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Francisco García

El emérito y sus deméritos

A Juan Carlos I, monarca con estrella que consumió los últimos años de su reinado de la ceca a la meca, los Reyes Magos le vinieron de Arabia. Y de esa relación con los dueños de los petrodólares sacó petróleo. No le dejaron carbón en los zapatos los benefactores saudíes al soberano a cuerpo de rey, sino una millonada en comisiones, un regalo como un tren, una fortuna bárbara, de padre y muy señor mío. La avaricia rompe la saca y, al final, el dinero envenenado que llegó a Suiza a lomos de una caravana de camellos en busca de buen recaudo ha puesto al emérito a los pies de los caballos, a las puertas de la Fiscalía. Y la Casa Real, compungida, ha trocado en casa de apuestas: ¿A cuánto se paga ya el advenimiento de la república en Codere?

Habría que discernir en qué momento Juan Carlos abandonó el abrazo fácil y la campechanía, se puso la careta de Dark Vader y se pasó al lado oscuro; él, que estaba llamado a pasar, mayestático, a la historia contemporánea como el maestro jedi con espada de Campeador que iluminó el tránsito incruento de la dictadura a la democracia de un país acostumbrado a resolver sus cuitas internas a garrotazos, con el trazo terrible de un aguafuerte de Goya. ¿Quién le tentó en el desierto de Arabia o en la selva de Botswana; quién le emborrachó un oso y le puso a tiro un elefante? ¿Qué Willy Wilder de pacotilla le prestó el saxofón de Toni Curtis y le escribió el guion casquivano de una versión en sangre azul de "Con faldas y a loco"? ¿Quién le metió en palacio el "corinnavirus" de guante de seda y mascarilla de Estée Lauder?

Tanto demérito va dejando al emérito sin recursos y sin apoyos. Ya todos los esfuerzos de los defensores de la monarquía parlamentaria se dirigen a evitar el jaque al otro rey, a abrir cortafuegos solventes que impidan que el incendio institucional se asome a los jardines de Zarzuela. Que no ocurra que el Sexto más reconocible de este país sea Felipe y no Camilo Blanes. Empeño que mola mazo.

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