Diablo Guardián es la historia con la que Xavier Velasco ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2003. Amazon la convirtió en serie el año pasado. Para quien no las conozca, recomiendo encarecidamente la lectura del texto. De la serie se puede pasar.

Durante cuarenta años, que no son pocos, Juan Cruces fue, no diré el diablo, que suena mal, pero sí el diablillo guardián de varias generaciones de periodistas, que pasamos inevitablemente por la prueba del algodón que entonces significaba ejercer el oficio en Elda, un destino a cara o cruz: o aborrecías la profesión o te entregabas a ella, definitivamente. Y créanme si les digo que ambos términos -diablillo y guardián- encajaban en él como el más fino de los guantes. Era lo uno y lo otro, el hombre que nos hacía disfrutar de todas las pillerías de este sacerdocio y, al mismo tiempo, cuidaba de que jamás nos pasara nada.

Por citarles algunos nombres que a ustedes puede que les suenen, por aquella delegación de INFORMACIÓNINFORMACIÓN pasaron, entre otros, Jesús Alonso y Baldomero R. Díaz, que fueron directores adjuntos de este periódico; Carlos Esteve y Pepe López, que fueron redactores jefes; Javier Izquierdo y Jorge Fauró, que ocuparon la subdirección; Isabel Vicente o Carmen Lizán, que son jefas de Sección del diario. Y yo mismo, en un momento por muchas razones clave de mi vida.

A todos nos acunó, nos protegió y nos enseñó a andar Juan Cruces, Cruces-Ernes como firmaba sus fotos en el diario. Sin él, no sé cuántos habríamos continuado. Juan era, en origen, un fotógrafo de la BBC (bodas, bautizos y comuniones), pero resulta que era más periodista que todos nosotros. Y sobre todo, era todo humanidad. Y comprensión. Y lealtad. Mil veces metíamos la pata, mil veces que nos defendía. O que encontraba el camino para que una pifia acabara resultando un ejercicio digno del Pulitzer. Y eso, sin darse jamás importancia. Al contrario, sintiéndose siempre agradecido. Porque Juan Cruces amaba el periodismo y a los periodistas. Y sabía pasárselo en grande y hacernos disfrutar a todos.

La primera fotografía que tengo de mi hija Tamara, recién nacida, la hizo Juan Cruces. La última que poseo de mi hermano Francisco, muerto el mismo mes y el mismo año en que nació Tamara, también la recuperó para mí él. Se ocupó de mí, en lo personal y en lo profesional, sin pedir jamás nada a cambio. Es un tópico eso de decir que mueren los mejores. Mueren todos, buenos o malos. Pero en el caso de Juan, ha muerto el más entrañable. Descanse en paz.