«Con esta pluma, volvería a firmar el Pacte del Botànic. Y lo haría con mucha más fuerza», subrayó el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, durante la clausura del congreso de los socialistas valencianos, que se ha celebrado durante este fin de semana en Elche. Mostrando el bolígrafo rojo con el que rubricó hace poco más de dos años su acuerdo de gobierno con Compromís y Podemos, el reelegido secretario general del PSPV cerró el cónclave con la exigencia a su partido de concentrarse en preparar las elecciones de 2019 elecciones de 2019 para conceder otro mandato al actual Consell. «En cuatro años de gobierno no se puede solucionar lo que se ha destruído en veinte. Cuatro años de gobierno serían un paréntesis entre dos nadas», proclamó el líder socialista en una última jornada que, sin presencia de la ejecutiva federal, le convirtió en el protagonista total y absoluto. Evidencia de que, en estos momentos y de puertas hacia fuera, la «marca Puig» está por encima de las siglas del PSPV-PSOE, que siguen arrastrando graves problemas organizativos, de discurso y cohesión territorial.

En clave interna, desde luego, el jefe del Consell sale reforzado de este congreso. Nadie lo hubiera dicho después de que Pedro Sánchez derrotara hace poco más de dos meses en las primarias a Susana Díaz, la candidata de Puig, por más de 35 puntos de diferencia en las agrupaciones de la Comunidad. Ha conseguido darle la vuelta a la tortilla. A la victoria con el 57% de los votos que obtuvo frente al «sanchista» Rafa García en la votación de hace dos semanas, se sumó en el inicio de este congreso el reconocimiento en público de Pedro Sánchez y el aval del 69% de los delegados a su gestión. Y ayer, finalmente, un respaldo del 73% a la ejecutiva que conducirá al partido hasta las elecciones de 2019, tres puntos más que los que cosechó la dirección de Pedro Sánchez en el último congreso federal del PSOE de hace un mes. Poco a poco, Ximo Puig ha diluído al bloque que respaldó al nuevo «aparato» de Ferraz y que aspiraba a moverle la silla al frente del PSPV. No hubo ni siquiera la tentación de medir fuerzas otra vez. Bien entrada la madrugada del sábado al domingo, los «sanchistas» aceptaron un acuerdo para el comité nacional y la representación de los socialistas valencianos en el comité federal. Eso alejó un enfrentamiento con dos candidaturas al tiempo que redujo el coste de echar el telón a este congreso con las heridas todavía abiertas y una imagen de división.

Entre el 42% que pedía el «sanchismo» y el 32% que ofrecía la nueva dirección, el pacto se cerró en una cuota del 35% para los grupos que respaldaron en las primarias a Rafa García, que además encabezó la candidatura al comité federal. Incluso, parte de los «sanchistas» alicantinos se han terminado integrando en la ejecutiva a propuesta de Alejandro Soler -único dirigente de la provincia que forma parte de la ejecutiva federal del PSOE- y de grupos críticos de la agrupación de Alicante. Una maniobra que va más allá de este congreso con la que el jefe del Consell mueve ficha para intentar controlar el socialismo alicantino y pacificarlo. No es una cuestión de segundo orden. Alicante es una provincia clave para los resultados electorales del PSPV. Fue la circunscripción que permitió a Puig superar a Compromís y, por tanto, acceder a la presidencia. Los congresos provinciales, en principio, se convocarán para finales de octubre y el titular de la Generalitat quiere unas direcciones que estén en plena sintonía con el nuevo proyecto del PSPV que nace de este congreso. Resolver la crisis del partido en Alicante es una obligación para la cúpula del PSPV por la división entre los que apoyaron a Puig -las diferencias entre el grupo en el que están Toñi Serna y José Chulvi, entre otros, con el de Ángel Franco y Rubén Alfaro son evidentes- y el papel de árbitro que pueden acabar jugando los «sanchistas» para resolver ese pulso.

Con el objetivo marcado en las autonómicas de 2019 -Puig derrochó simpatía durante la clausura con la amplísima delegación de Compromís que acudió, como otro signo más de su voluntad de repetir un segundo Botànic- y resuelto el episodio del congreso de este fin de semana en IFA, ahora, sin embargo, queda el camino más complicado para la nueva dirección del PSPV. El presidente de la Generalitat no pudo cumplir con su deseo de diseñar una ejecutiva más pequeña y operativa. De proponer una dirección de unas 40 personas, finalmente, las presiones de la negociación, las cuotas para representar a todas las comarcas y la necesidad de cohesionar el poder institucional -Consell, grupo en las Cortes y alcaldías- que el PSPV consiguió, a través de pactos electorales, en las autonómicas y locales de 2015 obligaron al líder socialista a engordar de nuevo la nómina de su cúpula hasta el infinito y más allá. Ximo Puig tendrá otra ejecutiva gigante. Hace cuatro años la conformaban 69 personas. La que salió ayer del congreso, tendrá un plenario -incluidos los consellers y los principales alcaldes- de nada menos que 74 miembros. Hubo que habilitar dos filas de sillas supletorias y un círculo detrás del atril que ocupaba Puig en la clausura para poder dar cabida a todos.

Una dirección que, al margen de intentar conjugar su amplitud con la operatividad y secretarías de contenido discutible, tiene por delante dos grandes retos. El primero, sin duda, aplicar de forma efectiva el claro giro hacia el valencianismo que supone este congreso. Un cónclave que se clausuró al ritmo de «El Tio Canya» -mítica canción del grupo «Al Tall» que es un símbolo de la normalización del valenciano- y que realizó una defensa cerrada, entre otras decisiones, de la política lingüística y educativa del Consell. Viraje que no comparte todo el partido -las famosas dos almas del PSPV-, que condiciona la caza de votantes de centro y que puede generar tensiones, especialmente, en Alicante, motivo de ese movimiento de Puig para intentar un equipo afín en la futura dirección provincial. Y el segundo reto es a la vez el gran interrogante de la nueva ejecutiva: la falta de «aparato» con un equipo de mando nuevo -desaparecen Alfred Boix, José Manuel Orengo o Ciprià Ciscar- y el descontrol que eso puede originar. El tiempo ya dirá.