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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Zozobra

El vendedor de la ONCE me preguntó cómo le recompensaría si me tocaran los quince millones del Cuponazo de los viernes. «Te regalaría mi vista», le dije guardándome en la billetera el décimo que le acababa de comprar. Esto fue el lunes, de modo que pasé el resto de la semana maldiciéndome por haber hecho esa promesa. Me debatía entre el júbilo de la riqueza sobrevenida y el pánico a quedarme ciego. Hacía todo el rato cálculos mentales de las ventajas de lo primero y de las desventajas de lo segundo sin saber a qué carta quedarme. Soy mayor, me decía, y he visto todo cuanto tenía que ver. Podría pasar en la oscuridad los años que me quedan. Borges ya era ciego a mi edad, lo que no le impidió continuar escribiendo. Contrataría a un lector o a una lectora por horas para no perder el contacto con la literatura. A cambio de eso, disfrutaría de una vejez holgada y ayudaría a mis hijos y nietos a salir adelante. En otras ocasiones, sin embargo, al cerrar los ojos e imaginar las dificultades para habitar esa oscuridad las veinticuatro horas del día, rezaba una oración laica solicitando a todas las potencias que no saliera premiado mi número.

Me instalé en una zozobra permanente. Mi estado de ansiedad era tal que mi mujer y mis hijos, advirtiendo que algo grave pasaba por mi cabeza, intentaron llevarme al médico. Les dije que no, claro, y procuré disimular la desazón en que me hallaba. El miércoles fui donde el vendedor de la ONCE e intenté deshacer la operación, pero él se rio y dijo que un décimo de lotería no se podía devolver jamás, iba contra la naturaleza del juego. Luego añadió que no me preocupara, pues era muy difícil que tuviera tanta suerte.

-Pero si ocurre -concluyó-, te regalaré mi bastón después de haber recibido tu vista.

Esa noche me informé a través de internet de las posibilidades que tenía de ser agraciado con el premio y eran, en efecto, infinitesimales. Pero la lotería, me decía, no toca cuando quieres tú, sino cuando le da la gana a ella. Por otra parte, el hecho de que no me tocara también me ponía triste, pues ya había pensado a qué dedicar cada millón. Llegó el viernes y felizmente, o por desgracia, aún lo ignoro, no me tocó, pero durante una semana he sido ciego y millonario con tal intensidad que sigo viviendo como millonario y ciego.

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