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Alfonso Rus: De Rey Sol a plebeyo «socarrat»

Ocaso de un político que llegó en Ferrari a la alcaldía, que fue grabado en un coche contando billetes y que sale detenido en un utilitario

Alfonso Rus se enciende un puro antes de subir a su segundo Ferrari, en Xàtiva en 2005. perales iborra

Hubo un tiempo en que Alfonso Rus fue el Rey Sol de la patria socarrada. El Estado xativí era él. Era el alcalde, el presidente del club de fútbol local, el líder del PP de la ciudad, el máximo dirigente del PP provincial y el presidente de la Diputación de Valencia al que le tocaba hasta la lotería: 625.000 euros en un segundo premio del Sorteo de Navidad. El pentapresident de 1,60 de altura crecía en aquello que realmente disfrutaba: el poder y su liturgia a través de la ostentación. Por eso gustaba de sentarse en mesas gigantes y bien visibles en restaurantes y cafeterías, a poder ser terraza, con los suyos escuchando, asintiendo, riendo y reverenciando a quien siempre presidía la mesa. Cada uno ejercía su papel; no había más opción ante un hombre lenguaraz que presumía de lanzar el córner, rematarlo y parar el gol bajo los palos.

Este sábado por la noche, en cambio, la mesa para cenar era tan sólo de cuatro personas. Su esposa, su hermana y su cuñado acompañaban a Rus, con aspecto desmejorado, en un discreto lugar dentro del local L'Ibèric de Xàtiva. Desde su descalabro político-mediático acaecido la pasada primavera descalabro político-mediático («mil, dos mil, tres mil» y menos votos que Esquerra Unida tras una campaña electoral con aires de Kafka y Beckett que lo envió al baúl de la historia política), la familia era su sostén. Y la empresa, su refugio.

Ya se le veía muy poco por la calle. Cada mañana cruzaba con su Mercedes l'Albereda de Xàtiva a eso de las 8.30 rumbo a la sede de su empresa FDM. Almorzaba con su yerno o con el extesorero del CD Olímpic Enrique Alba en un apartado bar del polígono industrial de la capital de la Costera. Su círculo se había limitado a fieles políticos (Tono Vidal, Ramón Vila) y, sobre todo, a la familia. A su nieto, futbolista de base, iba a verlo jugar de vez en cuando. Para ver al CD Olímpic en el campo de La Murta a veces ya ni subía a la grada. Se quedaba en la entrada, de forma discreta. A años luz del palco con puro y sonrisa que tantos años ocupó.

El «Rey Sol» había sufrido un eclipse total. Ya era un simple espectro de aquel animal político que se subía al escenario a tocar la batería en los conciertos de la Fira d'Agost, que agitaba el deslumbrante reloj de pulsera como un tic frecuente y que acaparaba siempre toda atención. Pero ayer, mientras a su padre nonagenario se lo veía abatido en el comercio familiar Casa Rus de menaje del hogar situado en la estrecha Calle Pi de Xàtiva hubo un paso más en la metamorfosis russista.

Por la calle de los «maulets»

El Rey Sol de Xàtiva, el empresario sin estudios hecho a sí mismo que llegó a la política a bordo de un Ferrari que luego, ya desde la política, se cambió por otro deportivo rojo con el cavallino rampante en el capó, salió ayer del garaje de su casa como un plebeyo socarrat, quemado del todo y quizá para siempre, en el asiento trasero de un un turismo utilitario blanco, marca Toyota, de la Guardia Civil.

Quien gustaba de ser visto al volante de sus coches con el codo en la ventanilla se cubría el rostro con un portafolios tratando de evitar unas imágenes que igualmente abrirían todos los telediarios. Quien se sentía orgulloso contando por qué al incendiario Felipe V lo habían colgado cap per avall en el museo de Xàtiva como un gesto de venganza y dignidad, pudo ver a un puñado de vecinos gritándole «ladrón» y «corrupto» mientras él iba en un coche con guardias civiles camino del peor de los sitios, la incertidumbre, y con la peor de las compañías: la soledad.

Quien siempre entraba su coche al garaje por la calle Moncada, la histórica vía con palacios góticos que Jaume I repartió entre sus caballeros y en la que los maulets defendieron el asedio borbónico de Xàtiva en 1707, recorría ayer esa misma calle desde el asiento trasero de un coche con una curiosa matrícula numérica: «1871», el año en que estalló la Comuna de París para impedir la vuelta de la monarquía. Como la del Rey Sol.

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