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Joaquín Rábago

Opinión

Joaquín Rábago

Los gigantes del sector digital aprovechan la pandemia para conformar el futuro

La activista Naomi Klein acuñó el concepto de «la doctrina del shock» para explicar cómo la derecha ha aprovechado en las últimas décadas catástrofes y otras contingencias para forzar la aprobación de impopulares reformas económicas de corte neoliberal.

Ahora, en un nuevo Yo acuso, publicado en Italia por L'Espresso, la conocida periodista y escritora canadiense habla de la «doctrina del shock pandémico» para describir cómo los gigantes del sector digital están aprovechando el coronavirus para, en combinación con la política, meternos de lleno en un futuro que pretenden crear a su imagen y semejanza.

No es ninguna novedad para quienes siguen de cerca a los gigantes de Silicon Valley la colaboración que éstos mantienen con el Gobierno de Estados Unidos y en algunos casos concretamente con su Departamento de Defensa.

Es el caso, según nos explica Klein, de Eric Schmidt, actual presidente de Alphabet, empresa matriz de Google, de la que fue también presidente ejecutivo, y que ahora combina ese puesto con la presidencia de la Defense Innovation Board de EE UU.

Schmidt no sólo está al frente de ese consejo que asesora al Pentágono sobre cómo utilizar la inteligencia artificial para fines militares, sino que preside también la poderosa Comisión para la Seguridad Nacional en materia de inteligencia artificial, conocida por las siglas de Nscai.

La Nscai asesora, a su vez, al Congreso estadounidense sobre los progresos en el campo de la inteligencia artificial y los avances en el llamado «aprendizaje de máquinas».

Mientras los países cuentan sus muertos en la pandemia del coronavirus, va tomando forma un mundo dominado crecientemente por la alta tecnología y para el cual las semanas de aislamiento de los ciudadanos no son «una dolorosa necesidad para salvarnos, sino, escribe Klein, un laboratorio permanente y muy lucrativo de un futuro sin contacto físico».

Así, Steer Tech, empresa tecnológica con sede en el Estado norteamericano de Mayland, pronostica un mundo tecnológico caracterizado por la falta de contacto físico entre la gente y señala que las máquinas tienen la clara ventaja de no estar expuestas, como las personas, a «riesgos biológicos».

En el futuro que se proyecta, escribe Klein, «nuestras casas no serán ya espacios personales, sino terminales de conectividad digital de alta velocidad. Otro tanto sucederá con las escuelas, la medicina, los gimnasios» y también, ¿por qué no?, con todas las instituciones del Estado, entre ellas el sistema carcelario.

Se adivina ya «un futuro en el que a los privilegiados se les proveerá de todo a domicilio, de modo virtual mediante el streaming y la tecnología de la nube», o «físicamente gracias a vehículos automáticos»; un futuro «que empleará a menos maestros, médicos o conductores, que no aceptará el dinero en efectivo ni siquiera las tarjetas de crédito con el pretexto de controlar mejor el virus.

Un futuro, explica la ensayista, administrado por la inteligencia artificial, pero que dependerá para su funcionamiento de decenas de millones de trabajadores anónimos que pasarán sus jornadas «en las oficinas donde se elaboran los contenidos, en fábricas de electrónica o en minas de litio, en complejos industriales, en los mataderos o en las cárceles, expuestos a la sobreexplotación y las enfermedades».

Un futuro, añade Klein, en el que «gracias a una colaboración sin precedentes entre los gobiernos y los gigantes de la tecnología podrán rastrearse todos nuestros movimientos, nuestras conversaciones, nuestras relaciones», un futuro hecho de aplicaciones tecnológicas y trabajos esporádicos que «se nos vende como relajante y personalizado».

El presidente de Alphabet, consorcio en el que tiene 5.300 millones de dólares en acciones, se ha propuesto como objetivo arrancarle al Gobierno de Washington un incremento exponencial de las inversiones públicas en inteligencia artificial e infraestructuras tecnológicas, como la nueva tecnología móvil 5G.

Estados Unidos está muy preocupado por la ventaja competitiva de China en las aplicaciones de la inteligencia artificial en los diagnósticos médicos, los vehículos autónomos, las infraestructuras digitales, las ciudades inteligentes, la eliminación de los contratos en las transacciones comerciales, y ante todo las técnicas de reconocimiento facial para el control de los ciudadanos.

Ventaja que obedece a varios factores como la cifra enorme de consumidores chinos que hacen sus pedidos por internet o la ausencia de un sector bancario tradicional que ha permitido a Pekín saltarse la fase del dinero en efectivo y de las tarjetas de crédito e impulsar los pagos digitales y un gigantesco mercado del comercio electrónico.

La citada Comisión para la Seguridad Nacional de EE UU para la inteligencia artificial (NScai) destaca la voluntad china de estrechar la colaboración público-privada para fines de vigilancia de masas y colecta de datos, que Pekín considera «una fuente fundamental» para el llamado «aprendizaje profundo».

Schmidt publicó en febrero un artículo en The New York Times en el que advertía de que Estados Unidos podía perder la carrera con a China por convertirse en el país más innovador del planeta a la vez que alababa al Gobierno de Donald Trump por solicitar que se doble el presupuesto para inteligencia artificial e investigaciones cuánticas.

El presidente de Alphabet está actualmente embarcado en una campaña en los medios de comunicación destinada a frenar la fuerte oposición existente entre la ciudadanía norteamericana y en un sector del Partido Demócrata al poder creciente y los intentos de controlar nuestras vidas por parte de gigantes como Google, Amazon, Facebook, Microsoft y otros. Futuro distópico el que ya se anuncia.

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