Primera hora de la mañana del martes 22 de mayo. Hace apenas tres semanas. La Policía detiene a Eduardo Zaplana -exalcalde de Benidorm y el primer presidente que consiguió colocar el PP en el Palau de la Generalitat en 1995- en el marco de una operación contra la corrupción por el supuesto cobro de comisiones ilegales de adjudicaciones que se remontan a su etapa en el Consell. Ese día se precipitó una sucesión de acontecimientos que siguió apenas 48 horas después con la aprobación en el Congreso de los presupuestos generales del Estado para 2018 que volvían a discriminar a la Comunidad y a Alicante con el voto del PP y Ciudadanos. Continuó con la sentencia de la pieza principal de la trama Gürtel que condenaba también a la cúpula popular. Y vivió su traca final con la llegada por sorpresa del socialista Pedro Sánchez a la Moncloa a través de una moción de censura que tumbó a Mariano Rajoy en una jugada en la que tuvieron gran protagonismo Compromís, Podemos y el independentismo catalán.

Todos esos movimientos han culminado un inesperado vuelco político en toda España. Un cambio de tablero de tal calibre que ha obligado a todos los partidos de la Comunidad Valenciana y de Alicante a reordenar su estrategia de cara a las elecciones municipales y autonómicas de 2019. Hace poco más de un mes, el PP se había lanzado, en versión de su presidenta regional, Isabel Bonig, con todas sus fuerzas a una «Reconquista» de la Generalitat que, precisamente, arrancaba en Alicante. El sábado 5 de mayo, un Mariano Rajoy que ya negociaba con los nacionalistas vascos para desbloquear los presupuestos con la idea de dar estabilidad a los dos años que restaban de legislatura y frenar la presión de Ciudadanos, se presentó en la capital de la provincia para avalar a Bonig y bendecir a Luis Barcala como alcalde de Alicante, un puesto que el edil había logrado apenas días antes entre el fracaso de la izquierda y el voto de una tránsfuga de Podemos.

La dirección del PP contaba con las «promesas» del Gobierno -las visitas de Rajoy y de sus ministros a la provincia y a la Comunidad se habían multiplicado en los últimos meses- y con el eje institucional que forman la Diputación junto al Ayuntamiento de Alicante para remontar y frenar a Ciudadanos en 2019. Pero todo se les volvió a torcer a los populares con esa detención de Zaplana. Aunque muy vinculado en los últimos tiempos a Albert Rivera, la figura del expresidente arrestado por la Policía y su ingreso en la prisión de Picassent supuso un golpe durísimo de imagen para el PP. Con la votación de los presupuestos del Estado -a pesar de que volvían a colocar a la Comunidad y a la cola en el reparto de las inversiones- los populares dieron por garantizada la estabilidad para los dos años que restaban de legislatura con el respaldo del PNV. Fue un respiro. No contaban que la sentencia de la Gürtel provocara esa moción de censura que, finalmente, acabó con Rajoy. Ni tampoco con ese giro de los nacionalistas vascos.

Un movimiento que rompe, por completo, el calendario y las estrategias de los populares en la Comunidad y en la provincia para los próximos meses. El esquema ha variado de principio a fin. Ya no cuentan con el Gobierno de Madrid. Pero además se enfrentan a un calendario judicial muy duro que se puede agravar de forma inminente con la sentencia de la pieza de Gürtel sobre la financiación ilegal del PP en las elecciones autonómicas de 2007 y las generales de 2008. Y también con las decisiones de la Fiscalía que acercan a Francisco Camps al banquillo en la investigación de la Fórmula 1. Pero, además, se meten en una espiral de batalla interna con la convocatoria de un congreso para el mes de julio en el que elegir un nuevo liderazgo. Un proceso que tapa por completo la labor de oposición de Bonig y el presidente provincial del PP, José Císcar, y que bloquea, además, la selección de candidatos como en la ciudad de València. Una tormenta perfecta que «azota» al PP.

Como reconocen a uno y a otro lado, los socialistas, por contra, cogen aire aunque siguen en observación. Llegar al gobierno rejuvenece y, encima, si la relación de ministros que ha logrado cuadrar Pedro Sánchez destila una enorme proyección y aroma de cambio en la política española, todavía más. «A nosotros nos ha hecho viejos», admite un dirigente del PP. El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, es consciente de ese escenario político que se le abre. A la estela de lo que ocurra en Madrid, el PSPV puede salir beneficiado de cara a un objetivo que ya marcó el pasado martes el jefe del Consell durante su comparecencia en las Cortes: repetir el Botànic después de las elecciones de 2019. Por eso, durante el debate de la moción de censura, fue uno de los barones socialistas más activo a favor de la iniciativa de Pedro Sánchez y, tras conocerse la composición de gobierno, también lo ha defendido en varias intervenciones. A Puig, en estos momentos, le interesa recuperar la relación con el presidente del Gobierno, muy deteriorada por los últimos procesos internos que les pusieron en bandos diferentes. Ahora los socialistas quieren mantener el gobierno en Madrid, como pronto, hasta finales del año que viene con lo que en las elecciones autonómicas y municipales, Ximo Puig podría contar con una inyección inesperada desde Madrid a poco que mejore algo el nivel de inversión y se empiece a encauzar el debate de la financiación autonómica, como así parece con el primer gesto que ya surgió del Consejo de Ministros de este viernes.

Esa vuelta del debate político al foco de Madrid no le agrada ni un ápice a Compromís, la otra pata del Consell. Creen que les puede debilitar. Es cierto que su portavoz en el Congreso, Joan Baldoví, se ha hecho un espacio y cuenta con visibilidad. Pero también es verdad que, al final, los socialistas han evitado ofertar a Compromís entrar en el gobierno y que eso va a provocar que la formación valencianista, aún apoyando al nuevo ejecutivo, acentúe su perfil de oposición con un mensaje propio de reivindicación con un objetivo: aparecer, igual en gobiernos del PP como socialistas, como una fuerza que defiende siempre los intereses de la Comunidad. Algo que ya le conceden los sondeos y que se ha evidenciado, además, con su decisión de mantener la petición de más inversiones en los presupuestos del Estado para 2018. En el intento de los socialistas de disputar el centro a Ciudadanos ven una opción de ganar electorado hacia la izquierda.

Los de Albert Rivera, junto a Podemos, precisamente, son los más descolocados de esta foto. Cs quería elecciones generales para aprovechar los sondeos que le eran favorables pero ahora, sin embargo, ni los socialistas ni tampoco el PP quieren votar. Y además se van a medir de igual a igual en la oposición a los populares con lo que corren el riesgo de radicalizar todavía más su discurso con un escenario, como en la Comunidad, sin candidatos solventes ni discurso institucional. Los morados estaban cómodos a la contra del PP y con los socialistas débiles. Ahora es todo lo contrario. Gobierna Pedro Sánchez y ya no tienen a los populares para atacar. Y además, en la Comunidad, tienen otro problema más: Compromís les va a disputar espacio. Un cambio de tablero apasionante que aún puede dar más vueltas.