E s comprensible la preocupación generada por el destino de nuestros compatriotas retenidos o detenidos en el Chad, país machacado por guerras tribales y donde la democracia brilla por su ausencia. Es comprensible que se instigue a nuestras autoridades diplomáticas para que gestionen su vuelta y/o mejoren sus condiciones en el retén africano. Es humano pretender que el trato que se les dé a los tripulantes del avión sea similar al que se les daría en nuestra sociedad. Es lógico que nos alegremos de que las gestiones principalmente del gobierno francés, Chad es un país francófono, y en un segundo plano del español hayan conseguido el regreso de las cuatro auxiliares de vuelo españolas exoneradas de toda culpa.

El resto de integrantes de la tripulación parece que tendrá que responder ante la justicia al menos de su acción por omisión en los acontecimientos presuntamente criminales de la ONG francesa. Con suerte en nuestro país, donde disfrutarán de las garantías procesales requeridas en todo Estado de Derecho que se supone no existen en el Chad. En principio deberán explicar las razones por las que no intuyeron nada ilegal en un transporte tan sui generis de niños en un país donde la adopción internacional está prohibida. Existen algunos interrogantes que han de despejar para liberarse de toda sospecha. No todos los días se fletan aviones cuya carga son más de un centenar de niños africanos.

Pero en este gran escándalo las víctimas propiciatorias de la maraña de ONGs, traslados forzosos, secuestros, engaños masivos, vil metal y corrupción, son los 103 niños, esos locos bajitos a los que han arrancado de sus raíces, han cubierto de vendajes falsos, y han hacinado en espera de un destino no deseado entre sollozos y ausencia de los suyos. Víctimas que ataviados en gran parte con camisetas de Eto$27o, ídolo de todo niño africano, iban a ser vendidos al mejor postor con la excusa de una vida mejor. Hipócrita justificación para llevar a cabo un fin tan abyecto. Compra venta de criaturas en el mercado negro, en las alcantarillas de la pretendida cooperación.

Denunciados por la ACNUR, el destino de los mal llamados cooperantes, dueños del arca de la discordia, y su red enmascarada en una organización humanitaria, será sin duda distinto al de la tripulación. La justicia, aún en su postura más ecléctica, deberá caer, ya sea en Francia o en el Chad, con todo el rigor contra estos buzos de las cloacas que se dedican a secuestrar niños buscando beneficios económicos. No hay nada más execrable que comerciar con personas, pero aún lo es más si son indefensos niños los que se ponen a la venta. Como si de una nueva estirpe de comerciantes de esclavos se tratara, esta eufemística ONG, estos mercaderes del siglo XXI se amparan en la necesidad de adopción que nuestra sociedad parece demandar para cubrir carencias sentimentales o frustraciones filiales. Latrocinio por fingida ternura. Pequeños famélicos exhibidos en abominable subasta.

Niños al por mayor, carne humana vendida al peso, arrebatados a sus madres con artimañas y seducciones. Niños al por mayor, recolectados por pueblos y asentamientos donde la pobreza y miseria son caldo de cultivo de la ignorancia. Niños al por mayor, seleccionados a espaldas de las autoridades para ponerlos en el gran escaparate de la vieja Europa colonial. Niños al por mayor, reclutados en levas para el ejército de la forzada adopción. Contrabando de vidas. Carrusel de sacrilegios contra la infancia.

Mientras se comercia con ellos, llenando las arcas de los criminales de la infancia, la séptima parte de la población mundial no tiene garantizado el disfrute de una alimentación adecuada, en otras palabras más de ochocientos millones de personas pasan hambre. Ellos y en especial sus hijos, esperan de nosotros, ciudadanos del bienestar, acciones diametralmente opuestas que les permitan iniciar un camino hacia un desarrollo sostenible. Necesaria catarsis del llamado mundo occidental.

Luis Prats Pérez es sindicalista y empleado de la CAM.