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Pastillas, botella de agua y una manta para la noche más dura del expresidente

Eduardo Zaplana durmió cinco horas en una de las cuatro celdas nuevas del cuartel de Patraix y desayunó un zumo pequeño y un paquete de galletas

En 1995, Eduardo Zaplana Hernández-Soro arrebataba la Generalitat Valenciana a los socialistas y se erigía, a sus 39 años, en presidente de la Comunitat. Coronaba una brillante y meteórica carrera política que empezó a promover en los 80 desde su modesto despacho de abogado en Benidorm, con los empujes precisos del padre de su mujer, incluso en tiempos previos a la boda, y que le ayudaron a hacerse con la alcaldía benidormense antes de verse catapultado al sillón de Presidencia.

Los años siguientes fueron un cóctel de vino y de rosas -evocando parcialmente la lírica de su buen amigo Julio Iglesias- y un tsunami de poder político absoluto alimentado de ríos de dinero público. Su tren de vida siguió creciendo como ministro de Trabajo con su también amigo Aznar y no se redujo en absoluto tras recalar en Telefónica como dueño y señor de la división europea de la compañía.

Los diez años alejado, según él, de la política le siguieron permitiendo una vida de casas y coches de lujo, de hoteles de siete estrellas, de relojes que cuestan el salario mínimo interprofesional de dos años, viajes en primera clase, de atenciones y reverencias, periplos marinos, trajes a medida y menús de degustación en los restaurantes más selectos.

Todo eso se acabó de un plumazo a las 8.05 del martes, 22 de mayo de 2018. Salvo colocarle los grilletes, Eduardo Zaplana ha 'degustado' las hieles de cualquier otro detenido. Tanto él, como los otros seis coarrestados, casi tan acostumbrados como él a las comodidades de una vida acolchada por la holgura económica. El otrora hombre más poderoso de la Comunitat Valenciana no sólo tuvo que someterse a las idas y venidas dictadas por los investigadores de la UCO y permitir que hurgaran hasta en el último rincón de sus domicilios, sino que, llegada la noche, acabó donde terminan todos los imputados por delitos graves: en un calabozo.

A Zaplana le tocó uno de los cuatro construidos hace un par de años al fondo del patio interior del cuartel de Patraix, que alberga la Comandancia de Valencia; un habitáculo de apenas cinco metros cuadrados, con un camastro de hormigón y ni un solo elemento más en las frías paredes. Para ir al baño, que es de acero, sin tapa y de uso común, hay que pedírselo al guardia civil de turno. Junto al inodoro, un lavabo sin elementos cortantes. Nada más.

Como el resto de detenidos, al llegar a la Comandancia -entró en el cuartel, procedente del registro de su chalé de Benidorm, pasada la una y media de la madrugada de ayer-, fue despojado de todas sus pertenencias personales, entre ellas uno de sus conocidos Rolex, el mismo que lució en su muñeca durante los registros de su piso de alquiler en la calle Pascual y Genís o en el suntuoso unifamiliar de la capital de la Marina Baixa. A cambio, recibió una botella de agua, sus medicinas, una fina colchoneta y una manta para pasar una de las noches más duras de su vida.

Un desayuno frugal

Las escasas horas en las que pudo conciliar el sueño -los agentes le permitieron acostarse casi a las tres, después de completar una serie de diligencias-, permaneció tranquilo en su celda, sin peticiones especiales, fajando la situación.

A primera hora, sobre las ocho, tras lavarse la cara e ir al aseo, recibió su desayuno: un brick pequeño con zumo de melocotón y uva y un paquete de galletas. Nada más.

Luego, tal como había sido informado la noche anterior, fue introducido de nuevo en uno de los vehículos de la sección de delitos económicos de la UCO y conducido a Madrid para participar en un nuevo registro, el de su despacho en Telefónica. Con él viajaron, de nuevo, sus efectos personales, ya que, para entonces, los agentes ya habían decidido que Zaplana no regresaría a Patraix.

Así, tras concluir el registro en la sede madrileña de la compañía telefónica, el exalcalde de Benidorm, expresidente de la Generalitat y exministro de Trabajo fue conducido a la Comandancia de Tres Cantos, una de las dos que la Guardia Civil tiene en Madrid. Allí, de nuevo, fue conducido a una de las celdas del acuartelamiento para pasar su segunda noche privado de libertad antes de regresar hoy a València para comparecer, por primera vez, ante la jueza de Instrucción.

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