Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

Opinión

Joaquín Rábago

Retos de la presidencia alemana

Alemania asume su semestre de presidencia de la Unión Europea en un momento crucial para el continente, cuando éste debe definir su papel en un mundo que ha dejado de ser no sólo bipolar, como durante la Guerra Fría, sino también unipolar, como pretendía Washington tras la caída del muro de Berlín.

La UE, que nació para garantizar la paz, la democracia y también el estado de bienestar en el continente, algo que se consiguió al menos en parte durante los llamados «treinta gloriosos», se asoma ahora a un mundo diferente, caracterizado por la creciente desigualdad en el seno de las sociedades y la proliferación de los nacional-populismos.

Le ha tocado a la dirigente europea con mayor experiencia tomar el timón cuando a las secuelas de la crisis sanitaria originada por el coronavirus se suma una nueva crisis económica de consecuencias todavía difíciles de prever.

Son muchos los retos que tiene la UE en este momento: la transición ecológica hacia un futuro bajo en carbono, la revolución digital, un eventual acuerdo con el Reino Unido tras el Brexit y las futuras relaciones con la Rusia de Putin, los Estados Unidos de Trump y una China cada vez más segura de sí misma, que trata de presentarse al mundo como modelo autoritario de gestión.

Dentro de la propia UE, Alemania debe decidir si quiere seguir siendo el guardián de los intereses de los socios del Norte o, como parece dispuesta a hacer en esta nueva etapa, se olvida de las viejas reglas de austeridad, como ha hecho ya dentro, y trata de convencer a Holanda, Austria y los escandinavos de que la solidaridad con el Sur es indispensable para evitar la ruptura de la Unión.

Solidaridad que se echó en falta con motivo de la crisis griega, cuando Berlín no fue capaz de reconocer que si se optó por ayudar a ese país gravemente endeudado a cambio de onerosísimas condiciones, que agravaron su crisis social, fue sobre todo para rescatar a los bancos alemanes y franceses, que habían prestado irresponsablemente a Grecia y para estabilizar el mercado europeo.

Parece en efecto haberse producido últimamente un feliz cambio de orientación en el ministerio alemán de Finanzas, que encabeza el socialdemócrata Olaf Scholz, con respecto a toda una etapa anterior dominada por la ideología del «déficit cero».

Si cuando sucedió en ese ministerio al cristianodemócrata Wolfgang Schäuble, Scholz se dijo dispuesto a seguir la misma política de austeridad por encima de todo que su predecesor, el político socialdemócrata ha suavizado mientras tanto su posición.

Así lo demuestra el acuerdo al que llegó en negociaciones con su homólogo francés, Bruno Le Maire, para crear un fondo de 500.000 millones de euros para la reconstrucción europea tras la pandemia del covid-19.

Ese fondo «quiere ser una clara señal dirigida a quienes tratan de dividirla. Europa está unida y vuelve a ser soberana», afirma, por ejemplo, el secretario de Estado del Gobierno alemán para Europa, Michael Roth.

Dividir a Europa es, por el contrario, lo que algunos parecen buscar: desde el presidente de Estados Unidos, que alentó el Brexit y no oculta su preferencia por los gobiernos autoritarios como el de Viktor Orbán , hasta su homólogo ruso, que coquetea también con los nacional-populismos de Hungría o Polonia como con los ultras italianos y franceses.

Interesada en aprovechar la ocasión para invertir en las infraestructuras de la UE y llevar hasta allí su nueva ruta de la seda, China divide también a los europeos: por ejemplo, con su tecnología de punta como la red de telefonía móvil 5G, que suscita también el rechazo frontal de EE UU por las posibilidades de control y espionaje que, según los norteamericanos, ofrece a Pekín.

Otro de los grandes retos de la UE es la inmigración, causa de fuertes fricciones entre los países miembros por la negativa de algunos, sobre todo los del Este, a aceptar un reparto de cuotas impuesto por Alemania, fenómeno que ha contribuido además a alimentar los populismos de extrema derecha.

Sin olvidar, por supuesto, la defensa, donde también hay discrepancias entre los partidarios de reforzar la Política de Seguridad y Defensa Común al margen de la OTAN, y los países más abiertamente atlantistas como Holanda, a los que se suman Polonia, las Repúblicas Bálticas o Rumanía, que desconfían profundamente de Rusia y no quieren ver de ninguna manera debilitados los lazos transatlánticos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats