Una de las obsesiones de Ximo Puig es devolver la dignidad a las instituciones tras muchos años de escándalos que se han llevado también por delante la autoestima de muchos valencianos. Y, ayer, desde el minuto uno de su mandato, se puso a la tarea. La «proposició» del presidente, su discurso de toma de posesión del cargo, fue un alegato en defensa del autogobierno de los valencianos.

«El pueblo valenciano tiene mucho más que 32 años de historia. Nuestas raíces tiene que ver con el antiguo Reino de Valencia», dijo evocando el «Segle d'Or». También citó a Vinatea, el otro ilustre morellano, jurat de València en el siglo XIV: «El pueblo valenciano no es un pueblo subyugado».

La herencia de izquierda y la reivindicación del autogobierno se mezclaban en las palabras de Puig: «Agradecimiento a todos los que hicieron posible el autogobierno, desde el anteproyecto del Estatut de la República hasta los 'deu d'Alaquàs'», en referencia a los detenidos en 1975.

Apeló a la historia pero también a los valencianos de a pie: «Soy consciente de las capacidades de esta comunidad. He visto al pequeño empresario que deja su familia y coge la maleta para vender sus productos en el extranjero y evitar cerrar su empresa. La madre que saca adelante su hijo con gran discapacidad; los jóvenes que van al extranjero a trabajar», enumeró el presidente.

Puig armó un discurso para su puesta de largo que alternaba el catálogo de valores familiares con guiños más prosaicos a sus socios de gobierno; la crudeza de los «588.800 parados» con la memoria de sus referentes Ernest Lluch, Lerma o el alcalde Blasco de Morella; la trascendencia histórica del rey Jaume con el recuerdo reciente a Pedro Zerolo y Zapatero por la conquista de «derechos civiles» para los gais. Un discurso «profundo, hermoso, poético», diría poco después su portavoz, Mónica Oltra.

El hijo de Elodia y Joaquín actuó ayer como cicerone para algunos iconos que hacía tiempo que no pisaban las instituciones. Se hizo acompañar de Raimon -«canto a las esperanzas y lloro la poca fe»-y Max Aub -«lo que cuenta es la solidaridad humana»-. Citó a María Cambrils para comprometerse «por encima de todo contra la violencia de género». Y desempolvó la chaqueta de Machado para presumir del «sentido de la honradez y el respeto», «el legado de los valores» que le dejan sus padres y unos «abuelos republicanos que sólo querían un gobierno honrado y para el pueblo».

Puig, que presume de no haber perdido el alma de periodista, se invistió ayer de cronista medieval. «Con toda la humildad», rescató al rey conquistador para poner la divisa del nuevo Consell: «Amar y proteger a todas las personas y al pueblo. Hacer reinar la justicia y velar para que los grandes no opriman a los pequeños», dijo citando a Jaume I. La versión medieval del «rescatem persones».

Sobre esa declaración de intenciones, Puig lanzó los esperados guiños a Compromís y Podemos: «Quiero un cambio fundamental, la recuperación del poder por parte de los ciudadanos y un gobierno al servicio de las personas. Mi gobierno estará presidido por la regeneración ética y la lucha contra la corrupción. Estará presidido por la lucha contra la desigualdad, por un nuevo contrato social que modernice la educación, sanidad y servicios sociales».

El jefe del Consell se comprometió a ser un presidente de «diálogo» y volvió a mencionar los pactos de la Generalitat, su hoja de ruta para reactivar la economía. También los puntos que inspira el «pacte del Botànic» como filosofía de gobierno: «No vale la pena el crecimiento a cualquier precio, hay que crecer para redistribuir».

Vertebración sin provincias

El jefe del Consell también se detuvo en una materia nuclear para el bipartito de izquierda y toda la sociedad civil que le respalda: «Mi gobierno estará presidido por una política cultural potente, plural, moderna, que cuide nuestras señas de identidad y sobre todo nuestra lengua», proclamó tras una legislatura marcada por los ataques del PP a la Acadèmia. También afrontó el reto de la vertebración, orillando la organización provincial, para «coser todos los territorios desde Pilar de la Horadada hasta Vinaròs».

El discurso de Puig fue interrumpido en un par de ocasiones por los aplausos de las bancadas de izquierda. No así por parte del PP, aunque sorprendieron los aplausos del expresidente Camps, que se situó en la tribuna de invitados junto a su antecesor y viejo rival Eduardo Zaplana. Mientras, en la tribuna de invitados, los padres, esposa e hijos del presidente asistían emocionados al acto.

Pese a la solemnidad del momento, Puig quiso simbolizar una nueva etapa acudiendo a abrazar y besar a todos los síndics. Fue Fabra, sin embargo, el primero que le saludó al acercarse en cuanto terminó su discurso, un gesto que resume el «fair play» en todo el proceso de traspaso de poderes culminado ayer.