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Izquierda española y socialdemocracia nórdica

Cada año la Heritage Foundation publica su Índice de Libertad Económica, en el cual establece un ranking de países que van desde aquellos que ponen menos trabas a la economía, hasta los que representan un infierno intervencionista. Curiosamente, nótese la ironía, cada año repiten en las primeras posiciones aquellos países más prósperos, como Suiza o Australia. Y en las últimas los más pobres: Venezuela, Cuba, Corea del Norte€ El primer país nórdico aparece en el puesto 8, Dinamarca. Le siguen Finlandia (20), Suecia (22) y Noruega (28). España está en el 58. Sobran los comentarios. Sin embargo, la izquierda española hace referencias constantes a los nórdicos. ¿Por qué? Porque en su sectarismo, en su doble vara de medir, en su infinita hipocresía, solo se quedan con aquello que les interesa. Me centraré en Dinamarca, un país a todas luces especial. Los daneses están orgullosos de pagar impuestos altos, e incluso su Hacienda envía cartas a las empresas top 100 agradeciendo el sacrificio impositivo en nombre del pueblo danés. "Es otra cultura", me cuenta un amigo que ha vivido entre ellos. Así lo demuestra el seguimiento masivo de la llamada ley de Jante, un código de comportamiento adoptado de una novela de Aksel Sandemose. O la íntima relación entre corporaciones y fundaciones, que va mucho más allá de la mera responsabilidad social corporativa. En el índice, Dinamarca, con un paro del 5 %, puntúa un 78,3 sobre 100 y España, con un 15,5% (pre-covid), logra un 66,9. Analicemos las principales diferencias. En el apartado Estado de derecho nos superan en 11,4 puntos con respecto a los derechos de propiedad. Pero nos sacan 32,8 en eficacia del sistema judicial y 37,9 en integridad política. No se puede generar riqueza sin seguridad jurídica. Dinamarca tiene un sistema judicial transparente, independiente y justo. El régimen legal español es garantista, y relativamente abierto y transparente. Pero es muy lento e ineficaz. Y la lucha contra la corrupción no pasa de ser una mera declaración de intenciones. En el aspecto regulatorio no nos va mucho mejor. Nos aventajan de largo en libertad de negocio y en flexibilidad del mercado de trabajo, 21,9 y 28,5 puntos respectivamente. En tamaño del gobierno, la cosa se iguala. De hecho, su carga fiscal y su gasto público son superiores a los nuestros. Aun así, puntúan mejor en el índice global. Otro apunte para la reflexión. Su presión fiscal es del 46% y la nuestra del 33,7% pero el esfuerzo fiscal (relación entre la presión fiscal y el PIB per cápita) español es superior. El gasto público es del 51,7% sobre PIB mientras que el nuestro se queda en el 41,5%. Sin embargo, los daneses saben equilibrar las cuentas y acostumbran a presentar superávit, mientras que nuestros políticos gastan más de lo que ingresan e incurren en déficit ejercicio tras ejercicio. Por ello la deuda pública danesa es del 34,3% sobre PIB mientras que la nuestra se acerca al 100%. Así, ante emergencias como la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, estos países tienen margen de endeudamiento y España no. Dentro de su filosofía de redistribución de la riqueza, comprenden perfectamente que antes de repartir aquella hay que crearla. Esto contrasta enormemente con la banda de redistribuidores de la nada (Daniel Lacalle dixit) que dirige la política española. Dinamarca podría crecer más y mejor con menos gasto público y menos presión fiscal, pero nos cambiaríamos por ellos, ¿verdad? En todo caso, como bien dice el tertuliano Pepe García Domínguez, al menos el 50% de los votantes de este país son progresistas. Por pura alternancia política tendrán periodos de gobierno y, en todo caso, siempre querrán implementar su agenda política. Por ello es poco realista y nada pragmático pretender aplicar en España un liberalismo económico ortodoxo que, no sería bien aceptado y que intentarían revertir en cuanto hubiera ocasión. Lo inteligente es negociar. Toda negociación implica cesión por ambas partes. ¿Se podría llegar a un consenso para cambiar nuestro fallido estándar y seguir el camino danés? Margaret Thatcher decía que el consenso es el proceso de abandono de todas las creencias, principios, valores y políticas; algo en lo que nadie cree y a lo que nadie pone objeciones. No le faltaba razón, pero cuando la consecuencia de no llegar a acuerdos puede ser convertirse en Venezuela cuando aspirabas a ser EE UU, cuando el escenario es de absoluta emergencia nacional, es momento de ser firmes pero generosos. ¿Estaríamos dispuestos a firmar un gran pacto económico en el que unos logran mayor libertad de mercado a cambio de un Estado del bienestar algo superior? ¿Tenemos políticos con la categoría, el sentido de Estado y la altura de miras suficiente para poner este debate sobre la mesa?

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