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Joaquín Rábago

Los palestinos, una vez más traicionados

Los palestinos se dicen "traicionados" una vez más. Desde la llamada "declaración Balfour", de 1917, en la que se declara el apoyo de Londres al establecimiento de un "hogar nacional" para el pueblo judío en Palestina, entonces parte del imperio otomano, el pueblo palestino no ha dejado de sufrir la traición de unos y otros: desde la potencia colonial británica hasta sus "hermanos" árabes y muchas veces sus propios y corruptos dirigentes.

La última "traición", como no han dudado en calificar lo sucedido los palestinos, es el anuncio de que los Emiratos Árabes Unidos establecerán relaciones diplomáticas con el Estado judío, acuerdo calificado inmediatamente de "histórico" por su principal muñidor, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para quien un adulador de su entorno ha propuesto incluso el Nobel de la paz.

Próximamente se reunirán delegaciones de Israel y de los Emiratos para firmar acuerdos bilaterales en distintos campos y decidir la apertura de embajadas, algo que Washington se ha apresurado a calificar de paso decisivo hacia una mayor seguridad, bienestar y paz en Oriente Medio.

El acuerdo, que sigue a los existentes entre Israel y otros dos países árabes, Egipto y Jordania, tiene ya nombre: se llamará "Abraham", figura bíblica que, según sus propagandistas, simboliza la unión de las religiones monoteístas. Washington ha expresado su esperanza de que pronto sigan otros. ¿Acaso uno con Bahréin?

Sólo el pasado mes de junio, Abu Dabi criticó la anexión formal anunciada por Israel de territorios palestinos y advirtió de que pondría en peligro la normalización de las relaciones con Israel. Ahora, sin embargo, el mismo Gobierno dice que Israel se ha comprometido a no llevarla a cabo.

Algo que, sin embargo, no coincide con lo que se dice en Tel Aviv o Jerusalén, la capital ahora reconocida por EEUU, donde se habla sólo de suspender provisionalmente la ocupación de tierras palestinas y no de renuncia al plan de anexión inicial.

Hay que dudar de si el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, proyectaba realmente la anexión oficial de territorios de Cisjordania como parte de lo que el Gobierno de Trump presentó en su día como una nueva "visión de paz" para Oriente Medio. De hecho pasó la fecha del 1 de julio, anunciada para el comienzo de la ejecución de ese plan, sin que sucediera nada.

El tan astuto como, a lo que parece, corrupto Netanyahu prefiere seguir con su política de hechos consumados: es decir, dejar que los colonos sigan ocupando ilegalmente territorios, que van así quedando bajo control permanente del Estado judío. Mientras tanto, los gobiernos europeos y otros seguirán protestando, pero sin que esas protestas se traduzcan en sanciones concretas.

A cambio de limitarse a suspender la anexión formal de tierras palestinas, que sólo podía causarle problemas dentro y fuera de Israel, Netanyahu se apunta el triunfo de haber conseguido para Israel el pleno reconocimiento diplomático de otro país árabe, al que podrían seguir ahora otros.

Y Trump mientras tanto se presenta al mundo como el gran pacificador de la región, lo que no deja de ser, sin embargo, un espejismo porque lo que persiguen tanto él como Netanyahu y las monarquías feudales del Golfo es establecer un frente común contra el enemigo común, Irán, cuya influencia en Siria, Irak o Líbano tratan así de frenar.

¿Trump, Nobel de la paz? Una auténtica broma. Sí habría que reconocer en cambio que el Donald es el mejor lobbista de la industria armamentista estadounidense, que continuará haciendo grandes negocios en toda esa región con sólo que Washington e Israel sigan agitando continuamente el espantajo del "terrorismo iraní".

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