Opinión

Dos sinfonías de Schubert y el concierto para violín de Bruch

Paavo Järvi dirige la Filarmónica de Bremen con María Dueñas como solista

Dos sinfonías de Schubert y el concierto para violín de Bruch

Dos sinfonías de Schubert y el concierto para violín de Bruch

Franz Schubert

(Viena, 1797-1828)

Sinfonía número 2 , en si bemol mayor (D. 125)

Cuando Schubert abandona en 1818 su trabajo de asistente de su padre, maestro de escuela, ya había completado seis de las diez sinfonías, dos incompletas, que nos legó como muestras del romanticismo musical alemán. En la escuela con su padre oficiaba de segundo y más tarde primer violín, además de contribuir al repertorio de oberturas y sinfonías que ejecutaban todos los días los alumnos. Entre 1812, cuando contaba quince años de edad, y 1918 compuso sus seis primeras sinfonías entre las trece y quince tentativas que emprendió a lo largo de sus 31 años de vida. La segunda que hoy escucharemos fue iniciada el 10 de diciembre de 1814 y finalizada el 25 de marzo de 1815. Fue dedicada al director del Konvikt de Viena, el doctor Franz Innocent Lang. Fue la primera de sus sinfonías en darse a conocer al gran público tras estrenarse en Londres el 20 de octubre de 1877 bajo la dirección de August Manns. Por la fecha de creación, sus primeras sinfonías están emplazadas bajo el signo de Haydn y, sobre todo, de Mozart, que eran los compositores que interpretaba frecuentemente la orquesta vienesa del Konvikt. Antonio Salieri, contemporáneo de Mozart, era entonces el maestro de Schubert.

El primer movimiento comienza con una introducción lenta en donde la cuerda responde a los instrumentos de viento. En la segunda parte del movimiento, Allegro vivace, aunque no se ha desprendido Schubert de cierta convencionalidad ya se percibe un lirismo típico de muchas de sus obras. El segundo movimiento, Andante, son variaciones de un tema de danza y contiene un motivo rítmico que se impondrá en el siguiente movimiento, Minuetto. Alegro vivace. El movimiento final, Presto vivace recupera el vigor inicial de la sinfonía y es una muestra de los progresos realizados por el compositor tanto en la orquestación como en la invención melódica.

Sinfonía número 1, en re mayor (D. 28)

La primera audición pública de la Primera sinfonía de Schubert tuvo lugar el 5 de febrero de 1883, más de setenta años después de su composición. Como en la Segunda, tuvo lugar en Londres con el mismo director al frente de la orquesta, August Manns. La obra se inicia con un arpegio que introduce el solemne y casi severo Adagio, creando una atmósfera que se disipa con la irrupción del Allego vivace en el que destacan dos temas: uno de un juvenil conquistador, confiado inicialmente a la cuerda, y otro más lírico, más cantante. En este movimiento, de una cierta amplitud, son importantes los instrumentos de viento de madera y metal. En los dos siguientes movimientos, Andante y Minuetto, es donde es más evidente la herencia de Haydn. Sin embargo, el cuarto y último movimiento, evoca con su energía al primer Beethoven,

Max Bruch

(Colonia, 1838- Friedenau, cerca de Berlín,1920)

Concierto para violín y orquesta número 1 , en sol menor (opus 26)

Bruch fue director de orquesta y de coro en Mannheim, Coblenza, Liverpool y Breslau además de profesor de Composición en la Escuela Superior de Música de Berlín. Autor de óperas, sinfonías y conciertos, su mayor reputación se cimentó en sus obras corales aunque hoy se le recuerda especialmente por el primero de sus conciertos para violín, el que hoy escucharemos con la aclamada granadina María Dueñas como solista. Bruch fue influido sobre todo por Brahms y, sin librarse de de un academicismo que enmascara a veces los acentos postrománticos, extrajo su inspiración de diversos folklores (escocés, galés y germánicos).

De los tres conciertos para violín que Bruch compuso, el primero, escrito en 1866 y estrenado dos años más tarde, es el más conocido y ejecutado. Sus modelos fueron los de Mendelssohn y Brahms, y como el de éste último fue dedicado al ilustre Joseph Joachim. Es una obra que se caracteriza por la abundancia melódica y el virtuosismo de la escritura para la parte solista, tan apreciado por los violinistas de todos los tiempos. El primer movimiento simula la forma de un allegro de sonata y es una especie de rapsodia con un diálogo entre el solista y la orquesta. El Adagio central está construido esencialmente sobre un único tema que introduce el solista; tras alcanzar una cima de intensidad tras la que parece volver el silencio, una flauta y una trompa incitan al solista a que exponga el tema una última vez. El final del concierto, un Allegro enérgico, es brillante, de aire fogoso y casi desenfrenado.