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Opinión

La cremà que no podrá ser

Alicantinos, amigos de la fiesta, protagonistas de les Fogueres de Sant Joan, en este año 2020 la noche del 24 de junio no verá consumado el rito de la cremà, por las trágicas consecuencias de la covid-19. Pero cuando llegue la hora mágica de la media noche sanjuanera ¿no sentiremos recorriendo nuestro cuerpo, desde el corazón a las raíces, un ancestral escalofrío que nos proyecta sobre el pasado hacia el futuro en una cosmogonía eternamente renovada? Porque en el rito de la cremà se aúnan, como en las seculares liturgias maravillosas, los cuatro elementos sublimes que configuran nuestra verdad más honda: la tierra, el fuego, el agua y el aire.

La tierra, maternal y fecunda, mujer de regazo tibio, mil veces repetida en todas y cada una de las mujeres que alientan con su vida alumbramientos nuevos de vida y esperanza. La tierra es el símbolo femenino por excelencia; amante generosa cuyo cobijo será nuestra postrera conquista. Es ella nuestra imagen, pues en ella miramos del otoño al verano, de invierno a primavera, cómo el tiempo nos surca en su fatal camino, germinando cosechas que son nuestro legado.

Y el fuego, luz hecha cénit por el solsticio de verano; resplandor que vivifica, que purifica, que diviniza, convertido en el altar sagrado donde ofrecemos el esfuerzo de un año de trabajo, demostrándonos que si queremos podemos. Barroco en sus mil formas de cambiantes reflejos, es el fuego la esencia que late en nuestra entraña permitiéndonos ser, porque es el ser la vida.

Y el agua, médula alicantina de cultura, prosperidad y horizonte. Mediterráneo siempre latiendo al compás de la vida y ella misma vida de la que nacen todos nuestros afanes. El agua es el flujo del que brota frescura, llenándonos de arrullos que aseguran riqueza, plenitud y ventura, paz, trabajo, alegría.

Y el aire, la ilusión intangible de nuestra mente abierta; el elevado espíritu que nos mueve e impulsa; el ámbito que nos une, más allá de la vida, a todos los que han sido y que habitan el cosmos alentando la marcha del camino infinito por donde aprendemos el misterio de la existencia eterna.

Tierra, fuego, agua y aire entremezclan su embrujo en esta noche antigua del día 24, que hemos transfigurado en color y en aroma, en música e imagen, pues las fiestas de Hogueras son siempre esa amalgama dichosamente alicantina.

No olvidemos estas esencias que alientan en nosotros, aunque a veces perdamos su sentido profundo. No olvidemos que la fiesta de Hogueras es nuestra y es del mundo. Y que, como guardianes de este tesoro mágico, a todos corresponde honrar sus maravillas: al pueblo, que la creó en los siglos; a los festeros, por renovar el rito; y a la ciudad toda que cobija y alberga tan preciada riqueza.

Y aunque este año la cremà no pueda ser, Alicante late en nuestros corazones como un glorioso emblema, diciéndonos a todos los que cada año nos hemos congregado al conjuro de la cremà y que nos volveremos a juntar en el futuro para celebrarla con más ilusión y anhelo: ¡Gracias, gracias, porque en la cremà nuevamente nace otra vez la fiesta!

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