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Análisis

Esperando a otra Inés Arrimadas...

Cs fía al «efecto catalán» su aspiración de crecimiento en la provincia y la Comunidad a pesar del bajo perfil de su discurso, de su escasa visibilidad y de la falta de candidatos

Esperando a otra Inés Arrimadas...

Una corriente de euforia embargó a los dirigentes de Ciudadanos en la provincia y en la Comunidad Valenciana después del resultado de las elecciones del pasado 21 de diciembre que les convirtió, aunque lejos de la mayoría absoluta y por tanto sin opciones reales de gobierno, en la primera fuerza política de Cataluña. Desde entonces, en los corrillos de militantes y simpatizantes de Ciudadanos, cuando todavía falta un año y medio para las elecciones municipales y autonómicas de 2019, se compara la escena política catalana con la de esta Comunidad. Hasta el punto de que, al margen de cualquier otra consideración, se fían casi todas las aspiraciones de crecimiento a ese «efecto catalán» que ha conseguido la formación de Albert Rivera después de convertirse en la marca más votada tras la decisión de las fuerzas independentistas, todo hay que decirlo, de presentarse por separado sin reeditar la coalición por la que sí optaron en 2015.

Es innegable, con todo, que Ciudadanos, gracias al impacto de su resultado en Cataluña, ha conseguido tres cosas. Primero: situarse, al menos de momento, en el centro de la escena política en el resto de España. Segundo: meter el miedo en el cuerpo al PP hasta trasladar la imagen de que existe una disputa por la hegemonía en el espacio del centro-derecha después de reducir a los populares casi a la nada en el nuevo parlamento catalán. Y tercero: consolidar, junto al omnipresente Rivera, una nueva estrella mediática en el firmamento político con su candidata Inés Arrimadas, llamada a desplegar un liderazgo que ya tiene un recorrido más allá del territorio de Cataluña. Tiene que subir aún más, sin embargo, el «souffle» de Ciudadanos. En las próximas semanas empezarán a publicarse encuestas -ya ha salido algún estudio demoscópico sin muestreo- que colocarán a Cs por encima del 20% de los votos en el conjunto de España, a la par que los socialistas, por encima claramente de Podemos y cerca del PP.

Es lo normal. En los sondeos que se elaboran después de unos comicios tan importantes, muchísima gente, cuando se le pregunta por el recuerdo de voto, se apunta a caballo ganador. Llega al extremo de que, en el momento que contesta el cuestionario, asegura haber votado, aunque no sea cierto, al partido que lleva la iniciativa -en este caso la formación de Albert Rivera e Inés Arrimadas- y que se erigió en triunfador de la última cita con las urnas. Y eso, al final, dispara siempre las estimaciones por encima de la realidad, lo que alimentará todavía más la euforia dentro de Ciudadanos. Harían bien, sin embargo, en mantener la prudencia hasta ver cuánto de ese avance se consolida y cuál es la porción de todo ese éxito que se acaba trasladando a esta Comunidad.

Los comicios catalanes se celebraron bajo unas condiciones extraordinarias que llevaron a los electores contrarios al «procés» independentista a concentrar el voto unionista en la lista que lideraba Arrimadas hasta «comerse» al PP y frenar cualquier avance de los socialistas. Era la mejor respuesta, así lo percibió esa porción del censo, para tratar de frenar al independentismo catalán. La cúpula autonómica de Ciudadanos se aferra a una visión en la que considera que hay similitudes importantes entre ese relato que se describe sobre Cataluña y el decorado de la Comunidad. Equiparan el papel de Compromís con Mónica Oltra y el conseller Vicent Marzà como blanco al de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC). Colocan al PSPV de Ximo Puig en una posición de debilidad como la que arrastra el socialismo catalán. Y creen que el PP de Isabel Bonig y de José Císcar se desfondará como le ha ocurrido a Xavier García Albiol en Cataluña.

Ninguno de esos horizontes que dibujan los dirigentes autóctonos de Cs tiene que ver demasiado con la realidad. Cada proceso es diferente. Los votantes deciden en función de las circunstancias. Muy posiblemente, de celebrarse elecciones generales mañana en Cataluña, el resultado y el ganador sería otro. Coger una papeleta u otra es una decisión tan volátil que hacer cálculos sobre una extrapolación del resultado de otro territorio es una temeridad. A diferencia de Cataluña donde nació el fenómeno de Albert Rivera, en el caso de la Comunidad y de otras regiones, el voto a esta formación continúa teniendo un componente estatal que lo diferencia claramente de las autonómicas y de las municipales, donde Cs aún se mueve con una organización más limitada. Pero es que, además, esa estrategia de los naranjas de convertir la Comunidad en Cataluña se topa de bruces con la realidad.

El componente identitario de Compromís está lejos del que propone el soberanismo en Cataluña. Pero, además, el tono de los dirigentes en los que Cs mantiene fijada la diana -singularmente Marzà- y también, de forma general, el del conjunto de la coalición se ha moderado notablemente, especialmente, después de estallar la crisis catalana. Compromís se ha guardado parte de la ideología con la que arrancó el mandato y ahora juega a ofrecer la imagen de opción de gobierno -así lo confiesan dirigente de todas las tendencias- con el objetivo de repetir el Pacte del Botànic en 2019 junto al PSPV. Tampoco el socialismo valenciano, a pesar de haber ido perdiendo músculo en los últimos años, se mueve en una posición tan débil como la de sus socios catalanes. A diferencia del PSC, el líder del PSPV es nada menos que el presidente de la Generalitat, una figura como la de Ximo Puig con una marca, a día de hoy, más sólida que la de su propio partido. Y el PP, a pesar de todo, conserva una potencia en esta Comunidad -su volumen de militancia y poder municipal aún es enorme- muy superior a la que nunca tuvieron los populares en Cataluña.

La cúpula autonómica y provincial de Cs tiene el problema en casa. Necesita fortalecer su propio proyecto para no aparecer en 2019 como una simple muleta del PP. Y, de momento, los principales cargos del partido, ni están ni se les espera. No hay referentes en los municipios. Del nuevo coordinador provincial, el oriolano José Aix, no se conoce ni el timbre de voz. El discurso de la diputada Marta Martín -centrado en el supuesto adoctrinamiento en las escuelas- tiene un recorrido limitado y puntual. La portavoz en Alicante, Yaneth Giraldo, es una gran desconocida al frente de un grupo de concejales irrelevante. Y la síndica en las Cortes, la alicantina Mari Carmen Sánchez, ha perdido una oportunidad de oro con los presupuestos de la Generalitat. La aritmética de los votos y la errática estrategia de Podemos le concedía margen suficiente para haberle arrancado más rédito a ese debate. A ese perfil bajo, a la debilidad del mensaje y a la escasa visibilidad, encima, se junta la falta de candidatos con gancho. Ni tienen a otra Inés Arrimadas ni tampoco disponen en esta Comunidad de una nómina de aspirantes solvente para cada lista. Siguen esperando a ver lo que llega. Así que, aunque lo digan en Cs, cualquier parecido de la escena valenciana con la

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