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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

En el lugar de los sueños

De la mano de ese Silencio de Octavio Paz moldeado con rotundidad por la voz limpia de Sacristán cuaja el regreso al cine que venía fraguándose aquí dentro. Como los habituales no están por la labor, me acerco sin perrito que me ladre. Al igual que las aguas del gimnasio, do nde los usuarios asoman con cuentagotas, le devuelven al cuerpo la agilidad extraviada, la gran pantalla, no las plataformas, ha sido alimento básico desde que la abuela me acercase a la reposición de La vuelta al mundo en 80 días a cargo de David Niven, Cantiflas y Shirley MacLaine, sin olvidar los estrenos de Marisol, con la paga del habilitado aún caliente.

Por el camino siento el aliento recíproco del manifiesto de un buen manojo de fecundadores europeos, con Coixet entre ellos, que claman por un socorro a la cultura y, cuando entro a la sala de casi trescientas butacas que forma parte de la escenografía familiar, la vuelta que ha dado el mundo lleva a que no haya un alma ni en esta ni en las restantes. De entrada resulta estremecedor pero al hacerse la penumbra se recobran constantes vitales. Las palomitas, los móviles y las bolsas de chuches han sufrido un KO y la bendita ausencia lleva a quedarse absorto con las cenefas que dibuja el proyector en el techo y que en el histórico pasaron desapercibidas como tantas secuencias a las que no prestamos atención dentro de lo que se suponía una asquerosa normalidad.

Entre unas cosas y otras, Cate Blanchett y yo estamos a solas. Como hoy muchos de quienes nos rodean, anda a la deriva. Se trata de una creadora que, en el instante en que deja de lado las construcciones que bullen en su cabeza, pierde el rumbo. Tras el parón sufrido, los rodajes acaban de retomar la senda ajustando guiones y demás a la nueva realidad en el afán de no dejar de insuflar lo que persiguen. Cate huye hasta la Antártida para verse a sí misma. Dentro de la oscuridad es inspirador no dar de lado a historias que, entre ellas, moldean el esqueleto de los amantes perpetuos del séptimo arte. Ustedes mismos.

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