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La almendra olvidada en el árbol

Hace cuarenta y cinco años, trabajando como temporero agrícola en los meses de verano, recogía los frutos de los almendros con la típica caña, sacudiendo sin excesiva violencia las ramas para que se desplomen las almendras a la sábana del suelo. No existían entonces las modernas máquinas de ahora que, haciendo vibrar al tronco, provocan su caída como una lluvia vegetal. Terminado de vaciar un árbol me disponía a iniciar el siguiente cuando aparece por allí el propietario de las tierras, con su gorra de tela, su acompañante bastón y su leal pastor belga. Observando con minuciosidad cada uno de los vástagos, en plena inspección ocular, me señala con la garrota una almendra olvidada en lo más alto del arbusto.

"Ahí te has dejado una", me comenta con irónica sonrisa. Y me acuerdo de que aquello pasó hace cuarenta y cinco años porque esa anécdota se me quedó grabada para siempre. ¿Cómo es posible que de entre tantos kilos recogidos de un solo árbol se fije el hombre en la única que quedó por coger? Aquel hecho me dolió sobremanera, porque me originó una sensación de no realizar el trabajo adecuadamente, no prestar la suficiente atención o sentirme desde entonces en el ojo del huracán, doblemente vigilado. El popular dicho de que los árboles no dejan ver el bosque se me desmontó por completo, pues había que entretenerse mucho para localizar una almendrita entre tanta broza y tanto ramaje.

Este recuerdo me ha hecho reflexionar siempre, aplicándolo a cualquier esfera de la vida, pues suele ser costumbre general que la detección de un error es lo que al final queda, muy por encima del cómputo global del trabajo realizado. Nos quedamos con la importancia del defecto, no del resto de la tarea bien concluida. En ocasiones la excepción, una simple almendra extraviada, se revierte y cobra un valor más protagonista y relevante: la generalización. Es por eso que determinadas fuerzas políticas de este país utilizan la singularidad para otorgarle propiedades universales a través de sus potentes redes sociales, procurando, y consiguiendo, un rédito partidista al lograr convertir lo puntual en rango de general.

Acusan estas influyentes fuerzas a temporeros inmigrantes, expatriados en pateras, menas exaltados y conflictivos de expandir los rebrotes del Covid-19, no a multitudes de jóvenes españoles y, en muchos casos muy patriotas, en los pasatiempos del botellón. Tampoco difunden las irresponsabilidades de algunos locales de ocio nocturno, ni las concentraciones alocadas de adolescentes en torno a un afamado Dj, ni las manifestaciones con caceroladas en la madrileña calle Núñez de Balboa solicitando libertad en la fase de desescalada. Igualmente obvian las protestas del Gobierno de Ayuso de Madrid exigiendo la Fase 3 cuando ahora, en plena extensión de la pandemia, anuncian medidas restrictivas.

Son los otros, esos moros, negros y sudacas que los patriotas valerosos no quieren ver ni en pintura, los causantes de una posible e hipotética vuelta atrás. Son como si estas almendras perdidas, ya almendras podridas para estos ejemplares héroes que defienden una España Única, Grande y Libre, fuesen el origen del gran drama español. Si señalan en una dirección los acólitos miran, pero siendo incapaces de reconocer errores propios, obsesionados con que las víctimas son ellos y los inquisidores, a los que hay que expulsar, aquellos que vienen huyendo de guerras o hambrunas, porque el hambre no tiene fronteras. Analicen cómo la excepción confirma la regla y se convierte en arma arrojadiza y genérica.

Si la maleza no nos deja ver el bosque, quedándose almendras olvidadas, no es culpa de la broza, sino de la impaciencia y la obcecación. Si se criminaliza a un sector vulnerable, extraño y desprotegido difundiendo la idea de que es la causa de los problemas sociales, sanitarios y económicos, daremos mil vueltas al árbol buscando la almendra perdida. No importa esa almendra si al final se recoge la cosecha y para alcanzar una visión global es necesario recorrer muchos bancales. En el verano de 1975 comencé esta reflexión, por una arzolla perdida, y hoy, en agosto de 2020, me resulta absolutamente vigente. La alloza que no vi, al final no perturbó mi trabajo y la estaca terrateniente denunciante, hoy, ni caso.

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