La noche del pasado 21 de mayo, el presidente de la Generalitat y secretario general del PSPV, Ximo Puig, estaba casi liquidado. La magnitud de la derrota de Susana Díaz -su candidata- en la pugna por el control de Ferraz frente a Pedro Sánchez -35 puntos de diferencia en la Comunidad- le dejó contra las cuerdas. Hasta el punto de que tres semanas después, durante el congreso federal del PSOE que entronizó a Sánchez en Madrd con el valenciano José Luis Ábalos como lugarteniente, el líder de la segunda federación socialista más importante no sólo no pintó absolutamente nada en esa cita -algo inédito en un cónclave en el que ni siquiera intentó ser delegado- sino que además se enfrentó a la evidencia de que esa nueva cúpula había decidido, emborrachada por su victoria, buscarle un rival para apartarle de la dirección del PSPV. El elegido para esa operación era Rafa García, un semidesconocido alcalde de la localidad valenciana de Burjassot al que Pedro Sánchez concedió protagonismo en ese congreso después de montarle un multitudinario acto de campaña en su pueblo el mismo día que Susana Díaz presentaba su candidatura en Madrid.

Daba igual que se pusiera en peligro la estabilidad de un Consell del que los socialistas vuelven a formar parte después de veinte años de penar en la oposición y al que llegaron en condiciones de extrema debilidad. En un pacto de «tu a tu» con Compromís y, además, dependiendo del respaldo parlamentario de Podemos. Pedro Sánchez no le perdona a Ximo Puig -ni ahora ni en el futuro- su participación en los movimientos que desencadenaron su dimisión al frente del PSOE. Ese era el único motivo para intentar acabar con el mandato del jefe del Consell al frente de la cúpula del socialismo valenciano. El número uno de la Generalitat optó por resistir. Rechazó retirarse a la presidencia o entregar el control efectivo de la ejecutiva, como le pidieron los «sanchistas» para pactar. Y se echó la campaña a la espalda -ha recorrido en apenas unas semanas la Comunidad varias veces con más un centenar de actos- y al final, aliado con errores de libro de sus adversarios como la mala elección de su rival o los ataques de los «sanchistas» a la estabililidad Pacte del Botànic, ha logrado darle la vuelta al resultado.

Pero al final, ese ansia de Sánchez por acabar con Puig se ha traducido en un error estratégico de proporciones mayúsculas: la primera derrota orgánica del nuevo «jefe» de Ferraz que, a la vez, ha avivado todavía más las llamas en el incendio del PSPV. Por partes. En lugar de liquidar el liderazgo de Ximo Puig, Sánchez le ha dado una oportunidad. Un balón de oxígeno para sobrevivir que el jefe del Consell, todo hay que decirlo, ha sabido aprovechar. Es cierto, por tanto, que los resultados de estas primarias permiten al presidente de la Generalitat salvar los muebles. Pero también que el enfermo socialista continúa ofreciendo síntomas muy preocupantes. Es una victoria clara. Algo más de catorce puntos de diferencia y cerca de un 57% de los votos. Pero también es verdad que la candidatura de Rafa García, sin carisma y con pocos argumentos, ha cosechado más de un 42%, que supone la mayor contestación interna que ha tenido un secretario general del PSPV desde los tiempos en que se decidieron por la mínima los congresos que auparon a Joan Romero o a Joan Ignasi Pla. Así que, lejos de cerrarse la crisis, las heridas continúan muy abiertas.

No será fácil de gestionar. Ni el congreso. Ni lo que vendrá después. Todo lo contrario. En vísperas del seminario que reunirá al Consell la próxima semana para trazar la «hoja de ruta» de la gestión de cara a la segunda mitad del año, Ximo Puig se tendrá que arremangar para, con quince días de margen, dar un cambio total a su ejecutiva de cara a ese congreso que se celebrará el último fin de semana de este mes y sumar más apoyos. Como mínimo llegar a un 70%. Ese debe ser el objetivo. Y no será fácil. Necesita, entre otras muchas cosas, renovar por completo el control del «aparato» que, hasta ahora, han pilotado los «primos» de Gandía - Alfred Boix y José Manuel Orengo- además de apartar de la circulación a viejas glorias como Ciprià Ciscar... o gestionar la «patata caliente» que supone Ángel Franco en Alicante. Anoche mismo, el propio Ximo Puig, sabedor de que todavía se presentan más turbulencias, ofreció «integración» y pidió que las asambleas para elegir a los delegados no se conviertan en una «segunda vuelta» para sumar peones con los que condicionar la ejecutiva. Así que hoy mismo se inicia la segunda mitad del partido: gestionar esa mayoría corta, con una fuerte oposición y tratar de sumar alguna complicidad entre los sectores moderados del «sanchismo».

Salir airoso del congreso le permitirá, al menos por ahora, sobrevivir y resistir. Pero sólo a la espera del próximo movimiento de Ferraz. Ver si Pedro Sánchez decide continuar por la senda de la batalla a campo abierto y opta por buscar el poder en los congresos provinciales -a celebrar a la vuelta del verano- como contrapeso a Puig teniendo en cuenta que las diferencias son pequeñas y que los militantes han dejado clara una cosa: eligen lo que consideran oportuno en función de cada momento. O si José Luis Ábalos, todopoderoso secretario de Organización del PSOE, hace honor a su fama de ser uno de los mejores a la hora de cuadrar «pasteleos» y componendas internas y trata de negociar una salida para mantener su poder en València, organización de la que Ábalos todavía es secretario provincial.

Y, además, sumado a todo eso, Puig tendrá que abordar el galimatías de la provincia. Alejandro Soler, el único alicantino en la ejecutiva federal, resistió en Elche y ganó en el Baix Vinalopó, la única comarca «sanchista». Ángel Franco, por su parte, llevaba casi dos meses volcado para recuperar la agrupación de la capital. Y anoche le entregó a Puig la diferencia más amplia de todas las agrupaciones socialistas de la Comunidad: 444 votos por 249. Ahora sólo tiene que pasar la factura. No sólo en la dirección del PSPV. Pedirá mando en el congreso provincial y manos libres para decidir el futuro en la agrupación de la capital incluyendo cualquier movimiento que se pueda producir en el Ayuntamiento de Alicante con el alcalde Gabriel Echávarri. Muchos interrogantes para una batalla que todavía no ha terminado.