del cónclave, a pocas horas de que mañana se vote, el ambiente era de tensión entre los compromisarios alicantinos, reproches en privado de unos a otros, críticas contra el «aparato» de Císcar por las presiones a delegados y reproches contra el sector de Casado por ofrecer puestos en la ejecutiva con los que luego, dudan, no van a poder cumplir y por sumar una coalición de perdedores que corrige el voto de los militantes. Los partidarios de Santamaría aseguran que en Alicante se acercan al 65% de los votos mientras que los de Pablo Casado afirman que hay un empate. Nadie, sin embargo, se aventura a dar un ganador por seguro. Cruce de ataques y guerra de cifras en los pasillos de una primera jornada del congreso popular que se celebra este fin de semana en Madrid y que estuvo marcada, fundamentalmente, por las despedidas de María Dolores de Cospedal y del propio Mariano Rajoy, ya instalado desde hace unas semanas como registrador en Santa Pola.

Los dos bandos se enfrentarán hoy en una votación con una pugna de consecuencias imprevisibles y que puede alimentar a partir de ahora los conflictos pase lo que pase con el trasfondo, además, de la lucha por la elaboración de las candidaturas electorales para 2019. La estabilidad del PP se resquebraja, por tanto, a meses de unas elecciones claves. Unos comicios decisivos para el PP por el auge de Ciudadanos y que, en ningún caso, validarán el liderazgo que salga de este congreso. Es la primera vez en mucho tiempo que la delegación alicantina y valenciana acude a un cónclave nacional tan enfrentada. Y a eso se añade, en el caso de la provincia, además, la guerra abierta dentro del partido en la ciudad de Alicante por el documento atribuído al exsubdelegado del Gobierno, José Miguel Saval, en el que se reclama, entre otras cosas, el relevo del alcalde Barcala y del resto del equipo de gobierno. Una gran polémica que está marcando las primeras horas de este cónclave.

Juntos pero no revueltos

En estas condiciones se celebró anoche la cena de compromisarios de la Comunidad, delegación que forman 109 mujeres y 277 hombres. Una cita que, hasta ahora, servía para exhibir músculo y sacar tajada en los órganos de dirección del PP pero que, en esta ocasión, certificará la profunda fractura que atenaza a la formación en la provincia y en la Comunidad. Fue una cena en la que todos estuvieron juntos pero no revueltos. Mirándose de reojo a la espera de la votación de hoy y en la que la presidenta regional del PP, Isabel Bonig, trató de trasladar el mensaje que ya venía lanzando en los últimos días. Preservar la unidad pase lo que pase en la votación para tratar de llegar en las mejores condiciones a las elecciones de 2019. Precisamente, a su llegada al cónclave acompañada entre otros por José Císcar dos horas después del inicio pero antes intervenir Rajoy, Isabel Bonig asumió que el partido está abocado a un enfrentamiento y dejó «libertad absoluta» a los compromisarios ya con vistas a tratar de reconducir las relaciones dentro del PP sea cual sea el resultado final. «Lo más importante es que, una vez se conozca el resultado, el PP se mantenga unido: neutralidad e integración», volvió a reiterar Bonig.

En sus declaraciones ante los medios de comunicación, la número uno regional del PP reivindicó el proceso de primarias y recordó al PP de José Maria Aznar y los éxitos electorales de Eduardo Zaplana -hoy en prisión por su gestión en la Generalitat- y Francisco Camps -con dos imputaciones a sus espaldas por la Fórmula 1 y pendiente de una posible investigación por Gürtel- que, según explicó, consiguieron «abrir el partido» a todas las sensibilidades y cosechar mayorías absolutas. Bonig, que confesó que el resultado está muy ajustado, pidió «lealtad» a los que pierdan y «generosidad» a los que ganen. Quiere presencia valenciana pero nadie está mirando eso ahora. Porque lo cierto es que, en estos momentos, los populares son una organización dividida y fracturada. Un partido muy partido.