Ver al presidente de Cataluña caminando por la calle de Cavallers de Valencia para entrar en el Palau de la Generalitat dio la impresión ayer de normal, pero si se observa con un poco de perspectiva y se añade que Carles Puigdemont venía al frente de una larga delegación de cargos institucionales y de la economía (hasta un centenar), que estos encuentros entre los mandatarios de uno y otro lado del río Sénia han sido una rareza (cinco desde 1983 en el Palau contando el de ayer), que no tropezó con protesta alguna (pese al proceso soberanista) y que dentro le esperaban numerosos representantes empresariales catalanes y valencianos, se puede concluir que la jornada fue histórica.

Es el calificativo que reiteraron Puigdemont y el presidente valenciano, Ximo Puig, en sus parlamentos públicos y, puestos en antecedentes, no parece pasarse de frenada.

«Llevamos mucho tiempo viviendo de espaldas», afirmó el líder catalán en una frase que sintetiza el objetivo del encuentro: empezar a «mirarse a los ojos» con los representantes del principal cliente comercial de la Comunidad Valenciana, en palabras de Puig.

Desde la perspectiva catalana, la apertura de una nueva etapa de vecindad supone también una demostración de que puede tener una relación «normal» con España y sus territorios. Un mensaje hacia (o contra) Madrid.

El desembarco institucional coincidía además con la declaración del exconseller catalán Francesc Homs en el Tribunal Supremo por la consulta independentista y funciona una máxima que dice que las casualidades en política no existen.

Los equipos de los dos presidentes estaban en la preparación del encuentro desde la visita de Puig a Barcelona el 18 de mayo y finalmente la cumbre ha resultado a lo grande, con un centenar de miembros en cada una de las delegaciones.

El camino hacia la independencia que defiende el actual gobierno catalán no afectará a esta nueva etapa de germanor. «Todos saben mi opinión sobre el proceso, pero siempre va a haber una relación estrecha con Cataluña, en cualquier circunstancia», respondió Puig al ser preguntado.

Significa que la etapa que se abre no se quiere que esté condicionada por lo que suceda a medio plazo en Barcelona, ni tampoco en Madrid, aunque «a los valencianos nos encantaría que Cataluña forme parte de España».

El Corredor Mediterráneo tenía que ser la espina dorsal de una cumbre que, al final, fue bastante más que la reafirmación de una postura común por esta infraestructura.

Todo episodio histórico requiere una escenificación y el Palau de la Generalitat fue ayer el mejor decorado para romper una etapa de «incomunicación», en la que la política ha ido por detrás de la sociedad y la economía, coincidieron Puig y Puigdemont.

Otra máxima de uso extendido en política es que no hay nada que una más que un enemigo común y, por razones algunas compartidas y otras no, los gobiernos catalán y valenciano lo han encontrado en el ejecutivo popular de Mariano Rajoy.

Los incumplimientos y demoras sobre el Corredor Mediterráneo son una buena argamasa para esta buena amistad, como también la defensa de un nuevo sistema de financiación autonómica, una vez que nadie pone en duda que el actual perjudica a la Comunidad Valenciana.

La «falta de neutralidad» y el «partidismo» en la actuación del ejecutivo de Rajoy fueron la lectura que los dos mandatarios realizaron de la situación actual del Corredor Mediterráneo. «Cualquier gobierno (central), sea del color que sea, ha de saber que tendrá detrás el aliento de los ejecutivos de Cataluña y la Comunidad Valenciana». La sentencia de Puigdemont concentra la filosofía de la alianza en defensa de los intereses comunes.

Ni mención hubo a conceptos como el de Països Catalans, que en el pasado encendían batallas, ni a la cuestión lingüística. Se prefirió la práctica y los dos presidentes usaron la lengua propia en sus parlamentos sin ningún problema para entenderse.

El pasado de los dos territorios estuvo en el envoltorio -el Saló de Corts, el más emblemático del Palau, como subrayó Puig en su discurso, mientras su homólogo observaba atento las pinturas-, pero no en los acuerdos.

El presidente catalán citó esa «rotundidad de la herencia» del pasado en el mensaje que dejó en el libro de honor del Palau, aunque el énfasis lo pone en «los retos» de un futuro que desea «compartido».

Las cinco horas juntos de los presidentes deja como resultado más visible el compromiso de realizar encuentros bilaterales cada seis meses y un paquete de medidas para aumentar la presión sobre el Corredor Mediterráneo, algunas de las cuales ya sonaron en el pasado.

Y en el trasfondo, la apertura de una nueva etapa en las relaciones institucionales, al margen del proceso soberanista. El tiempo dirá si no han sido solo palabras y gestos.