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Visita guiada a la «zona cero» de Canal 9

El Consell organiza una visita guiada a la sede de RTVV en Burjassot para exhibir transparencia

Diferentes instantáneas tomadas ayer durante la visita a las instalaciones de RTVV en Burjassot. fernando bustamante

Hay oficios que pueden aprenderse en la universidad o incluso en una academia de barrio. Otros para los que se requieren ciertas aptitudes, siempre pulibles por la ciencia. Hay un tercer rango profesional reservado a quienes llevan de serie un karma muy especial. Por ejemplo, los liquidadores. Es asomar el morro en el paritorio, con el cordón umbilical colgando y cualquier comadrona vezada sabe que ha venido al mundo un liquidador. Se dividen en dos subgrupos. Los que liquidan personas físicas y los que aniquilan personas jurídicas. Para ejercer en el segundo orden, caso de Agustín [Arenas], Francisco [Gómez Barroso] e Ignacio [Baixauli], no se necesita permiso de armas.

Son como los enterradores, en cuanto al rictus serio que han de guardar (los tres vestían traje gris ayer), pero al contrario que aquellos en vez de gozar de facilidades para soterrar, han de vencer una cadena de obstáculos. Ayer, los tres liquidadores de RTVV nombrados por el Consell de izquierdas comparecieron ante una veintena de periodistas y junto al secretario autonómico de comunicación, José María Vidal, para explicar detalles de la tragedia y responder a todas las preguntas. A todas, subrayó Vidal. En el segundo aniversario del antenicidio de Canal 9, el Consell de Puig y Oltra no ha podido vender vida (una nueva televisión prometida para el Nou d'Octubre) y tampoco quiere que los sindicatos y extrabajadores acaparen todo el protagonismo este fin de semana. Así, que decidieron exhibir transparencia sobre la muerte, sobre el difunto Canal 9 y las complicadas circunstancias del entierro.

Tras la comparecencia, hubo excursión por los rincones de la zona cero audiovisual. Dos años después de aquel 29 de noviembre, se quebró el cordón sanitario, el Consell hizo un boquete en el sarcófago de este Chernóbil televisivo y montó una visita guiada, un safari fotográfico por la entrañas de la gran ballena con paradas en el estudio 1 -en el que se produjo el motín de la noche, madrugada y mañana contra el cierre- o en el control central, el corazón técnico de RTVV, el agujero negro al que condujeron a Paco Signes, «Telefunken», la noche de autos para que le segara la aorta a Canal 9 y del que salió encumbrado a héroe por la gracia de decir «no, nosaltres no som d'eixe món».

Las torres de los focos colgando de los cables en mitad del estudio, las cámaras preparadas sobre los trípodes, suelos relucientes. Ni una brizna de polvo. Todos los medios técnicos, algunos desfasados, permanecen en perfecto estado de revista y en guardia, como si el tiempo se hubiera congelado, como si no hubiese habido posibilidad de limpiar las huellas del crimen. Un millón al mes de gasto en mantenimiento, se nota.

Quedan 30 personas en la casa. Siete técnicos encargados de la red de distribución de la señal -los repetidores y el control del múltiplex por el que se difundía Canal 9 y por el que emiten las dos TDT autonómicas, Mediterráneo TV y la teletienda EHS, en la licencia de Las Provincias- y 23 documentalistas, adscritos a CulturArts y custodios de entre 150.000 y 250.000 horas de grabación en cintas pendientes de ser digitalizadas. Tras el alto para saludar a las visitas, los de documentación siguen acicalando el registro de 25 años de memoria histórica audiovisual. Grabaciones de voces y silencios atronadores.

En el tablón de anuncios de la redacción, distribuida en mesas de cuatro, se informa de los turnos de «rotación» de los fines de semana de diciembre de 2013. Ramada, Salom, García, Rico... Los turnos que nunca se realizaron.

El pirulí se ha convertido en un inmenso reloj de sol, que proyecta la nada sobre un edificio fantasma de 25 millones de euros. Desde la cristalera del segundo piso se observa la pantalla de agua clara que decora la planta baja, en la zona de cafetería, recepción y ascensores. Dos palmos de agua cristalina que maquilla una charca en cuyo fondo reposan malos espíritus, fantasmas de 1.300 millones de deuda, corruptelas papales y algunos episodios de acoso sexual.

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