En los debates políticos, casi siempre, los candidatos suelen poner sobre la mesa su guión con un argumentario más o menos previsible. Y se mueven muy poco. Hasta que surge un detalle que se acaba convirtiendo en un símbolo. En el elemento que marca ese «cara a cara» entre los aspirantes. Sólo por bucear en ejemplos recientes, recuerden: la camiseta de Mónica Oltra denunciando la manipulación de Canal 9 en las autonómicas de 2011, el «buenas noches y buena suerte» de José Luis Rodríguez Zapatero o la famosa «niña» de Mariano Rajoy. El último debate de la batalla por el control del socialismo valenciano entre el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y Rafa García, alcalde de Burjassot y candidato de los «sanchistas», también tuvo su símbolo. Pero a pesar de que el enviado de Ferraz a los comicios del PSPV era el que más se jugaba en el envite, sin embargo, fue Puig el que tuvo la habilidad y la efectividad de captar en los dos minutos finales esa atención en el centro de la escena.

«Con esta pluma firmé hace ahora dos años el Pacte del Botànic», dijo el presidente de la Generalitat mostrando a cámara el bolígrado de color rojo con el que rubricó el acuerdo que devolvió a la izquierda veinte años después al Consell al frente de una coalición formada por los socialistas, Compromís y el apoyo parlamentario de Podemos. Esa pluma roja se convirtió en la imagen de un discurso de Ximo Puig que reta directamente a Pedro Sánchez, impulsor de la candidatura de Rafa García para controlar el PSPV y que se arriesga en las primarias del próximo domingo a cosechar su primera gran derrota después de volver al mando de Ferraz. El mensaje trazado por Puig, muy bien preparado, se centró casi por completo en reivindicar la gestión de su Consell -aprovechó hasta la rebaja de las tasas universitarias anunciada apenas unas horas antes- para ligarla, hábilmente y con un discurso difícil de rebatir, al futuro del PSPV con un tono de corte claramente valencianista. En el fondo y, sobre todo, en las formas.

«En Madrid hay cosas que no entienden», vino a decir Puig. Lo hizo antes de defender el «valencianismo y nuestra identidad», de abogar por una «nueva relación» con España y de volver a poner sobre la mesa la creación de un grupo de senadores de la Comunidad en Madrid -al estilo del que en su día formó el PSC con ERC en Cataluña- junto a Compromís y Podemos, vetado en su día por Pedro Sánchez. Invocó hasta en cuatro ocasiones al «País Valencià». Lo hubiera firmado, incluso, Vicent Marzà, conseller de Educación de Compromís y, sin duda, el más nacionalista de los miembros del actual gobierno. «¿Y qué proyecto de país tienes tu Rafa?», le lanzó Ximo Puig en un debate en el que combinó por igual el castellano y el valenciano.

Esa pluma roja del Botànic, en el caso de que el jefe del Consell confirme el domingo la victoria que ya logró en los avales, ejemplifica un discurso propio de Puig más centrado que nunca en la Comunidad Valenciana y que dejará a un lado las directrices de Ferraz. Ahora el presidente quiere ser más «jefe» de la Generalitat. Y menos una sucursal del PSOE. Atentos a la jugada. Frente a esa forma de gestionar el partido, sin embargo y aunque pudiera acabar derrotado Rafa García, es cierto que los «sanchistas» han logrado trazar un discurso con un relato propio sobre la organización del PSPV que va a convencer a una importante porción de afiliados. Está por ver hasta dónde les llega. Es un mensaje efectista pero que, sin embargo, peca de una cierta debilidad cuando llega al final: siempre acaba con un guiño al «primo de zumosol», domiciliado en la madrileña calle Ferraz con un aparato controlado por José Luis Ábalos -aún secretario provincial de Valencia- y cuya cara se parece a la de Pedro Sánchez.

El alcalde de Burjassot, de hecho, le hizo daño a Puig cuando le sacó dos gráfica: la sangría de afiliación del PSPV y tambien el evidente desplome de peso electoral y de poder institucional del socialismo valenciano, sólo maquillado por los pactos electorales. Por contra, no resultó nada creíble su discurso sobre la plurinacionalidad. Ni en el fondo -dudar de la convicción de Puig en esa cuestión es una pirueta circense- ni en las formas: el alcalde del pueblo en el que nació Vicent Andrés Estellés -autor de algunos de los poemas más bellos que se han escrito nunca en valenciano- no se puede permitir no soltar ni un «bon dia» cuando, además, lo habla perfectamente. A Rafa García se le escapó la posibilidad en este último debate de apretar aún más a Puig en lo que era su última oportunidad de recortar distancias a 72 horas de la votación. Al final incluso, en una de las preguntas de los periodistas, quizá, le traicionó el subconsciente y acabó sugiriendo integración. A estas alturas no es lo mismo sacar un porcentaje que otro. Un resultado ajustado permitiría mantener el pulso en las asambleas y tratar de condicionar la nueva ejecutiva con los delegados. Ahora ya, deciden los militantes.