E n lugar de aprovechar la sentencia del 11-M para disimular hasta las elecciones, el PP ha decidido chapotear en el pantano extravagante que le han preparado el bilioso Jiménez Losantos y el sibilino Pedrojota. Hay quien le suponía al pobre Rajoy otro talante, que le distinguía de sus colaboradores más próximos, pero no se ha encontrado una sola prueba en su biografía que avale tal creencia. En todas las encrucijadas que le ha deparado la política ha tirado no por la calle de en medio, sino por la que ponía «sin complejos», que son consignas que le soplan desde la FAES de Aznar. La FAES tenía que haber sido el laboratorio de ideas de la nueva derecha libre de complejos. Una cosa muy a lo «neocon», es decir, basada en la teoría de que decir las cosas a lo bestia refuerza la fe de los tuyos y descoloca a los otros. La estrategia subyacente consiste en producir una fractura social que dé vértigo, porque esa es una sensación que provoca reacciones instintivas, alejadas del raciocinio, que es lo que interesa cuando uno apela al neandertal que llevamos dentro.

Bueno, eso es lo que tenía que hacer la FAES del ínclito Aznar, pero no. No es la FAES la que hace doctrina. Su papel viene a ser más bien de vigilancia de la ortodoxia, más a lo Ratzinger antes de ser Papa. No, la verdadera creación de pensamiento se la debe el PP al bilioso Jiménez Losantos y al sibilino Pedrojota. Estos son los que tienen al PP atrapado en el pantano de las mentiras convenientes y no lo sueltan ni con ácido. Los medios afines ponen el barro y Rajoy, Acebes, Zaplana y hasta Gallardón, se limitan a chapotear en él. Es notable el pánico que tienen a llevarles la contraria. Nunca vióse dependencia tan clamorosa de un candidato a presidente del Gobierno respecto a unos medios de tan dudosa ética profesional. Ellos marcan la agenda, el ritmo y hasta el tono de las preguntas parlamentarias y las iniciativas políticas de Génova. Rajoy no es nada, Federico lo es todo. Pedrojota piensa y el PP actúa. Así está el tema.

Haría falta algo más que una derrota dulce para que la catarsis propiciara la refundación imprescindible para contar con una derecha homologable y civilizada. Una derecha que tuviera escrúpulos a la hora de deslegitimar instituciones o promover deslealtades. Una derecha que no intentara conservar en los tribunales el poder que perdió en las urnas. Una derecha que no jugara a romper la sagrada unidad contra el terrorismo. Una derecha que no se empeñara en radicalizar a los nacionalistas para legitimar su propia radicalidad. Una derecha, en fin, que aprendiera de una vez a superar sus verdaderos complejos. No aquellos que le susurra el peor Aznar, sino aquellos que le impiden desmarcarse del pasado autoritario, como ha hecho la mejor derecha europea. Pero mientras escribo este desiderátum me asalta un temor: ¿y si en vez de derrota dulce obtuvieran una victoria electoral Entonces la peor derecha posible se vería reforzada y su urgente renovación pospuesta sine die. No quiero ni pensar lo que sería de un país gobernado por los tramposos de las ondas y los conspiradores de balcón de Carabaña.

Pepe Reig Cruañes es profesor de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.