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La pluma y el diván

Trasoñar

De los sueños sabemos bastante poco, pero de lo que estamos completamente seguros es que nos gusta interpretarlos. Llevamos unos meses inmersos en un sueño aterrador que no nos deja conciliar el sueño. Escuchar noticias se ha convertido en nuestro peor enemigo a la hora de tranquilizar espantos, porque no salimos de un brote y ya tenemos dos nuevos más a los que hacer frente.

Para los que estamos de meros espectadores de la pandemia nos resulta casi imposible entender lo que está ocurriendo realmente. Tenemos escrito a fuego que hay que llevar mascarillas, mantener la distancia de seguridad y lavar las manos con abundancia. Pero estas medidas no consiguen tranquilizar conciencias, ya sea porque vienen de medidas contradictorias anteriores, cuando no hacía falta la mascarilla o bien de noticias que saltan a los medios para intimidar más y mejor, como los expertos que aseguran ahora que el virus se propaga por el aire.

Los que tienen la desgracia de volver atrás en la «nueva normalidad» viven la frustración en primera persona y asumen los dictámenes de las autoridades sanitarias con pesar, pero con cabeza fría, siguiendo las instrucciones y siempre bajo la amenaza infalible de las grandes multas a los infractores de esta «nueva convivencia» tan alejada de la que tradicionalmente hemos conocido durante muchas generaciones.

Cuando todo se torna nuevo de repente, encandila y desorienta. En condiciones normales puede gustar un ratito de novedad, pero bajo amenaza de contagio y muerte, lo nuevo se torna maléfico y un contrasentido. Quizás ahí radique que pasemos de la información veraz a la trasoñada transformando la realidad a nuestro antojo.

No se puede negar que es muy complicado entender el comportamiento de un virus que es, a priori, un mal bicho, porque su comportamiento es tan errático, desconocido y traicionero que despista a los más ilustres virólogos del planeta. Es más, cuando parece que controlas sus impulsos, se cuela otra vez por todas partes sin que nadie lo haya invitado a entrar.

Estar en constante estado de amenaza es una situación poco llevadera. Nuestro comportamiento se vuelve inestable porque carecemos de seguridades y, para colmo de males, el enemigo es invisible e imprevisible. De ahí que, para amortiguar sus daños, nos empeñemos de una forma inconsciente y temeraria en trasoñar la información que recibimos y de esta forma aplacar los miedos. A partir de ahora lo único que nos puede salvar de este mal sueño es despertar.

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