Opinión | Oído, visto, leído
Estar enamorado es….
...maravilloso. Claro que sí, claro que sí: no hay cosa más bonita que levantarte y ver las mañanas radiantes y llenas de fulgor y tener la mitad izquierda del cerebro (la parte derecha no vale) llena de cortisol e inflada de una serotonina que hace que te remueva por dentro y que nos sintamos con fuerza para subir una montaña corriendo y coger la flor más preciosa que entregaremos a nuestra amada, única e indivisible, objeto de nuestro amor y guardiana de nuestros pensamientos. Sí, a quién no le gustaría ser como John Wayne y Maureen O’Hara en El hombre tranquilo, o estar tan arrebatados como Meryl Streep y Clint Eastwood en Los puentes de Madison. O ser Richard Gere en Oficial y Caballero. También envidio a quien sea capaz de susurrar un domingo al atardecer cualquier canción de Silvio Rodríguez, lenta y morosa (o sea, todas). Sí, como decía el poeta, «aguda espina dorada/ quien te pudiera sentir/ en el corazón clavada».
…difícil y cansado. Pues sí, no es posible aguantar mucho tiempo en modo on, básicamente porque estar en ese nirvana mental enamoradizo te inhabilita para casi todo: te enajenas tanto que no atinas con otras cosas, descuidas a tus amigos y a tus mascotas, piensas que tú y ella/él sois únicos e inimitables entre ocho mil millones de personas, y que es imposible que alguien sienta cuarto y mitad del gozo, pasión deseo que te recorre por dentro. En El amor en los tiempos del cólera, un hombre tiene que esperar casi ochenta años a declararse a su amada. El mejor guitarrista de todos los tiempos, Eric Clapton, destrozó el matrimonio de George Harrison por enamorarse de su mujer, Patty Boid. María y Tony cantaron y bailaron al amor al son de la música de Berstein en West Side Story y mira tú cómo se les pagó. En El paciente inglés, Ralph Fiennes se pega un palizón pero no puede evitar que su amada (Kristin Scott Thomas) muera sola y aterida en la cueva en donde la dejó. Quita, quita, qué complicaciones.
…más fácil que el desamor, dónde va a parar. Sí, porque, a ver, a ver ¿qué pasa con todos los amores no correspondidos, qué? Esas citas que nunca llegaron, esas frases que nunca pudiste decir, ese baile agarrado que nunca te concedió, ese regalo especial que no le pudiste comprar, esas miradas que nunca te echaron. Ese sentirte un desgraciado por no tener ni suerte, ni porte, ni gancho alguno para el otro sexo. Nada, nada, que estar enamorado está totalmente sobrevalorado y la vida se aprende a sopapos, si lo sabremos muchos…
…algo privado? Un amigo -de mi misma altura y que tiene exactamente las mismas canas que yo- me dice: «Creo que desconfiaría de alguien que me dijera -sin yo preguntárselo- que está ‘profundamente enamorado’ (el mundo, Jesús, está lleno de parejas que dicen que están profundamente enamoradas y tienen régimen de separación de bienes). Quizá estar enamorado es algo que a lo mejor puedes decir en una entrevista en El Hormiguero o en el sofá del chalet de Bertín Osborne, pero ¿es algo que deba ser utilizado a cuenta del desempeño de tus funciones? ¿Necesito saber de boca de mi jefe si tiene mariposas en el estómago, o está distante o enfadado con su mujer, antes de pedirme que prepare tres informes para el lunes a primera hora? ¿Hace falta que me cuente qué magnífica relación tiene con sus suegros o qué soñó ayer, si yo no se lo pregunto? Y yo -como tú, Jesús- también estoy profundamente enamorado, pero no lo voy publicando por ahí …»
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