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Expresidente de la Diputación Provincial de Alicante

Una pena

Creo que interpreto el sentir de muchos de mi generación. Esa que alcanzó la mayoría de edad en los setenta y votó por primera vez meses o años, muy pocos, después de morir Franco, de quienes vivimos los últimos coletazos de la dictadura, de un tiempo en el que lo viejo no acababa de morir y lo nuevo no acababa de nacer, de un tiempo en el que la sociedad sintonizaba más con los países de nuestro entorno que las herrumbrosas estructuras políticas que pesaban sobre nosotros.

Queríamos llegar a ser como nuestros vecinos: vivir en libertad y elegir a nuestro gobierno y queríamos llegar a ese punto sin tener que recurrir a la violencia. Vivimos la revolución de los claveles de Portugal con una alegría inmensa porque vimos que era posible hacerlo sin violencia (aunque en nuestro país vecino hubo intervención del ejército y una fase de turbulencia hasta que se estabilizó el país).

Recuerdo el escepticismo con el que recibimos a Juan Carlos como Rey; el fiasco del mantenimiento de Arias como presidente del gobierno, la decepción del "Indulto Real", las detenciones y encarcelamiento, en la primavera de 1976, de algunos representantes de la oposición democrática, el incomprensible nombramiento del ministro secretario general del Movimiento (Suarez), como presidente del gobierno tras la dimisión de Arias€ Y de repente todo pareció rodar en un sentido distinto: la promesa de hacer normal a nivel legal lo que era normal en la calle, la amnistía, la ley de reforma política que algunos no votamos pero que queríamos que saliera adelante, la legalización del PCE en un Sábado Santo de vértigo€ las piezas iban encajando como si hubiera un diseño para facilitar esa transición sin violencia a una sociedad democrática.

Y cuando digo sin violencia no estoy diciendo que todo fuera pacífico sino que se evitó un enfrentamiento civil generalizado. Actuaron los GRAPO, la extrema derecha, y la ETA que no buscaba otra cosa que provocar al Ejército para impedir los planes democratizadores y a punto estuvo de conseguirlo.

Sabíamos que muchas sociedades con las que nos queríamos homologar eran monarquías y que, sin embargo, había repúblicas en las que uno no quisiera vivir. Por eso, muchos pensamos que la disyuntiva Monarquía/República debía ceder ante la disyuntiva Democracia/Dictadura. Ese pragmatismo y la decisiva intervención del Rey para abortar el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 supuso que muchos nos declaráramos juancarlistas, en una especie de "Contrato pragmático": Tú eres el Jefe del Estado como Rey y, a cambio, garantizas un perfecto funcionamiento de las instituciones democráticas y procuras que los ciudadanos se sientan cómodos más allá de que sean monárquicos o republicanos de convicción. Y ello incluye poner todo de tu parte para evitar que los monárquicos piensen que pueden dar carnets de españolidad al resto.

Ese "contrato" incluía un comportamiento discreto de la Corona y su entorno, ya que un papel de garante o moderador de las instituciones democráticas no es compatible con usar esa posición de privilegio para un fin distinto, como puede ser el de enriquecerse, y no digamos si es por medios ilícitos.

Por eso, somos muchos quienes nos sentimos frustrados, con una pena enorme ante los hechos que han provocado la salida de España de Juan Carlos I.

Muchos son los problemas que nos abruman: una pandemia de dimensión mundial que nos ha azotado y aún nos atenaza; una crisis económica de colosales dimensiones, provocada por esa crisis sanitaria; una sociedad crispada, donde nadie sabemos empatizar con quien no piense como nosotros; unas redes en las que corren más rápido los bulos que la información veraz. ¿Debemos poner además sobre la mesa la forma de gobierno?

Algunos pensamos que no. No porque pensemos que la monarquía es un sistema racional (es contrario al principio de que todos nacemos en igualdad de dignidad y derechos) sino porque esa disyuntiva ahondaría aún más la división de nuestra sociedad y no ayudaría a resolver los problemas más acuciantes.

Si el Rey aspira a renovar ese "contrato" del que disfrutó el Rey emérito hasta que lo tiró por la borda, debe procurar que las instituciones democráticas funcionen y la principal es hacer ver y dejar patente que es en el Congreso de los Diputados donde está la máxima representación de nuestros conciudadanos, en el que todos los escaños valen lo mismo pues no hay escaños de primera y de segunda. Y debe cuidarse y distanciarse de quienes lo adulan al mismo tiempo que se atreven a dar carnets de españolidad a los que piensan como ellos y a negarlos a quienes tienen una visión distinta de cómo debe funcionar la sociedad.

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