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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Acuerdo en Alicante

El acuerdo al que han llegado todas las fuerzas políticas y las sociales más significativas, sobre los objetivos principales para la reconstrucción de Alicante tras la pandemia es una buena noticia, se mire por donde se mire. Incluso así deben considerarlo aquellos que no participaron en los debates llevados por diversos motivos, algunos muy justificados. No valoraré aquí el contenido de lo acordado. Como suele suceder, pienso que ni está todo lo que debería estar ni todo lo que está debería estar. Pero esa es una condición de los acuerdos, y más en una ciudad como Alicante, tan poco dada al diálogo fructífero y público entre sus élites, que han demolido por décadas la posibilidad de que lo razonable esté en el corazón de la política. Y este es el principal valor del acuerdo: es razonable. Y lo es porque complace a la razón no mostrar desavenencias en un momento de inusitado dolor e incertidumbre y por hacer aquello en que coincide una mayoría de la ciudadanía: hay hartazgo de pelea y deseo de reencuentros, aunque sean moderados.

Es curioso que en España el consenso y la reconciliación sean iconos e ídolos de democracia y que, luego, la cultura de la concordia haya ido desapareciendo: hemos construido la memoria de la "joven" democracia sobre la nostalgia. Malo. Hubo pactos antiterroristas, antitransfuguismo, pactos sobre pensiones€ Pero de un tiempo a esta parte la polarización populista, instalada hasta en los grandes partidos, y la emergencia de fuerzas para las que los principios democráticos son accidentales, hace que la ira impida comprender los límites de lo permisible para asegurar la sostenibilidad del sistema democrático. Y el consenso es una parte de la democracia. No el que todo sea consenso: la oposición tiene que desempeñar una misión esencial y debe hacerlo con fortaleza. Con la fuerza de los argumentos y la coherencia de los discursos, no con la debilidad de los aspavientos y las imprecaciones. Sacar de la cultura política las demandas de dimisión de gobernantes ante la primera desavenencia percibida o usar del voto en cualquier materia para castigar a las mayorías deberían ser pasos importantes a dar, con los que hacer pedagogía política para serenar los ánimos. Y denunciar la mentira, la diga quien la diga.

Buenos amigos me llamarán ingenuo. En esta época tan tensa parece que opinar estas cosas conduce a la irrelevancia. Es posible. Pero también lo es que tampoco es que se consiga grandes cosas con las diatribas, la mala baba, el ceño fruncido y la falta de educación o con la frivolidad del lenguaje políticamente correcto. O recuperamos ese suelo sobre el que hacer políticas de izquierdas o de derechas o a largo plazo sólo la ultraderecha iliberal tendrá algo que decir.

Por eso estoy contento del acuerdo alicantino. Mi ciudad, hoy, es un poco mejor. No estamos para echar campanas al vuelo, pero como decía el clásico: el medio es el mensaje. Así lo imaginamos los varios centenares de personas que en los días más plomizos del confinamiento firmamos un manifiesto en el que pedíamos avanzar por esta senda. Y habrá que perseverar: hay otros acuerdos parciales que alcanzar, habrá que ampliar el espíritu a lo territorial, presupuestario, tributario, cultural o urbanístico. Hay que liberar la imaginación en la confianza de que no se convertirá en un arma arrojadiza.

Y hará falta una extraordinaria dosis programada de transparencia: cada objetivo debe poder evaluarse por la ciudadanía, sin necesidad de que la oposición se tenga que enfangar en una presión abrasadora para el mismo pacto para conocer las causas de los incumplimientos y exigir la pertinente y prudente responsabilidad política. Es cierto que ahora la ejecución de lo acordado está en manos del equipo de gobierno, pero los firmantes harían mal en desentenderse, en regresar a la suspicacia como regla. Es el momento de iniciativas dinámicas, no de jugar a la defensiva. El momento de redefinir colectivamente el significado del liderazgo. Porque lo que no debería ocultársele a nadie es que este documento, con todas las bendiciones, puede ser también ocasión de peligro, del mayor de los peligros: puede ser una fábrica -¡otra!- de frustraciones.

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