Va a ser un proceso largo y de complicada digestión. Otros tres meses de negociaciones, contactos, primarias en urna con la participación de todos los afiliados y, posteriormente, un congreso para ratificar el liderazgo que hayan elegido los militantes y una nueva ejecutiva provincial socialista para un partido que lleva tres meses sin dirección y ni siquiera tiene consenso para nombrar una gestora. Alicante es la provincia decisiva para la batalla electoral del PSPV en 2019. Es la única en la que es claramente superior a Compromís y, por tanto, la que le permite mantener la hegemonía de la izquierda para intentar liderar una segunda versión del Consell del Botànic, como pidió este fin de semana el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, durante el cónclave en el que validó su segundo mandato al frente de los socialistas valencianos. Apenas unas horas después de clausurado ese congreso, ya se han iniciado los movimientos entre los dos grupos en los que se ha partido el bloque que respaldo a Puig para buscar el apoyo del sector que puede resultar decisivo en el desenlace final del proceso: los «sanchistas» de Alejandro Soler. Nadie tiene ni mayoría para poder lanzarse a la batalla en solitario ni siquiera tampoco una ventaja clara. Así que todos los posibles aspirantes -los que ya aparecen en las quinielas y los que puedan surgir de aquí a la celebración del congreso para octubre o noviembre- necesitarán de acuerdos. Ese es es el complicado panorama de arranque del proceso.
El jefe del Consell sabe que sus partidarios están divididos. Fracturados. Y la oferta aceptada por Soler, el único alicantino miembro de la ejecutiva federal de Pedro Sánchez, para integrarse en la dirección del PSPV que culminó con la entrada del alcalde de El Pinós, Lázaro Azorín, se ha convertido en un movimiento para tratar de abrir vías de diálogo que le permitan a Puig conseguir su objetivo: una cúpula provincial en sintonía con su proyecto. Ayer mismo, apenas 24 horas después del congreso, Alejandro Soler estaba en Ferraz para acudir a la reunión de la dirección federal previa a las vacaciones de verano y ya había recibido mensajes para sondear su apoyo de los dos sectores en los que se han dividido los seguidores de Puig : el grupo en el que figuran, por un lado, Toñi Serna -la dirigente alicantina con el cargo de más poder en la dirección del PSPV- y el portavoz en la Diputación, José Chulvi; y por otro el exsenador Ángel Franco, como siempre aderezo de todas las salsas socialistas. «Se llevan mejor por separado con nosotros que entre ellos», ironizó un destacado dirigente del «sanchismo» sobre la escena socialista.
Alejandro Soler se lo va a tomar con calma. Sabe que hay tiempo de sobra. No hay prisa. Los «sanchistas» no descartan, a día de hoy, ninguna opción. Desde llegar a un acuerdo con alguno de los dos bandos hasta presentar un candidato propio. A fin de cuentas, votan los militantes. Y como se ha demostrado tanto con la victoria de Pedro Sánchez frente a Susana Díaz como en la de Ximo Puig frente al alcalde de Burjassot, Rafa García, los afiliados deciden en función de sus preferencias y de la elección para cada cargo. Ocurre que nadie tiene una ventaja clara. Son tres grupos con las fuerzas, al menos sobre el papel, parejas. Y el «sanchismo» sabe que, en estos momentos, es el objeto de deseo de los otros dos bandos. Así que el tiempo les puede conceder mejor rédito para su estrategia. Unos contactos que, sin embargo, tienen un gran obstáculo: la figura de Ángel Franco que, en principio, estaría dispuesto a avalar como candidato a la secretaría provincial a Rubén Alfaro, alcalde de Elda y presidente de la Federación Valenciana de Municipios y Provincias. El otro grupo afín a Puig, con Toñi Serna y José Chulvi, entre otros, tenía sobre la mesa el nombre del alcalde de Alcoy, Toni Francés. Y sólo podría aceptar un pacto con Alfaro -ni en público ni en privado el edil de Elda oculta su aspiración- en el caso de que se desvinculara de Franco -en el congreso le pidieron que ejerciera de interlocutor frente al exsenador- y de que la operación acabara contando con el visto bueno del presidente de la Generalitat.
Por mucho que trate de «vender» una influencia que únicamente es presión y persistencia, Ángel Franco no ha salido más fuerte del congreso del PSPV. Todo lo contrario. Tiene, en estos momentos, menos peones dentro de la cúpula de los socialistas valencianos -Puig ni siquiera le trasladó la decisión de dar entrada a todos los alcaldes, entre ellos Gabriel Echávarri, en el plenario de la ejecutiva- que el otro bando de afines al jefe del Consell. Pero tiene un punto a favor: su excelente relación con Alejandro Soler. Ambos guardan una estrecha relación desde hace tiempo y son conocidas las visitas de Franco a su despacho profesional en Elche. Pero el único alicantino en la dirección federal del PSOE sabe que una parte importante de su tropa rechaza al exsenador. Entre ellos, sin ir más lejos, la otra concesión al «sanchismo» alicantino en la nueva ejecutiva de Ximo Puig, Rosana Arques, cuota de la corriente Izquierda Socialista y completamente contraria a Franco. Como también ocurre con la mayoría de los «sanchistas» en la comarca de l'Alacantí, alineados en ese bando por oposición a las huestes del exsenador que trata de «picar» apoyos entre militantes de la vieja guardia en la Vega Baja y del antiguo lermismo en l'Alcoià. Así que el exsenador, en estos momentos, acaudilla parte de la solución de un puzzle con tres grandes piezas que no cuadran. Pero, a la vez, es el gran problema. Meses por delante en el socialismo alicantino de intrigas, contubernios, pactos, componendas... y la alargada sombra con la eterna figura de Franco. Como siempre.
