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Nada será igual en el PP

El congreso que afrontan los populares resucita la batalla ideológica que los populares cerraron en falso hace una década en València y abre el debate sobre el futuro de los «hijos» de Camps al frente del partido

José Císcar junto a Soraya Sáenz de Santamaría en un acto de campaña de la exvicepresidenta celebrado en la ciudad de Alicante hace unos días. Álex Domínguez

Nada será igual en el PP después del congreso que, en menos de una semana, se celebrará en Madrid para elegir entre Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado al sucesor de Mariano Rajoy, alejado ya de la gran batalla de su partido y más pendiente de recorrer los paseos marítimos de Alicante y El Campello en su trote matutino antes de ir al trabajo en Santa Pola como acreditan las fotos de «runners» alicantinos que a diario proliferan en las redes sociales. No es, en ningún caso, un relevo de trámite o de transición en el PP. Ni mucho menos. Ese congreso, para el que se ha elegido como sede el mismo escenario que encumbró por primera vez a Pedro Sánchez como líder del PSOE antes de que los propios barones socialistas provocaran su caída y de su posterior vuelta; ese congreso, decía, reedita la batalla ideológica que el PP cerró en falso hace ahora una década en el cónclave que se celebró en València y que se saldó con la continuidad de Rajoy apoyado en Francisco Camps, líder absoluto en aquel momento de los populares valencianos. Y, a la vez y cuando falta menos de un año para las elecciones autonómicas y municipales, ese congreso también abre el debate en la Comunidad y en la provincia sobre el liderazgo de los «hijos» de Camps, hoy aún al frente del partido con las figuras de Isabel Bonig y José Císcar. Un escenario impensable hace apenas dos meses pero que se ha precipitado después de que triunfara la moción de censura que tumbó a Rajoy para aupar a Pedro Sánchez a la Moncloa y, de paso, abrir en canal a todo el PP.

Hace ahora diez años, en aquella cita organizada en la Feria de València y facturada en parte por la Gürtel de El Bigotes y Francisco Correa, la entonces presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, empujada por el ala dura del PP, estuvo amagando hasta el último minuto para, con el apoyo de José María Aznar, competir contra Rajoy. La imagen de Aznar, cuatro años después de abandonar el gobierno de España, desairando en público a Mariano Rajoy, al que había designado sucesor «a dedo» en 2004, marcaron la jornada inaugural del cónclave trasladado hasta València, única y exclusivamente porque Camps era el báculo en el que Rajoy, ya por entonces derrotado en dos ocasiones por Zapatero en unas elecciones, se sustentaba para mantener su liderazgo en el PP. Ese movimiento del campismo, con casi todos los que hoy están al frente del partido y la Comunidad ya en la primera fila, aplazó aquel debate ideológico en el PP. Rajoy aguantó y se hizo con la Moncloa en las generales de 2011 tras quedarse sin Camps arrastrado por la corrupción y antes de repartir el poder entre Santamaría en el gobierno y Dolores de Cospedal en Génova, Aguirre se replegó y Aznar dejó hasta la presidencia de honor del partido que le habían creado en su día a su imagen y semejanza.

Atrincherado desde entonces en Faes -guardián de la esencia más conservadora del PP- y mostrando complicidad y sintonía pública con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, ahora el mensaje de Aznar ha encontrado eco en Pablo Casado para intentar tomar de nuevo el mando, recuperar el discurso prestado a Rivera y, de paso, saldar las cuentas pendientes de aquella vieja batalla ideológica avivada ahora por la crisis territorial de España que tiene su máximo exponente en el «procés» catalan. A día de hoy, sin embargo, no hay ningún líder autonómico en el PP con fuerza suficiente para hacer frente en solitario a esa escena. Santamaría intenta apoyarse en Andalucía y en los «hijos» de Camps que siguen controlando con muchísimo menos poder una organización del PP en la Comunidad Valenciana y en Alicante que, a diferencia del año 2008, está más debilitada que nunca tanto en su estructura como también en las instituciones.

El resultado, más allá de las cuentas en las que los dos bandos se atribuyen la victoria, es incierto y tiene un impacto en el futuro de los populares valencianos y alicantinos para 2019. Es verdad que José Císcar salió muy bien parado de la votación de afiliados del pasado 5 de julio con una victoria amplia de Santamaría y que eso, a su vez, le dio margen a Bonig. Pero también es cierto que en esta segunda vuelta del congreso, ambos se la juegan igualmente. Para mantener la estabilidad necesitan que gane la que fuera vicepresidenta con Rajoy, que garantiza continuidad al menos hasta las elecciones. Y se han empleado a fondo. Este viernes, de hecho, Císcar y Bonig unieron su futuro al de Santamaría en sendos actos en Alicante y València con el exministro Íñigo de la Serna, número dos de la candidatura. Hoy llega Casado a la caza de compromisarios en un acto que además, ojo, apadrina a una nueva hornada de dirigentes y cargos populares dispuestos a buscar el poder o, como mínimo, a empezar a cuestionar la herencia de los «hijos» del campismo como paso previo a abrir una nueva etapa. Pase lo que pase, sin embargo, nada será igual. Unos sólo resisten y otros sólo atacan. Sin puentes. Y encima ahora los militantes también pueden votar.

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