No había que tener un máster o un doctorado por la Universidad Juan Carlos I de Madrid para saber que el Covid-19 nos iba a seguir dando problemas serios.
Tras la cazurra presión política, social y, sobre todo, interesada y espuria, de los partidos de la derecha en el Congreso, hecha patente en sus negativas a seguir prorrogando el estado de alarma nos encontramos en el caos que los brotes de contagio están creando sin que las autonomías puedan controlar la pandemia y ante la negligencia de los jóvenes -y menos jóvenes-con sus aglomeraciones, botellones, así como el descontrol en bares, restaurantes y comercios en general.
Prácticamente, al Gobierno se le puso la pistola en la sien para que diera paso a la apertura total de la actividad económica del país. Las constantes amenazas empresariales y políticas dieron su fruto y los gobernantes delegaron su acción sanitaria en las diversas comunidades. Les dieron a elegir entre economía o salud y eligieron la primera. Pues ahí tenemos el resultado. Infecciones por toda España, salvo, curiosamente, en la de Madrid, la más virulenta contra el gobierno y que, con la que está cayendo y siendo un núcleo tan importante de ciudadanos, apenas si declara algún contagio. Algo que, evidentemente, huele bastante raro.
Al Gobierno no le quedará más remedio que coger el mando otra vez o nos iremos a hacer puñetas y a pedir más dinero a la UE. Ya pueden agradecerle al señor Casado y al señor Abascal sus encomiables ayudas para generar, además de la crispación habitual, su valiosa aportación en la enfermedad de miles de españoles.
