o he podido resistir la necesidad de volver a escuchar todas y cada una de las obras que se interpretaron en el concierto, bueno "conciertazo", del pasado sábado que nos deleitó La Orquesta Sinfónica del Teatro Castelar que llenó el coliseo de Elda. Cierro los ojos y la melodía me traslada, súbitamente, de nuevo a mi butaca, cuya situación me concede una panorámica perfecta, desde la cual contemplar al público.

Observo a cada uno de los asistentes. Detecto, como una especie de virus o epidemia virtuosa y romántica se extiende por todo el teatro, un cúmulo de sentimientos nos envuelve a todos, simultáneamente mientras un nudo ahoga nuestras gargantas, una sonrisa emerge de cada efigie, mientras los ojos se acristalan algunos, inevitablemente, rompen a llorar, las manos de las parejas se entrelazan y aprietan apasionadamente, tan pronto un palpitar acelerado, como una sensación de sosiego y plenitud. Hemos sido hechizados. Culpa todo, del llorar de los violines, del cantar del oboe y del gemir de las trompetas. Pero sobre todo culpa, o mejor dicho, gracias a su director, y amigo, don Octavio J. Peidró. ¡Brutal, Octavio, colosal!

Acabado el concierto, abandonando la platea y el anfiteatro, el gentío formulaba comentarios sobre la conmovedora selección de las obras y su magnífica interpretación, sobre la extraordinaria calidad de los músicos y sobre la exquisita dirección de la orquesta. Sin embargo, entre la profusión de comentarios positivos, noté ciertos tintes de tristeza, percibí sentimientos de nostalgia precoz. Un, ¿ya se acabó? Como si hubiéramos sido protagonistas de un espejismo, una especie de éxtasis pasajero del que tan sólo nos quedará el recuerdo. Se escuchaban comentarios como: "espero que esta oportunidad no se deje pasar", "ya tenemos Sinfónica en Elda", "hoy puede ser un día histórico que poder relatar a nuestros hijos y nietos", "hemos asistido a un bautizo melódico, al primer concierto de la Sinfónica de nuestro pueblo".

Personalmente, no creo que sea un espejismo, es más, asevero que es una realidad, porque hay cosas que por su propia inercia son imparables, sobre todo cuando despiertan este sentimiento romántico de todos los eldenses, de tener una Sinfónica, y de tremenda categoría, en su propio pueblo. Y poder presumir de ella.

No creo que sea una quimera, estoy seguro de que nuestros políticos, a los que la Sinfónica también ha embrujado con este concierto, se encargarán de que nuestro pueblo disfrute de está magia armónica eternamente, y mantengan una realidad tan deseada. Tener una Sinfónica profesional en Elda, y gritar como yo: ¡ya tenemos sinfónica!

J. Manuel Bonilla es licenciado en Administración y Dirección de Empresas.