El «giro a la derecha» de Ciudadanos durante la asamblea celebrada este fin de semana en Madrid apenas unos días antes antes del congreso del PP recuerda, de alguna manera, a aquellos virajes ideológicos que, a finales de los 90, tuvo que articular el CDS para intentar, sin éxito, sobrevivir. Recuerden: aquel partido fundado casi con el único sustento de la figura de Adolfo Suárez tras su salida de la UCD para ocupar un incierto espacio de centro que, veinticinco años más tarde, trata de explorar de nuevo ahora el mediático Albert Rivera después de pactar, primero, con el PSOE de Pedro Sánchez y aupar luego, con unas segundas elecciones de por medio, a Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno. Una serie de bandazos políticos, decía, que al final terminaron con ese proyecto centrista del CDS engullido por el PP como el interesado lugar de encuentro de todo el espacio de derechas: desde los socialiberales hasta los más conservadores pasando por los demócratacristianos y reformistas.

Ese movimiento de Suárez intentó consolidar una notable porción de respaldo desde su fundación en 1982 hasta llegar a casi dos millones de votos «comiendo» poco a poco al electorado moderado tanto del PP como también de un PSOE que empezaba a acusar un enorme desgaste, especialmente, por el impacto de la corrupción. En 1989, sin embargo, el CDS optó por decantarse y decidió, como ahora Ciudadanos, acercarse al PP con una serie de alianzas que tuvieron como símbolo el acuerdo para desalojar al socialista Juan Barranco como alcalde de Madrid y sustituirlo por el centrista Agustín Rodríguez Sahagún -uno de los hombres de confianza de Adolfo Suárez- con el respaldo de los populares. Los electores castigaron aquel acercamiento al PP en las elecciones generales de 1989, cuando el CDS perdió una cuarta parte de su grupo de diputados en el Congreso. Aunque Adolfo Suárez intentó rectificar y defendió en el congreso que el partido celebró en 1990 en Torremolinos un nuevo cambio de rumbo, en esta ocasión, mirando hacia el PSOE, el mal ya estaba hecho. El CDS se había quedado sin espacio. Ni por la derecha ni por la izquierda. La porción más moderada de electorado abandonó a los centristas para situarse en la órbita socialista. Pero los grandes beneficiados, sin duda, fueron los populares. Gran parte de los votantes optaron por el PP hasta que en las municipales y autonómicas de 1991, los centristas se quedaron con apenas un tercio de los votos que habían llegado a tener y Adolfo Suárez acabó presentando su dimisión como líder de unas siglas que acabaron, después de penar por la irrelevancia hasta 2006, firmando su integración dentro de la de los populares.

Aunque salvando las distancias en tanto que Riverá nunca será Suárez, aquel escenario en el que se movió el CDS y la actual tesitura de Ciudadanos guarda una cierta similitud. Los «naranjas», hasta aquí, han tratado de ensanchar su espacio a izquierda y derecha sumando a los sectores más moderados tanto del PSOE como del PP. Pero con ese movimiento que se inició tras pactar con Rajoy y que ahora se ha plasmado en la ponencia estratégica aprobada este fin de semana en un congreso sin apenas debates de enjundia, controlado «manu millitari» por Rivera y con votaciones a la búlgara, Ciudadanos abandona definitivamente la búsqueda del electorado de centro progresista -imposible para alguien escorado a la izquierda respaldar a un partido que ahora se define como liberal- para disputarle al PP su caladero de votos. Esa es la jugada que, sin elecciones a la vista salvo que Pedro Sánchez vuelva al mando de Ferraz y por tanto sin termómetros para medir su validez, intentará Ciudadanos para, asegura la cohorte de Rivera, estar en condiciones de gobernar.

En la Comunidad Valenciana y en la provincia de Alicante todo ese escenario se va a materializar, de inmediato, con el «acoso» del PP a Ciudadanos para que autorice el mayor número de acuerdos locales posibles. Bien sea a través de mociones de censura -la operación de Torrevieja es, sin duda, la joya de la corona para los populares- o de la posibilidad de que se puedan registrar gobiernos de coalición en municipios en los que los populares están en clara minoría. Las dirección de ambos partidos han mantenido contactos, confirmaron desde los dos bandos, en localidades como Benidorm o Mutxamel. Pero, de momento, todo estaba aplazado hasta que finalizara un congreso de Ciudadanos en el que, en primera fila, se sentaron como invitados preferenes el ilicitano consorte Pablo Casado, portavoz de Génova; y el número tres del PP, Fernando Martínez Maíllo.

La otra pata de todo ese giro se tendrá que articular en las Cortes con el relevo, decidido ya, del portavoz Alexis Marí, sólo a falta de ejecución cuando vuelva de su luna de miel tras casarse con Carolina Punset. Hasta ahora, los diputados de C's habían mantenido una posición, incluso, de respaldo al Consell de izquierdas en asuntos, por ejemplo, como la reapertura de Ràdio Televisió Valenciana y negocian a día de hoy cuestiones clave para su propia supervivencia como la reforma de la Ley Electoral con la rebaja al 3% del tope para entrar en el parlamento. A partir de ahora será muy interesante determinar la fórmula que va a utilizar la cúpula de C's para empatizar con el PP teniendo en cuenta que, por ejemplo, el coordinador provincial, Emigdio Tormo, o el autonómico, Emilio Argüeso, proceden de las filas populares y se marcharon, en su día, echando pestes de los que eran sus compañeros, los mismos con los que ahora se tienen que entender.

Ocurre, además, que la base ideológica y organizativa de Ciudadanos es aún muy débil. No es un partido. Es un «club de fans» de Albert Rivera como en su día lo era el CDS de Suárez o la moribunda UPyD de Rosa Díez. Así que sin una ideología clara; vinculado a su líder; sin una organización potente, disciplinada y arraigada: los «naranja» son el partido con más tránsfugas y expulsados por desobedecer a su cúpula desde las municipales y autonómicas de 2015; con un PP que mantiene una enorme potencia; y escorado a la derecha, a Ciudadanos sólo se queda con un papel de «muleta» de los populares que pone en peligro su viabilidad. El PP tiene una autopista sin peaje para recuperar lo que le «prestó» a Rivera. Entre el original y la copia...