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Gerardo Muñoz

Momentos de Alicante

Gerardo Muñoz

Matalino Pusa: el reglamento del servicio doméstico

El inspector Pepe Amat Carbonell, que había nacido en San Vicente del Raspeig hacía 58 años, era el encargado de investigar, junto con su joven compañero Pepito Carratalá, los robos de dos valiosas joyas que se habían perpetrado en el intervalo de una semana. Primero había desaparecido en casa de doña Luisa Pasqual de Bonanza un anillo de oro y brillantes, y después un broche de oro y piedras preciosas en el palacete del barón de Finestrat. En ambos casos se desconocía la autoría de los robos y las circunstancias dificultaban averiguar cómo se había introducido el ladrón o ladrones en los dormitorios principales de sendas casas.

Eran las ocho de la mañana del miércoles 13 de junio de 1888 cuando Pepe Amat salió vestido de paisano de su casa, situada en la calle Huerta, en el barrio de San Antón. Su primera familia la había fundado cuando tenía 21 años, al desposarse con Ana María García el 7 de febrero de 1852 en la colegiata de San Nicolás. Tuvieron aquel mismo año una hija, Teresa. Enviudó y se casó en segundas nupcias con Isabel Fuentes el 5 de septiembre de 1863, con quien estrenó una casa que acababa de construir en la calle Huerta. Tuvieron tres hijos: José, Ramón y Antonio. Solo el benjamín vivía aún en la casa paterna.

Amat se dirigió con paso decidido hasta la cercana plaza de San Cristóbal, donde estaba la residencia de doña Luisa Pasqual de Bonanza, una anciana de 78 años y soltera que vivía únicamente con una criada de 22 años, que se hallaba en su día semanal de descanso cuando se produjo el robo del anillo. También servía a doña Luisa un matrimonio sin hijos: el hombre, de 57 años, cuidaba de los animales del corral y hacía las veces de cochero, y la mujer, de 55, cocinaba. Ambos dormían en su propia casa, que se hallaba en el Arrabal Roig.

Según el «Reglamento para la vigilancia del servicio doméstico», aprobado a primeros de este año de 1888 por el Gobierno Civil, todos los sirvientes alicantinos debían registrarse en la Inspección de Vigilancia, a excepción de quienes no habitasen en la casa en la que servían. Amat había comprobado el día anterior que, en efecto, la joven criada se había matriculado oportunamente tres semanas antes, siéndole entregada una cartilla que mostró en Inspección el mismo día en que entró a servir en casa de doña Luisa, debidamente firmada por esta. Requisito que no habían cumplimentado la cocinera ni su esposo, puesto que no estaban obligados a ello al vivir en su propia casa.

Así pues, cuando Amat volvió a interrogar aquella mañana a la criada, ya sabía que era natural de Albacete, que llegó a Alicante tres meses atrás y que, hasta su ingreso en casa de doña Luisa, había vivido con su hermana mayor, quien llevaba casada desde hacía cinco años con el conserje del Laboratorio Químico Municipal, inaugurado el año anterior en la primera planta del Ayuntamiento y dirigido por el farmacéutico José Soler Sánchez.

La sirvienta repitió que su día de descanso era el domingo y que el pasado día 3 se había marchado de casa de doña Luisa temprano, para oír misa en Santa María a las nueve con su hermana y la familia de esta.

-Pasé todo el día con ellos y dormí en su casa. Vine el lunes a las ocho de la mañana y encontré a la ama muy angustiada porque acababa de echar de menos un anillo al que tiene mucho cariño. Dice que la última vez que lo vio fue el domingo a media mañana.

Amat le preguntó si Teresa, la sobrina de doña Luisa que estuvo con ella el domingo 3, la visitaba a menudo y solía subir a la planta de arriba, pero la muchacha le contestó que solo había visto a la sobrina del ama una vez, y que fue durante una visita muy breve que hizo al poco de haber entrado ella a trabajar en la casa. También le preguntó varias veces si ayudaba en la cocina y mostró empeño en saber si limpiaba las aceiteras, algo que extrañó a la muchacha, respondiéndole siempre lo mismo: entraba muchas veces a la cocina para cumplir con su labor de poner y recoger la mesa en las comidas, pero no guisaba; y en cuanto a las aceiteras, no las limpiaba, aunque desde luego sí que las portaba de aquí para allá, pero con mucho cuidado para no romperlas ni derramar el aceite, insistió.

Después interrogó de nuevo al cochero y a la cocinera, quienes no supieron darle ninguna novedad. Ellos casi nunca subían al piso superior de la casa. Desde luego no lo hicieron el domingo 3. De hecho, él ni siquiera entró en la casa, ya que comió en el corral el plato de migas que le dio su esposa. No sabían si la sobrina de la señora había subido en algún momento al piso de arriba. Se enteraron de lo del robo del anillo cuando, a eso de las siete y media de la mañana del lunes 4, oyeron los gritos de angustia de doña Luisa y la vieron luego bajar por la escalinata llorando desesperada.

Más coincidencias

Amat salió de la casa de doña Luisa, bajó por la calle Labradores hasta la calle Mayor y desde allí se encaminó hacia el ayuntamiento. En la plaza del Progreso, junto a uno de los pasajes que daban a la plaza Alfonso XII, se encontró con el inspector Pepito Carratalá, quien le esperaba uniformado y en compañía de una joven alta, de cara redonda y mirada lánguida, que vestía y calzaba con airosa sencillez. Se la presentó como Enriqueta Ripoll, hija del empresario a quien el consistorio municipal le había concedido el año anterior permiso para construir la red telefónica urbana, cuya oficina estaba en la calle Virgen de Belén, 6 y 8, entresuelo.

La muchacha se despidió poco después de que Amat la saludara, pero por la forma como ella y Carratalá se miraron, el veterano inspector intuyó que el encuentro entre ambos no había sido tan casual como habían querido darle a entender.

-No sabía que don Enrique María tenía una hija tan mayor -comentó Amat cuando ambos policías se quedaron solos.

-Acaba de cumplir diecinueve años -dijo Carratalá sin levantar la mirada del suelo.

Amat sonrió ligeramente, pero se abstuvo de hacer ningún comentario más. Aunque no conocía mucho a su joven compañero, sabía que era tímido y reservado.

Mientras marchaban juntos hacia la plaza Ramiro, Carratalá informó a Amat de lo que había encontrado en el registro del servicio doméstico:

-Como ya sabíamos, de los cinco sirvientes que tiene el barón de Finestrat, solo tres están registrados. Tanto el cochero como la cocinera no lo están porque duermen en sus respectivas casas. El mayordomo lleva sirviendo al barón desde hace más de quince años. Una de las criadas, la más mayor, lleva doce años. La más joven entró a trabajar en la casa hace solo mes y medio. Los tres duermen en dos cuartos que hay junto a la cocina. Ellas comparten uno. La nueva estaba de descanso cuando desapareció el broche.

-¿Qué sabemos de la criada nueva? -quiso saber Amat.

-Es de Villena y tiene 20 años. Creo recordar que lleva en Alicante poco menos de un año. Antes trabajó de lavandera -contestó Carratalá entornando los párpados, al tiempo que trataba de hacer memoria sobre lo que había leído unos minutos antes en el registro del servicio doméstico que había en la Inspección de Vigilancia. Tras una breve pausa, continuó diciendo-: En abril pagó los cincuenta céntimos que cuesta la cartilla y los diez céntimos del sello con un préstamo que le dejó la dueña de la pensión en la que se hospedaba porque, según aseguraba, era pobre de solemnidad.

-¿Entregó toda la documentación requerida para inscribirse como sirvienta?

-Sí, cédula personal, licencia de su padre, que vive en Villena, y certificado de buena conducta expedido por el alcalde de Villena.

Una vez en el palacete del barón de Finestrat, los dos inspectores volvieron a interrogar a los cinco sirvientes, sin que encontraran contradicciones con las declaraciones que hicieran dos días antes.

Era mediodía cuando los inspectores Amat y Carratalá salieron del palacete del barón de Finestrat y se dirigieron hacia la Inspección de Vigilancia. Entonces fue cuando el más joven de los policías le dijo a su compañero:

-Hay una coincidencia entre las dos criadas más jóvenes que trabajan en las casas donde han robado las joyas: Ambas fueron contratadas mediante la intervención de una misma agencia de colocación.

El policía veterano ladeó ligeramente la cabeza al tiempo que hacía una mueca ambigua con los labios:

-Habrá que inspeccionarla -dijo.

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